La calle suele ser sincera, excepto para decir a quién vota. Y cada vez se escucha en más tertulias políticas que estamos ante un Gobierno débil y de muy poco crédito, desde el momento que pro-etarras y batasunos campan a sus anchas en cada acto y mitin que organiza el brazo violento y negociador de la banda asesina. Tal actitud es un claro desprecio a la ciudadanía, a la democracia y al Estado de Derecho, por eso el terrorismo se ha convertido de nuevo en una preocupación ciudadana, por delante de la vivienda, la inseguridad, la educación y las drogas.
No hay más que recorrer las calles de Bilbao y San Sebastián, sobre todo, para comprobar que la ciudadanía vasca ha incrementado su desprecio durante estos últimos años hacia los protagonistas de la violencia callejera; detesta oír hablar de los presos etarras, a la vez que entre bambalinas y en ambientes de confianza pide el cumplimiento íntegro de sus penas; ha pasado de ver próxima y muy cercana la desaparición de la banda, a comprobar cómo desde el ámbito gubernamental de Rodríguez Zapatero – por miedo, compromiso o sumisión — se reanimó a la misma, insuflando inexplicable valentía y, en muchas ocasiones, amparado mediante fórmulas diversas.