Cencerrada antitaurina

Han regresado los de la cencerrada y no precisamente portando esquilones en el cuello de los cabestros.  Han regresado y han dado la cencerrada ante la plaza de toros de Palma. No solo demuestran estar como cencerros, sino que hay que calificarles como ‘cencerros’ en el sentido de ser guerreros, dar harta murga  y ponerse pesado en exceso. Bien es verdad que en esta última acepción la RAE aún permanece descolgada.

Nos referimos a los antitaurinos, incluidos dentro de la especie de los animalistas. Los mismos que oponiéndose a las corridas de toros, no suelen oponerse al aborto; protestan por la muerte del animal nacido y criado para ello, pero no parece que presten la misma atención a la imagen del descuartizamiento que supone en muchos casos el aborto o asesinato consentido. «La dicha no es más que un sueño, y el dolor la realidad», decía Voltaire.

Entre los citados colectivos existe una clara inclinación al insulto y a la actitud chulesca que no tienen por qué consentir los demás. Los aficionados a la tauromaquia — quien escribe no lo es ni entiende de corridas de toros, pero respeta el gusto de los demás–. Hay que reconocer que, al menos  hasta el momento, los aficionados a la Fiesta han demostrado una educación y un señorío exquisitos; han aguantado estoicamente todo tipo de improperios y, sinceramente, algún día tienen que reaccionar; es más, están obligados a reaccionar.

No es ético que un grupúsculo adocenado de ‘animalistas’, amparados en políticos de bajas entendederas,  acose a los aficionados taurinos. Tal tipo de políticos y aquellos a quienes cobijan resultan ser casi siempre memos de carisma e insufribles aprovechados, como es el caso de buena parte de los políticos de la segunda división catalana y mallorquina, más dados a la estupidez  mediática y al desprecio al ciudadano que a la resolución de la problemática diaria o a la creación de empleo. Nunca es tarde para empezar a poner orden en la deficiente política de Cataluña y en el babeante seguidismo de su homónima de Baleares.

Y si el acoso no es de recibo, tampoco lo es la represión que ejerce el reseñado grupúsculo. Actúan en nombre de un nazismo que debió morir con el tiempo y se pronuncian al grito de un incomprensible victimismo e insospechados intereses escondidos tras las horteras banderas del independentismo y la irracionalidad. Y, sobre todo, persiguen la eliminación de la libertad de expresión del otro.

La tendencia animalista no ha superado sus complejos y, por desgracia, pretende proyectarlos sobre los demás. Va siendo el momento de no consentir el acoso de los mal llamados antitaurinos; tampoco es permisible su actitud insultante, que debe ser atajada de una vez por los aficionados taurinos con las fórmulas y artes que estimen más procedentes; del mismo modo,  no se debe permitir ni una sola vez más el insulto y el cercenamiento de la libertad de elección y de expresión, algo que en el mundo animalista aún no se ha entendido y se sigue confundiendo.

Me gusta el teatro y acudo a él cuando puedo. Soy ‘futbolero’ y disfruto de mi tiempo de ocio con el fúlbol. Adoro la lectura y la disfruto en mi tiempo libre. Y así muchos gustos y aficiones. Pero no me gustan las corridas de toros y, lógicamente, no acudo a ellas, pero tampoco me molesta que acudan a ellas los aficionados taurinos. Esa es la verdadera  libertad de elección y expresión. Hay que saber dónde termina mi libertad para respetar el inicio de la libertad del otro; solo cuando no se sabe esa medida se cae en la estupidez, en lo irrisorio, en la memez libertaria y en la indigencia intelectual. Y de este tipo de indigencia parecen entender excesivamente los animalistas.

Mientras el ‘animalismo’  habla de política de manteo, acoso, represión y odio, el aficionado taurino sabe distinguir perfectamente la línea que separa las libertades que hemos enunciado y, lo que es más importante, lo hace con normalidad y sin estridencias. Por eso, de poco va a servir a la corriente ‘animalista’ la actitud que viene manteniendo. Mucho ruido y apenas nueces a su alrededor. “Los altavoces – decía Hans Kasparrefuerzan la voz, pero no lo argumentos”.

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