Mente corta del mundo ‘animalista‘
Todo lo que se conozca o apellide “nacional” sobra en la región catalana. Región, que no país, a pesar de los panfletos en que se recoge tal acepción. ¡Ya nos gustaría a millones de españoles que Cataluña dejara de pertenecer a España; pero mientras no sea así….!
Mientras esté dentro de España, formará parte del territorio nacional, guste o no guste a esa parte de la sociedad nacionalista catalana que se caracteriza por estar enferma; una enfermedad contagiada por sus propios políticos, sobre todo de corte nacionalista “dominguero” y ocasional. Un corte donde predomina el interés para seguir a lomos de la burra pública y apoltronada.
Esa enfermedad a la que aludíamos ha vuelto a manifestarse en el intento de alejar la “fiesta nacional” de la región catalana, por muy pocos votos de diferencia. ¡Quién ha visto a Cataluña y quién la ve!
Cada vez somos más los que desearíamos que la región catalana no formara parte del territorio nacional. El Estado recaudaría centenares de millones de euros más y no se vería obligado a desembolsar dinero de todas las comunidades autónomas constantemente, hasta crear una evidente insolidaridad y un agravio comparativo. Tales “pecados sociales” contra la igualdad de todas regiones son fruto del chantaje, la desorganización permanente y la imposición injusta, insolidaria y barriobajera de sentirse el ombligo de España.
“Algunos piensan que por prohibir los toros seremos menos españoles”, ha dicho el portavoz del PSC. No se conforman con prohibirlos en su región, sino que critican lo que llaman sufrimiento del animal. Estamos ante una corriente animalista que pretender salvar al toro bravo, nacido para morir en la plaza y en festejos varios (origen y señal de identidad de su crianza) y consiente a la vez el sufrimiento humano, traducido en descuartizamiento y muerte del niño en el vandálico, degenerado y monstruoso e inculto aborto.
El Parlamento catalán aprobó recientemente la tramitación de la iniciativa legislativa popular. Tal tramitación es el resultado de la presión de grupos vandálicos que se esconden tras la acepción “animalista”, ceñidos a una mentalidad pueblerina (con todo el respeto a los pueblos de España y también de la región catalana), una actitud radical, un gusto agarrafonado y un afán por acabar con toda tradición que suene a española o nacional. La hipocresía y falsedad de tales grupos siempre se esconde tras la mentira convertida o disimulada. Y a veces tras el odio y el complejo arropado por sádicos mecanismos de compensación.
Aún recordamos unas críticas, procedentes de la región catalana, con motivo del Toro de la Vega, de Tordesillas. Confundían churras con merinas, Cataluña con Polonia y sufrimiento con jolgorio. Los animalistas que han presionado a los grupos de políticos catalanes más torpes y fácilmente influenciables, hasta llegar a la horterada de intentar prohibir las corridas de toros en la región catalana -, que no país, a pesar del acerbo panfletario — no tienen ningún interés por la vida, ni humana ni animal.
Buena parte de quienes salieron a la calle defendiendo el descuartizamiento de una criatura y su muerte prematura, son los mismos que dicen defender el maltrato animal. Están convencidos de salvar al toro y seguir luchando por aumentar el número de casos de maltrato humano.
No les interesa la vida ni lo más mínimo y menos aún la vida humana. Fomentan el aborto, mientras alzan los brazos y manifiestan su inquina contra lo que llaman maltrato animal. ¡Hipócritas! Simples luchadores de salón dentro de una mala película con tema residual de cruzada antitaurina. Verracos de mente corta y lengua larga.