LOGSE: 19 años después

En el año 2000, la revisión de la LOGSE invitaba al optimismo. Habían transcurrido diez años y el inicial acercamiento de posturas parecía indicar el camino adecuado. La mediocridad a la que se había llegado con la LOGSE parecía estar tocando a su fin.

Cada vez  eran menos los que se oponían a dicha revisión. Entre los docentes, la  ley de educación socialista había perdido todo su prestigio.  No es necesario recordar que la LOGSE se aprobó de espaldas a los docentes y, a los diez años de su aprobación, no se trataba de hacer una reforma de la reforma, sino una intervención de urgencia, ya que la ley “…había demostrado su absoluta incapacidad para preparar a toda una generación para enfrentarse a las exigencias técnicas y científicas del mercado de trabajo moderno”.

La ansiedad que sufría el profesorado era evidente. Los casos de indisciplina que existían en algunos centros, se unían a la pasividad de quienes empezaban a ser conocidos como “objetores escolares”. Hoy nadie duda de que el equilibrio entre orden y educación es un binomio que se caracteriza por su precisión, su necesidad y su proporción directa. Aún recordamos los resultados de la encuesta realizada por el Instituto de Evaluación y Asesoramiento Educativo. Según la misma, más de un 70 % de los escolares madrileños encuestados entendían el orden y la disciplina como “dos factores que contribuyen de manera decisiva a mejorar la calidad educativa”.

Las denuncias del profesorado, y las llamadas de atención que divulgaron los medios de comunicación, se vieron refrendadas en la encuesta de referencia al declarar casi el 60% de los entrevistados que “conocían situaciones de agresividad física en sus centros, que no denunciaban por miedo, pero que deberían corregirse a través de medidas más severas que las (…) adoptadas”.

La preocupación era creciente desde el momento en que no se hablaba solo de indisciplina escolar, sino de violencia en los centros. Se requería una reflexión serena. No  concordaba que existiera violencia escolar, no abordar la problemática y hablar de calidad educativa. Algo estaba  fallando. Resultaba llamativo, comprobar en los centros que la corrección de determinadas actitudes se interpretaba erróneamente como represión o agresión a la libertad de los jóvenes.

En la actualidad hay comunidades que han elaborado  normativa sobre la convivencia en los centros, pero hace varios años que muchos otros países han adoptado importantes medidas al respecto: Francia puso en marcha el Comité Antiviolencia Escolar, Italia planificó un proyecto parecido al francés, Canadá contaba con el sistema de regulación y gestión de conflictos y el gobierno alemán hace cinco años que aprobó normas  tendentes a eliminar los problemas de convivencia en los centros.

Hemos de constatar que entre los años 1987 y 1990 se produjo un falso debate social sobre la que luego sería la LOGSE. En 1987 el ministro José María Maravall había puesto la maquinaria a punto –conocida popularmente como “rodillo socialista” — para abanderar la aprobación de esa ley dos o tres años después; pero la inesperada aparición del “cojo manteca” hizo que el ministro saliera por la puerta trasera, siendo el ministro Solana el que la llevó al Boletín Oficial del Estado.

En octubre del año 2000, cuando habían transcurrido diez años desde la aprobación de la LOGSE, muchas de las tesis defendidas por quienes se opusieron a la misma ya se mostraban con toda su crudeza. Una de ellas era que la promoción automática no resolvería el fracaso escolar y, hoy, el pensamiento sigue estando plenamente actual.

A finales de los años ochenta, una cosa era lo que se decía a los medios de comunicación desde instancias ministeriales y otra lo que se comentaba entre “bambalinas”. Lo secundario resultaba ser lo primero; no era extraño que Jiménez Losantos hablara del equipo de pedagogos-comisario, cuando aludía al equipo de “lumbreras” que plantearon el irreal y esperpéntico debate  que precedió a la “gran ley”.

Cuando se empezó a debatir sobre lo que sería la Ley Orgánica de Calidad de la Educación (LOCE), que acabó aprobándose en diciembre de 2002, muchos de los paladines de la LOGSE habían “guardado el estandarte” que hicieron ondear en Alcalá. Habían perdido la perspectiva y eran el estafermo de todos los sectores implicados en la educación. Con la LOCE se trataba, ante todo, de “abrir ventanas”, de dar urgente respuesta a los retos del siglo XXI, a la sociedad del conocimiento y al principio de educación a lo largo de toda la vida.

Hoy, diecinueve años después de aprobada la LOGSE, varios años después de derogada  la LOCE y aprobada la LOE, los docentes y demás sectores comprometidos con la educación nos enfrentamos a un panorama desolador ante las perspectivas de mediocridad que se avecinan con la ya desprestigiada Ley Orgánica de Educación (LOE).

Estamos ante la falta de ética, la inexistencia de talante y, lo que es más grave, en los prolegómenos de la “bofetada” a la calidad de enseñanza, a la pedagogía del esfuerzo  y a la equidad. “Es indigno – decía hace unos días un parlamentario socialista – el debilitamiento  social, la división de la población y la desesperanza generada por nuestro presidente Zapatero”.

La sociedad no puede permanecer callada ante el atropello que supone la LOE. Desde todos los sectores de la educación se alzan voces críticas, conscientes de que “el hombre muere – en palabras del escritor  Wole Soyinka – en quienes mantienen silencio ante la tiranía”.


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