Curiosamente para el presidente del Partido Socialista de Euskadi mereció la pena la negociación con ETA. Suponemos que sería por las fiestas y juergas continuadas que se corrieron en el caserío Txillarre, donde Otegi actuaba de maestro de ceremonias. Allí, sus reuniones secretas desembocaron en la tregua-trampa de ETA. Hoy no es ningún secreto que la torpeza de Chuchi Eguiguren llevó a que estuviera a punto de tambalearse el Estado de Derecho.
Ambos negociadores –- sería demasiado llamarles políticos, pues uno es ex presidiario, y presidiario futuro, mientras el otro es probado maltratador de género — trataron casi de forma exclusiva el hecho de que la izquierda abertzale y su revoltijo de siglas se pudieran presentar a las elecciones del 27 de mayo. Eguiguren informó erróneamente al Gobierno Rodríguez de las pretensiones de Arnaldo Otegi; unas aspiraciones que pasaban por la exigencia de que el Gobierno asumiera y consintiera la presencia en campaña de todas las listas de lo que se llamó el “Plan C” de Batasuna; es decir, el protagonismo y presencia de Acción Nacionalista Vasca.