¡Qué poca vergüenza tiene Mariano Rajoy!

Montserrat Nebrera (i) y Alicia Sánchez Sánchez Camacho (d)

«Es presidenta porque la mayoría así lo ha querido», ha dicho Rajoy refiriéndose a Alicia Sánchez Camacho. El presidente del PP no tenía otra salida, después de habérselas hecho pasar canutas a Ana Mato y a Alicia Sánchez. La primera porque fue a Cataluña a tragarse los abucheos y sapos que debió tragar Rajoy y la segunda porque sabe que es un muñeco de feria en manos de Génova.

Esa reacción del presidente nacional del PP tiene también otra lectura. Y es el saber estar de Montserrat Nebrera. Frente a la actitud de recular que han mostrado Daniel Sirera y Fernández, Nebrera ha ido hasta el final. Sabía que había fidelidad a su candidatura y que buena parte de los compromisarios estaban con ella, como así ha sido.

No ha ganado Nebrera en votos, pero ha sido la vencedora moral del congreso y a partir de esa fecha el PPC dejará de mirar al pasado. Nebrera es un nuevo referente, propiciado por la división que ha generado Génova, y particularmente Rajoy, al poner candidato ‘arrastrado’ — en este caso ‘arrastrada’ — en la persona de Alicia Sánchez; una de las personas que menos visión de futuro tienen en el PP catalán, pero artífice indirecta de la salida de María San Gil del PP.

Mariano Rajoy no sabe con quién se gasta los cuartos. La división creada en el PP catalán puede ser lo que le pase factura no tardando. A Moncloa no se llega sin un importante apoyo catalán y vasco, salvo que se cambie la ley electoral. Si ya lo tenía mal Rajoy — al haberse ganado el desprecio de buena parte de la afiliación, además de haber contribuido a la pérdida de cerca de dos millones y medio de votantes, así como de trescientos mil afiliados – ahora lo tendrá peor. Mucho peor y más complicado.

Mariano se ha vuelto a equivocar en su discurso. Diga lo que diga no puede estar orgulloso del congreso de Valencia, por la racanería y trafullería que en él se ha producido, llegando a amenazar a los posibles candidatos para que no presentaran candidatura, además de reclamar los avales con malos modos. ¿De eso está orgulloso?

Lo sucedido en el congreso de Valencia me recuerda los únicos comicios que conocí durante el franquismo: aquellos carteles del VOTA SÍ que movilizaron los Gobiernos Civiles y los Ayuntamientos se los encontraba uno hasta en la sopa y, los dos ‘rojos’ convencidos y confesos de mi pueblo, llevaron la papeleta abierta y extendida para que los obligados a formar parte de la mesa electoral vieran que votaban , no fueran a salir votos negativos y les culparan a ellos de ser los autores. Ni más ni menos es lo que han hecho muchos de los compromisarios del PP en el congreso de Valencia. Me decía un diputado del PP que “el miedo es libre y cada cual tiene derecho a combatirlo como puede o sabe”.

Rajoy sabe que el PP no ha salido más centrado de su congreso. Sabe que su partido no está abierto a la sociedad y prueba de ello es que sus senadores y diputados no contestan a las preguntas y planteamientos de los ciudadanos, sino que desprecian que les hagan trabajar; de ello podemos dar fe muchos ciudadanos y, si alguien lo duda, que pregunte a los senadores por Valladolid. Sabe además, Mariano, que su partido no se caracteriza precisamente por hablar y dialogar con todos.

«Me importa mucho más lo que me diga un militante que lo que me diga uno de los mayores capitostes de España», ha dicho Rajoy. Eso no me lo creo y no se lo cree nadie. Los militantes no le importan a Rajoy. Solo le importa ‘seguir en el macho’. Eso de «dialogar» y «construir» con todos es una mayúscula desfachatez, un atrevimiento sin precedentes y una bufonada más del presidente del PP. Hace falta tener cara dura. Y Rajoy la tiene. Doy fe.

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