Mariano Fernández Bermejo
Ministro de Justicia y falangista venido a menos
“Yo también tenía una cabra que se llamaba Asunción”, decía la canción. Hoy lo hortera y lo vulgar se superpone a muchas otras circunstancias y situaciones. El socialismo y la mediocridad ‘logsiana’ nos han traído muchas chapuzas que eran impensables hace años. En 1990 el Partido Socialista ‘alumbró’ la Ley de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE), aunque para muchos era la Ley Orgánica de Gamberros Sin Escrúpulos. Fue el mayor ridículo que podían hacer los pedagogos; no hace mucho tiempo decía un importante comunicador de las ondas que si en España se pretendía que la enseñanza no funcionara, lo mejor era poner al frente de ella a los pedagogos. Y no hay duda: donde ponen la mano, la enseñanza desbarra. Un claro ejemplo son los resultados obtenidos: ni los pedagogos al frente de la enseñanza, ni los abogados al frente de la Justicia. Eso para empezar.
Ahora nos encontramos con que el Ejecutivo pretende que los licenciados en Derecho accedan a la carrera judicial, siempre que sean la élite, los mejores, el “non plus ultra”. Y todo ello sin opositar. Sin duda, Romanones se hubiera revolcado por los suelos y hubiera soltado aquel “¡Joder, qué tropa!”, pero con intensidad estruendosa. Más bien hubiera expresado su sorpresa y su indignación; pero, evidentemente, con su correspondiente exabrupto. Faltaría más. Sin embargo, aficionados y esperpénticos interpretadores de las leyes, como el ínclito y circense ministro de la “cosa”, don Mariano Fernández Bermejo, han sido incapaces de ‘dejar la burra bien aparcada’, confundiendo el culo con las témporas y la música con los fuegos artificiales.
Parece que algunos están dispuestos a desprestigiar su propia profesión, con tal de fastidiar al de al lado. Claro que, después de los visto, los fichajes del presidente Rodríguez se han convertido en catedráticos de la estupidez, saltimbanquis del sentido común y payasos de la indignidad; dicho sea el vocablo “payaso” con todo mi respeto para el profesional de la sonrisa y de la felicidad propia y ajena.
A los ‘indios’ fichados por Rodríguez, en calidad de ministros, lo mismo les da planchar huevos que freír corbatas; pero en sentido negativo. Adoran a Pancho Villa, reverencian a Evo Morales, congratulan a Chavez con “Z”, idolatran a los “hombre de paz” y detestan al ciudadano de bien, al ciudadano que labora y que construye a diario el Estado de Derecho. Con la actitud ‘zapateril’ que demuestran con su comportamiento, el engaño permanente a la ciudadanía y el fomento de las cloacas del Estado, hemos llegado a un punto de desconexión con la sociedad. Para el Ejecutivo de Rodríguez, “la prosperidad es solo un instrumento que hay que usar, no una deidad a la que hay que rendirle culto”, remedando el pensamiento de Calvin Coolidge.
La opinión del vulgar Fernández Bermejo respecto a pescar a lo bruto en las Facultades de Derecho, está cercana al franquismo más rancio y despreciable, donde el tráfico de influencias estaba considerado como de curso legal y de diario recurso. Actitud franco-falangista que traiciona el subconsciente de quien creyó y vivió con intensidad tal situación, como es el caso del zonzo ministro Bermejo. Ello se plasmaba en absurda normativa como el “acceso directo” en el Magisterio, las preferencias en las Academias Militares, el derecho de consorte entre los maestros y los funcionarios de Hacienda o las prebendas de RENFE para sus “curritos”. Algunas llegaron hasta la época democrática, pero no tardaron en ser desmontadas.
Que ahora venga este personaje con ideas tan retrógradas nos hace sospechar que algo esconde. El enchufismo parece ser su aspiración y la falta de iniciativa su sino. Así no llegamos a ninguna parte. Esa vulgaridad nos recuerda a Penélope. Dicen que la Historia se repite, aunque es falso. Nunca se repite, ni siquiera se parece; son las personas las que rememoran su pasado o la mediocridad la que traiciona el pensamiento y los sentimientos de las mismas.
Después de escuchar a Fernández Bermejo he empezado a entender a Alfonso Guerra cuando decía que “ciertos personales, conscientes de su inutilidad, son necesarios para calmar la conciencia colectiva”; aunque Bermejo no solo no la calma, sino que la solivianta y la eleva a la categoría de mediocridad. Nunca un ministro hubiera actuado mejor bajo una carpa circense. Y todo ello gracias al presidente Rodríguez y a su gafe predisposición para elegir a los menos indicados.