No se cansan de repetir los socialistas de la comunidad que la consejera de Agricultura y Ganadería de la Junta de Castilla y León pretende acabar con el problema de los topillos a fuerza de repetirlo. Y tienen razón, pues actúa al contrario que el Gobierno Rodríguez, cuya máxima es silenciar los problemas o negarlos para que dejen de existir. Curiosas formas de actuación que requieren una reflexión más detenida. Unos por otros hacen realidad el refrán: la casa sin barrer.
A Silvia Clemente y a sus ‘mandaos’ les ha faltado tiempo para salir a los medios de comunicación a decir que en una de las localidades afectadas por la plaga se ha erradicado en un noventa y tres por ciento. El dato queda muy distante de lo que afirman los técnicos, las organizaciones agrarias y la oposición socialista; según todos ellos, apenas ha disminuido en un diez por ciento. Ya empiezan como con la asistencia a las manifestaciones: cada parte da la cifra que le conviene.
No estaría mal que fuese cierto el dato aportado por la consejera de Agricultura y Ganadería; pero es en un solo municipio. En estos momentos son más de setecientos los municipios afectados, a pesar de que la Junta maneja el dato de pocos más de seiscientos. De nuevo estamos ante el juego engañoso de los números. Sea como fuere, lo cierto – y aquí nadie se atreve a manipular – es que la responsabilidad es del Gobierno regional, ya que hace un año la plaga afectaba a media docena de municipios y la desidia del Ejecutivo de Juan Vicente Herrera ha hecho que hoy afecte a más de setecientos en la comunidad, con el peligro de extenderse a las comunidades vecinas y a Portugal; país que ya ha recibido una importante avanzadilla de la plaga.
En palabras de los propios agricultores, la política agraria de la Junta de Castilla y León ha demostrado ser un fracaso, como también pueden serlo las medidas adoptadas para acabar con la plaga de topillos, salvo que se generalicen y se lleven a cabo de forma combinada.
Dado que los cambios abruman al conservadurismo de la Junta, acabamos de remitir a doña Silvia Clemente un amplio y reflexivo comentario de John Boorman, para que comprenda que el progreso solo se conseguirá abriendo los brazos al cambio continuo. Marie Von Ebner solía decir que “en la juventud aprendemos, en la vejez entendemos”: de ahí que aprovechemos la juventud de la consejera, siempre dispuesta a aprender. Ya tendrá tiempo de entender el problema de los topillos cuando envejezca, pues “en la vejez – según Schopenhauer – se aprende mejor a esconder los fracasos; en la juventud, a soportarlos”.
Los agricultores no deben consentir a la consejera que minimice el problema aludiendo a un triple efecto ceguera, como es la contratación del mejor experto alemán contra roedores; el anuncio de que la cosecha de cereal de 2007 es la mejor del último decenio y el anuncio panacea del cultivador-subsolador que fabrica la empresa italiana Alpego.
Por otra parte, hay que hacer ver a doña Silvia Clemente que las medidas pueden ser muy útiles si se hacen de forma generalizada con la colaboración de todas las administraciones; serán efectivas si se actúa también en las zonas limítrofes con las afectadas, para garantizar que la plaga no se extienda a nuevas zonas de viñedo o regadío; habremos dado un paso muy interesante si el Instituto Tecnológico Agrario de la comunidad estructura su organización y funcionamiento con un servicio de estudio, detección y eliminación de plagas. Y esa estructuración no puede esperar más, como no puede esperar más la investigación universitaria al respecto.
Un dato a tener en cuenta es que no permitan que Juan Vicente Herrera ofrezca a los agricultores afectados la creación de un Observatorio. Es lo que suele hacer cuando no dispone de soluciones viables y, a la vez, carecen de ideas sus asesores. Una vez puesto en marcha no sirve más que para ampliar el abanico de la Administración regional con más gente afín. Sobradamente conocido es que, en cuanto a Observatorios, el único serio, riguroso y eficaz es el Observatorio Meteorológico. Los otros no dejan de ser una escena política para salir del atolladero y disponer de una estadística más.