Hace tiempo nos dimos cuenta que el líder de la Unión General de Trabajadores –algo así como la mafia calabresa, pero en versión destructora de empleo — no sabe si mata, hiere o espanta cuando habla. Es sobradamente conocida su reducida capacidad de concentración, que no llega más allá de los cinco o seis minutos; de ahí que todos se dirijan a él con frases cortas, flashes y gestos. Como dicen sus cercanos: algo así como una torpeza no reconocida, pero sobradamente extendida.
Pues bien, este señor que va a manejar este año cerca de 100 millones de euros de todos los españoles que trabajamos y de los que no trabajan –a pesar del daño que hacen organizaciones como la suya en cuestión de empleo, infraestructura laboral y paro– no se corta ni un pelo a la hora de hacer declaraciones.