La gala de los Premios Goya ha sido una vez más una manifestación de mucho politiqueo barato y poca imaginación. Una muestra de una vacía feria de vanidades más encaminada a que las cámaras se fijen en los atuendos de los personajes que nos atiborran que otras cuestiones profesionales. Esto viene a cuento de unas subvenciones dirigidas no a premiar el arte de unos profesionales sino en premiar a través del séptimo arte relatos reiterativos de una determinada parte de nuestra historia que al ser sectaria y partidista, no interesa a nadie.
Las cosas no han cambiado demasiado en estos últimos tiempos, los productores ineficientes se aproximan al Gobierno para reírle las gracias y obtener prebendas a costa de las libertades de todos los ciudadanos. Cuanto más aumentan las subvenciones a cada proceso de una película, más disminuye la recaudación en taquilla. A la gente no le interesa ni le sorprende apenas ninguna de las películas que aparece y desaparecen rápidamente de las carteleras. Tanto se ha aislado de la realidad y de los gustos de los españoles que en los últimos años las subvenciones públicas que recibe han superado la recaudación en taquilla.
Sobre estas bases se monta todos los años la gala que no es más que un ejercicio de autocomplacencia y un acatamiento al poder establecido, con tal de que caiga la próxima subvención al enésimo bodrio histórico. Los cineastas desde hace tiempo trabajan de encargo con temas que sean exclusivamente para gustar a la ministra de Cultura. Si los cines están vacíos y hay que retirar la película no importa, ya han cobrado la subvención.
El morbo de este año ha sido el discuso de despedida del dimitido Alex de la Iglesia y su enfrentamiento con la ministra González Sinde. Ésta, sin un ápice de autocrítica, sigue su camino en culpar a las descargas ilegales el fracaso del cine español cuando lo que se descarga en su mayoría son producciones americanas. A la puerta del Teatro Real ha recibido los merecidos abucheos de la plebe.
Gritos como «Cero Zapatero», «libertad en la red», «Fuera, fuera, fuera», «contra Sinde, el pueblo no se rinde» o «esto es un atraco» ; «No sois artistas sois carteristas», «Sinde Sinde Sinde sin vergüenza» fueron algunas de sus consignas, por no hablar de las dedicadas a muchas actrices («esas tetas las he pagado yo») y las sonoras pitadas a los Bardem al completo («No a la Guerra, sí a las perras«) o «Televisión, manipulación» que fueron algunos de los favoritos que posteriormente se han transformado en el interior por las reverencias hacia la ministra de los agraciados en este pesebre.
Con esta política de subvenciones corremos el riesgo de cargarnos una industria en que prima la seguridad de la subvención, ante quien estaría dispuesto a correr el riesgo y aportar arte e imaginación a una industria en decadencia ante el avance de otras técnicas y formas de exhibir las producciones fuera de las salas de cine.