Toda la ciudadanía debe vigilar para que ETA no consiga entrar en las instituciones. «No caben atajos, ni componendas ni concesiones», ha dicho Rajoy en Sevilla. Al menos el ‘líder de paja’ del PP ha dicho algo sensato, aunque para ello haya tenido que apoyarse en Aznar, ínclito eje sobre el que sigue girando la presunta derecha, pretendido centro y desconfiada formación de progreso.
No hay duda: es con la ley con lo que hay que acabar con el terrorismo y con la izquierda socialista abertzale; en este último caso, hay dos ‘apellidos’ muy peligrosos para una sociedad en permanente progreso, como son los conceptos «socialista» e «izquierda». Apelativos que han sustentado la crispación social a lo largo de la Historia y el engaño permanente, además del cercenamiento de las libertades y la represión al disidente o discrepante.
De ello damos fe quienes hemos sufrido la persecución, el odio y la represión socialista. El socialismo siempre ha utilizado el terror, el asesinato o la represión para amedrentar a la ciudadanía. Y cuando no ha llegado a ello, ha mostrado los puños y las pistolas, ha quemado clérigos e incendiado monumentos, fundamentalmente iglesias, o ha recurrido a los golpes de Estado, como en los años 1931 y 1934.
Miles de pueblos han sufrido el opio del socialismo y el dolor del sufrimiento, de la misma manera que millones de personas en el mundo crían malvas por las atrocidades del comunismo. La ‘izmierda’ es el veneno y la sinrazón de las sociedades prósperas. Talleyrand acertaba cuando decía que «la palabra se le ha dado al hombre para encubrir su pensamiento». Y el socialismo siempre ha ocultado el castigo, la radicalidad y la amenaza tras de la palabra. De ahí que haya que tener cuidado con la represiva ‘izmierda’, capaz de hacer uso de los más bajos instantos con tal de mantenerse en el poder. Recuerden el referente del 11-M y los acontecimientos que saldrán estos días en los medios de comunicación.
Dentro del odio que encierran las ideologías de izquierdas y del radicalismo que proyectan, está demostrado que son débiles de carácter. En ellas abundan los complejos no confesados; unos complejos que debilitan a sus portadores y que muchas veces los utilizan como mecanismos de compensación, dando a entender lo contrario. Arthur Achnitzler decía que «la fuerza del carácter con frecuencia no es más que debilidad de sentimientos». Pues eso mismo.