Franco creció al albor de una minoría violenta, y de una mayoría silenciosa.
Por Xavier Carrió / Cuando un pueblo tarda más de 40 años en olvidar a un muerto es que, seguramente, eran felices. Sí, además, necesitan ese tiempo para atreverse a matarlo, cuando en vida simplemente callaban, es una enfermedad. Para entrar con agumentos, debemos decirlo con todas las palabras: en la Cataluña de mediados del siglo pasado había muchos franquistas. Por mucho que TV3 y los medios de propaganda afines lleven esos mismos años vomitando justo lo contrario.
La supuesta historia de Cataluña en el franquismo recuerda, en cierta medida, el mito de la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. Como escribía hace poco el historiador y profesor de la Universidad de Oxford Robert Gildea, “ni tan masiva, ni tan francesa”. Aquí, en Cataluña, sin temor a equivocarnos, ni hubo tanta oposición, ni mucho menos fue catalanista. Sólo hay que recordar el tan cacareado acto de Jordi Pujol en el Liceo, organizado desde su casa, mientras vivía una vida acomodada. Perdón, una vida de rico con el dinero amasado por su familia en pleno franquismo.