Jesús Salamanca Alonso / Hasta hace poco algunas comunidades autónomas levantaban la bandera del informe PISA cuando los resultados referidos a ellas estaban por encima de la media nacional, e incluso siguen haciéndolo para salir en la foto de los medios de comunicación. Sin embargo, llama la atención lo contrario: cuando los resultados no son los idóneos para presumir suelen esconderlos. Supongo que ambas posiciones forman parte de la política, del juego que se trae la ‘casta y de la ignorancia que corona al mediocre.
Se suelen aprovechar datos de ese tipo para demostrar, en ocasiones, que a pesar de los recortes, estos no afectan a los resultados. El caso es justificarlo todo, incluso lo injustificable; en eso se parecen mucho algunos políticos a los sindicatos clasistas y a la izquierda radical. Forma parte de su filosofía. Y cada vez que escucho justificaciones difícilmente asumibles me viene a la mente la afirmación de Tagore respecto a que “leemos mal en el mundo y después decimos que nos engaña”.
¿Por qué digo lo anterior? Pues porque no he visto a la administración educativa ni a sus responsables salir a justificar o a exponer cómo resolver los datos aportados por la OCDE sobre los problemas que tienen muchos jóvenes para interpretar correctamente cuestiones de la vida cotidiana. Me refiero concretamente al informe publicado hace poco, donde se valora la capacidad de los alumnos de 15 años en lo que refiere a la resolución de cuestiones propias de su edad y, como antes decía, vinculadas a temas de la vida real.
Según ese informe, “los jóvenes españoles, distribuidos en 368 centros educativos, ocupan el puesto 29 entre los 44 países que participan en la prueba”. Parece ser que los datos no han variado con respecto a los obtenidos en diciembre de 2013. Este dato anticipa otro digno de destacar, pero no por su elevado nivel sino por todo lo contrario: ni en matemáticas ni en Lengua ni en Ciencias nuestros alumnos llegan a la media.
Respecto a esos datos suele haber comentarios ociosos y caprichosos: en pequeño comité se le escapó a un alto cargo de educación de la comunidad de Castilla y León, con un par de copas de más y una lengua viperina contra su presidente de partido, que “el culpable es el profesorado”. Y como éste que escribe estaba presente, inmediatamente le pregunté: “¿El culpable de los buenos resultados, cuando se dan, es la administración educativa o los altos cargos de esa?”. Ni que decir tiene que la respuesta se hizo esperar, para venir a decir que “no le habíamos interpretado correctamente”. Lo cierto es que se había expresado con tanta claridad que no sabía por dónde salir ni qué decir. Y precisamente esa torpeza nos hizo pensar que, en palabras de la escritora austriaca, Marie Von Ebner-Eschenback: “hace falta saber mucho para poder ocultar que nada se sabe”. Lo que no sabemos es si su versión era una consigna de la Consejería de Educación y…. en esa indagación estamos.
En fin, para nadie es un secreto que el sistema educativo español se ha convertido en una chapuza institucional. La LOGSE sembró de analfabetos funcionales el país y las sucesivas reformas no lo han cambiado; tan solo han utilizado sinónimos para no cambiar nada. A la LOMCE la han llenado de adjetivaciones estúpidas que no conducen a nada. Ni la LOCE ni la LOE ni la propia LOMCE han aportado nada nuevo, ni para la calidad educativa ni para la excelencia; de ahí que el ministro de educación, José Ignacio Wert, se haya convertido en el destinatario del pelotazo de feria. Ya se sabe, como decía el director de mi periódico, que solo los tontos andan por las paredes o ponen su imagen para que reciban una patada en el trasero.
Nuestro sistema educativo tiene fallos imperdonables desde 1990. Unos fallos que afectan a la propia enseñanza-aprendizaje, a las competencias básicas y a las enseñanzas de base. El número de analfabetos funcionales se ha extendido considerablemente; cuestión que comprobamos a diario en los centros de educación de personas adultas. Por eso los informes PISA han perdido toda credibilidad, porque fallan en la base, en los planteamientos, en los datos, en la obtención de estos y en el propio resultado final. Y si no…. ¡demuéstrenmelo!
De todos es sabido que en España tenemos un problema educativo serio, por la falta de exigencia en la mayoría de los centros ordinarios. En vez de generalizarse en la escuela española el gusto por las matemáticas, la lectura, la redacción, la ortografía práctica y el atractivo del aprendizaje, nos centramos en cuestiones secundarias que a poco o nada conducen. Muchos centros hace tiempo que cayeron del burro y se han implicado en la educación real y en el desarrollo del aprendizaje permanente; incluso, fomentan la educación de la autonomía y de la responsabilidad.
El aprendizaje de conocimientos, si no va acompañado de habilidades, supone un sistema cojo por su desfase y su irracionalidad. PISA lo dice con tremenda claridad, pero parece que la administración educativa lo plasma solo en letra y lo olvida en el devenir diario. Por eso, España precisa con urgencia de la reforma de su sistema educativo y no de simples acoplamientos e implantaciones de sinónimos, para dar a entender que algo se mueve, aunque nada cambie. Hay que castigar el robo de lo más importante que es el tiempo para enseñar y aprender. Ya decía Napoleón que “hay ladrones a los que no se castiga, pero que nos roban lo más preciado: el tiempo”.
Siempre se ha dicho que la educación es un indicador de desarrollo nacional. Hablamos de una herramienta preparada para aportar las bases del crecimiento personal y de la inserción social. En los tiempos que corremos no se entienden las trabas que se ponen desde la izquierda radical, quien siempre vincula la educación a criterios economicistas. Algo hay que hacer para frenar desfachateces e insensateces cuyo objetivo es que exista desconcierto para hacer realidad aquello de “cuanto peor, mejor”. Precisamente, por eso no entendemos la algarada callejera que resulta de intentar catalogarlo todo, incluso la innovación y el desarrollo. Ya solía decir Hermann Hesse que los hombres que dicen cosas interesantes no son muy numerosos, pero los que escuchan son aún muy escasos.