Por Jesús Salamanca Alonso / Antes o después tenía que pasar. La formación en el ámbito de los sindicatos de clase se había convertido en un abuso sin precedentes; unos no se daban y otros se impartían de forma ‘sui generis’. Pero siempre quedaba dinero para que esos sindicatos pudieran seguir con sus montajes, financiando una infraestructura mastodóntica y llena de decimonónicos liberados.
Como a todos beneficiaba, pues todos callaban. Lo peor de eso es que por culpa del sindicalismo vertical unificado han quedado atrapados otros que sí los hacían con formalidad, programación y temporalización, además de con unos objetivos claros, unos contenidos adaptados al puesto de trabajo y unos destinatarios preocupados por estar en el mercado laboral.
Ahí tenemos el ejemplo de Madrid, donde el sindicalismo vertical unificado y de clase se ha quedado a verlas venir. La formación a desempleados de esa comunidad no ha llegado en forma de dinero para los sindicatos de clase. Y es que nadie confía en quienes se escondieron cuando empezó la crisis y apoyaron al Gobierno socialista mientras ponían el cazo.
Ni UGT ni CC.OO se merecen dotaciones para cursos destinados a parados. En la Administración hay miedo a los escándalos y a verse salpicado. Al fin y a la postre tienen lo que merecen. Han cosechado lo que llevan años y años sembrando. Y no digamos si miramos a Andalucía: ahí sí que apaga y vámonos; lo mismo dedican el dinero de subvenciones a saraos o cenas ampulosas que a juergas… o a lo que se tercie.
El fracaso de los sindicatos de clase, a la hora de hacerse con cursos destinados a parados, es el principio de un final cantado. No tiene sentido que los sindicatos formen a parados –en muchos casos han abandonado a esos, mientras se han dedicado a mirarse el ombligo, a llenarse los bolsillos y a viajar a costa del erario público—como no tendría sentido que fueran los elegidos para cobrar el impuesto de bienes inmuebles, por poner un ejemplo.
Un dato muy curioso es que — tal y como leemos en la prensa– de los 850 cursos a impartir, solo han conseguido hacerse con ocho de ellos; es decir, menos del uno por ciento. Con los criterios de realismo, el sindicalismo de clase no es capaz de llegar a medio camino. Los centros de formación de los sindicatos deben ser para impartir formación sindical, pero carecen de los criterios de calidad y excelencia cuando se habla de “demandas reales del mercado laboral” que es, justamente, lo que pedía la comunidad de Madrid.
Los sindicatos de clase se han quedado sin cursos destinados a la risoterapia, relajación, técnicas de descanso, huelgas trimestrales, palos en las ruedas al empresariado y otras historietas raras, además de denunciables. Lo prioritario es el mercado laboral, por lo que hay que aprovechar el tirón del nuevo ciclo que ahora se inicia. Para ese nuevo ciclo, los sindicatos de clase de esta España tan maltratada aún se han adaptado y cada vez más irán quedando fuera del juego económico y laboral.
En esta ocasión no entraré en lo que el consejero madrileño, Salvador Victoria, ha calificado como “comportamientos de carácter penal”, al referirse a algunos de los cursos de UGT. Ciertamente, no a todos. Hoy no toca. Mejor, otro día.