Por Gonzalo Santonja en El Adelantado de Segovia.
¡A las barricadas! Menudo espectáculo el protagonizado por una cuadrilla de sindicalistas andaluces, dirigentes y miembros destacados de UGT y Comisiones Obreras, a despropósito de Mercedes Alaya, instructora del llamado Caso Ere. Hacía tiempo que nadie perpetraba una algarabía de tamaño jaez: ordinaria, obtusa, rancia, apestosa de complicidad bucanera y machista.
«¡Viva la lucha de la clase obrera!», gritaban a las puertas del juzgado donde sus camaradas acababan de prestar declaración. ¿A qué lucha se referían? Salvo que todos estemos radicalmente equivocados, la juez del caso no investiga cajas de resistencia ni huelgas heroicas. Lo que su señoría persigue son cuentas de langostinos, jamones y vinos de solera, munición consumida en fiestones de barra libre a cargo de un dinero oficialmente asignado a parados y cursos de formación. Nada de escaramuzas reivindicativas: batallas de mandíbulas batientes, gaznates satisfechos y estómagos orondos a cuerpo limpio libradas en campos bélicos tan comprometidos como el recinto ferial del abril sevillano.
«¡Fea, fea!», alborotaban aquellos adonis, “hortera, métete en la lechera”. Frente al trabajo de una mujer concienzuda, dicterios cavernícolas y alardes trasnochados. Hasta Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo, secretarios generales de UGT y Comisiones, se han visto obligados a lamentar ese alarde botarate, palinodia que les honra aunque se hayan empleado con palabras medidas y cautelosas, quizás abrumados por la perspectiva de saber en entredicho las finanzas de ambas organizaciones.
Los sindicatos son imprescindibles, de acuerdo. Pero eso no justifica ningún desmán. Ni el de las facturas creativas, ni el de la coacción a los jueces, ni el de los presupuestos hinchados, ni el de las subvenciones desviadas, ni el de los cursos de risoterapia. También para ellos ha sobrevenido la hora de la regeneración.