* FUENTE: BABBILONIA
El día 31 de Mayo de 1453 fue trasladado a Portillo. Fue trasladado desde Burgos a Valladolid y desde Valladolid a la villa de Portillo y puesto a buen racaudo, “fízolo poner en fierros y en una jaola de madera”, escribe Pérez de Guzmán en sus “Generaciones y semblanzas”. Dicho traslado se produjo tras una serie de acontecimientos bastante turbios. Ese mismo día, a don Álvaro le fue notificada su condena a muerte.
Según se cuenta en un especial de fiestas de Portillo del año 1981 (elaborado por la revista RESINA de Mojados), Luis Calabia aporta una serie de datos sumamente interesantes. En un manuscrito de Zarauz, encontrado por el profesor don León del Corral, hay testigos para todo (esos papeles fueron guardados muchos años en la Casa del Sol, de Valladolid, una de las mejores bibliotecas del siglo XVII, pero fueron mal repartidos por los herederos del conde de Gondomar y del falso proceso urdido una copia fue a parar a Zarauz y otra más completa a la Biblioteca nacional).
(Ver VALLISOLETUM) Desde Portillo, cuyo calabozo sirvió de prisión de Estado, fue trasladado a Valladolid. Una comitiva de soldados y franciscanos, mandados por don Diego de Zúñiga, había escoltado de forma discreta a don Álvaro para ejecutar su sentencia. Le sacan de la fortaleza y le montan en una mula; así se despide don Álvaro de la fortaleza y de Portillo. Luego, al cruzar el duero, le saldrá al encuentro un padre fransciscano, teólogo él, Fray Alonso de Espina, Una vez en Valladolid fue conducido a la residencia de don Alonso Pérez de Vivero, ministro del rey y contador mayor del reino, al que don Álvaro había ordenado matar en su propio palacio el 30 de marzo de aquel mismo año. Fue recibido con amenazas e insultos por parte de los criados y la viuda, pues se consideraba una afrenta el hecho de ser llevado allí. Ante esa situación se optó por conducirle a la casa de los Zúñiga.
El día 2 de junio, don Álvaro acudió a confesión, oyó misa y comulgó. Después de la misa pidió un plato de guindas, que le fue servido. También bebió un vaso de vino, como última voluntad.
Cuando llegó la hora, la comitiva fúnebre salió hacia el lugar donde estaba prevista la ejecución: el reo iba montado en una mula, portando sobre sus hombros una capa negra. Delante de él iban los pregoneros voceando la sentencia y los motivos por los que se le iba a ajusticiar: usurpador de la corona real, entre otros.
Caminaron por la calle de Francos (actual Juan Mambrilla), Esgueva, Angustias, Cañuelo, Cantarranas (Macías Picavea) y Costanilla(Platerías) hasta llegar a la plaza de Ochavo. En ésta estaba el cadalso cubierto con un paño negro y sobre él había un crucifijo con antorchas encendidas a los lados. Don Álvaro de Luna quiso saber el significado del garfio de hierro que había sobre el madero. Recibió puntual respuesta, pues era para colgar su cabeza una vez degollado. El condestable repuso fríamente: “Después de yo muerto, del cuerpo haz a tu voluntad, que al varón fuerte ni la muerte puede ser afrentosa ni antes de tiempo y sazón al que tantas honras ha alcanzado”.
Si algo tuvo siempre don Álvaro de Luna fue elegancia y soberbia. Ascendió con entereza por las escaleras del cadalso que habían preparado en la plaza pública de Valladolid e hizo una reverencia a la cruz. Dirigiéndose a su paje Morales se quitó el sombrero y el anillo y se los entregó diciendo: “Esto es lo postrero que te puedo dar”. Apenas unos momentos después, fue decapitado; de un corte certero le degolló y a continuación le decapitó. Su cabeza fue mostrada a los presente en lo alto del palo. Allí permaneció expuesta los nueve días siguientes, en tanto que el cuerpo fue retirado el tercer día.
Junto al cadalso se colocó una bandeja de plata para recoger limosnas de los presentes que permitieran sufragar el entierro. En esa ocasión, según cuenta la tradición, la bandeja se llenó de monedas. El cuerpo fue retirado por en unas andas y lo llevaron los frailes de la Misericordia hasta la iglesia de San Andrés. En aquel entonces era una ermita en el extramuros de la ciudad, en cuyo recinto se venían haciendo enterramientos de malhechores y ajusticiados. Según la Historia su cadáver fue enterrado en una fosa para criminales.
Pasados dos meses, el cuerpo y la cabeza fueron trasladados en colemne procesión, con la asistencia del rey, al convento de San Francisco (en la actual Plaza Mayor).
La viuda de don Álvaro, Juana de Pimentel, y su hijo Juan –Conde de Alburquerque– si bien habían ofrecido cierta resistencia desde su señorío de Escalona, a los pocos días decidieron rendirse. Los bienes de la familia fueron confiscados, pero doña Juana de Pimentel (“La Triste Condesa”) logró conservar todas las posesiones que llevó como dote.
Con el paso del tiempo la familia consiguió rehabilitar su memoria y trasladar sus restos que descansan en la Catedral de Toledo, en el lugar conocido como “Capilla del Condestable”.
Juan II nunca consiguió superar la ejecución de su valido. Una ejecución de la que era él el único responsable. Enfermó poco después de la ejecución, según los más debido al remordimiento. Su carácter se volvió melancólico y ausente hasta su fallecimiento. Murió el 21 de Julio de 1454, haciendo antes una solemne declaración sobre su incapacidad para ejercer el oficio de rey.
Año 1658: El Consejo de Castilla declaró a don Álvaro de Luna inocente y libre de toda culpa de las mentiras por las que había sido condenado.
Bibliografía:
* César González Mínguez – catedrático de Historia Medieval en la UPV.
* Historia de España – Modesto de la Fuente.