He pasado unos días en Vic con la familia en un largo fin de semana cargado de aniversarios y reencontrando amigos de juventud. Todos al saludarnos nos decimos “qué bien te veo, estás igual…” Pero el tiempo no perdona. Y la realidad es que uno ya no es el mismo y los demás tampoco.
Ahora ellos están con esta campaña surrealista en la que los candidatos van por los pueblos hablando de aquello que les importa un bledo a los ciudadanos como lo de los “castells” y el “Patrimonio de la Humanidad” o si se hace la campaña en castellano o catalán, y en cambio no se habla de aquello que realmente les preocupa que es la inseguridad sobre el futuro y esperando simplemente que cuando gobiernen les caiga el cuatro o más por ciento de impuesto revolucionario para bolsillos de los políticos desde cualquier emprendedor que tenga el valor de montar algún negocio en estos lares. En realidad lo que se lleva es cerrar la fábrica largarse con ella a China o Polonia, dejando las calles llenas de parados e inmigrantes sin nada que hacer vagando por las calles de la “nació”.
Después de cuarenta años de ausencia, y me fui para el Levante en busca de sol, aún vivía Franco y había centenares de proyectos y la esperanza de una mejor vida de los catalanes que iba a coincidir con la desaparición del dictador. Conseguimos una cierta libertad, pero otros se han encargado de cercenarla poco a poco en beneficio propio, hablando de patriotismo, idioma, identidad y otras utopías.
Ahora Cataluña no está mejor que cuando me fui, porque los catalanes ya han perdido la ilusión de un futuro mejor, todo lo más que aspiran es que algún político les coloque en alguna de sus embajadas patrióticas en cualquier lugar del mundo, donde posiblemente se viva mejor.