Todo lo que se conozca o apellide “nacional” sobra en la región catalana. Región, que no país, a pesar de los panfletos en que se recoge tal acepción. Mientras esté dentro de España, formará parte del territorio nacional, guste o no guste a esa parte de la sociedad nacionalista catalana que se caracteriza por estar enferma; una enfermedad contagiada por sus propios políticos, sobre todo de corte nacionalista “dominguero” y ocasional. Un corte donde predomina el interés para seguir a lomos de la burra pública y apoltronada.
Esa enfermedad a la que aludíamos ha vuelto a manifestarse en la votación para intentar alejar la “fiesta nacional” de la región catalana, por muy pocos votos de diferencia. ¡Quién ha visto a Cataluña y quién la ve!
“Algunos piensan que por prohibir los toros seremos menos españoles”, ha dicho el portavoz del PSC. No se conforman con prohibirlos en su región, sino que critican lo que llaman sufrimiento del animal. Estamos ante una corriente animalista que pretende salvar al toro bravo, nacido para morir en la plaza y en festejos varios (origen y señal de identidad de su crianza) y consiente a la vez el sufrimiento humano, traducido en descuartizamiento y muerte del niño en el vandálico, degenerado y monstruoso e inculto aborto.
El Parlamento catalán aprobó suprimir las corridas de toros en 2010; es decir, aplaza el problema. Tal tramitación es el resultado de la presión de grupos vandálicos que se esconden tras la acepción “animalista”, ceñidos a una mentalidad pueblerina (con todo el respeto a los pueblos de España y también de la región catalana), una actitud radical, un gusto ‘agarrafonado’ y un afán por acabar con toda tradición que suene a española o nacional. La hipocresía y falsedad de tales grupos siempre se esconde tras la mentira convertida o disimulada. Y a veces tras el odio y el complejo de inferioridad arropado por sádicos mecanismos de compensación.
Aún recordamos unas críticas, procedentes de un sector catalanista de corte sociata, con motivo del Toro de la Vega, de Tordesillas. Confundían churras con merinas y sufrimiento con jolgorio. Los “animalistas” que han presionado a los grupos de políticos catalanes más torpes y fácilmente influenciables, hasta llegar a la horterada de aplazar la prohibición de las corridas de toros en la región catalana no tienen ningún interés por la vida, ni humana ni animal.
Buena parte de quienes salieron a la calle defendiendo el descuartizamiento de una criatura y su muerte prematura, son los mismos que dicen luchar contra el mal llamado ‘maltrato animal’. Están convencidos de salvar al toro y seguir luchando por aumentar el número de casos de maltrato humano. Quienes no somos aficionados a la Fiesta Nacional, no acudimos a ella y punto.
No les interesa la vida ni lo más mínimo y menos aún la vida humana. Fomentan el aborto, mientras alzan los brazos y manifiestan su inquina contra lo que llaman maltrato animal. ¡Hipócritas! Simples luchadores de salón dentro de una mala película con tema residual de cruzada antitaurina. Verracos de mente corta y lengua larga.