Nos gustaría saber cuánto dinero reciben los sindicatos de clase, procedente de los presupuestos generales del Estado. Sí es cierto que el BOE puede aportarnos interesantes datos sobre ayudas, subvenciones, cursos de formación y un largo etcétera. Pero también es verdad que reciben dinero por otros cauces. Por eso no entendemos que sean las empresas quienes pagan a sus sindicalistas liberados, mientras los propios sindicatos manejan a su antojo fondos con muchos ceros y, a veces, los dedican contra los trabajadores y contra la creación de empleo. A todos ello hay que añadir las elevadas cantidades que reciben de las comunidades autónomas, ayuntamientos, diputaciones y del Fondo Social Europeo.
La sospecha sobre la dedicación de esas grandes cantidades se centra en los ‘conocidos’ cursos de formación, cuya financiación no suele entender casi nadie y cuyos gastos no son precisamente modelo de control justificativo. También suele ser dudosa la utilidad de tales cursos, unas veces destinados a los parados y otras a afiliados de situación y posición diversa. Todavía no conocemos a nadie que nos pueda demostrar que los cursos de formación de los sindicatos sirven para encontrar empleo.
Igualmente quisiéramos saber cuánto alumnado de las escuelas-taller encuentra un empleo duradero o fijo y cuánto dinero ‘blanquean’ los sindicatos de clase a través de esas escuelas-taller. Lo que sí está claro es que esos cursos suelen servir para que quienes los hacen no figuren en las listas del paro; en eso sí que aprendieron personajes como ‘Chuchi’ Caldera: gracias a sus ‘tejemanejes’ hoy figuran como parados cerca de seiscientos mil menos que los existentes realmente; lo que convierte en fraude lo que nació con digna aspiración.
¿Y qué decir del conocidísimo patrimonio histórico? Pues que se ha convertido en la ‘mamandurria’ de los sindicatos obreros. Los ladrones de guante blanco no solo aparecen en las películas. Han aprendido el pensamiento de Jesús y no hacen más que practicarlo. ¡Qué bien se les da ese “pedid y se os dará”. Una práctica que llevaron a cabo con Felipe González, Aznar y que la llevan a cabo con el actual presidente.
Se les llena la boca de derechos, sin reciprocidad de deberes. Año tras año las administraciones públicas han llenado los bolsillos de esos sindicatos que se dicen obreros, de igual forma que les han posibilitado un desorbitado patrimonio, lleno de sospechas y dudas. Pero, a pesar de eso, siguen pidiendo patrimonio. Hoy los sindicatos son un hervidero de envidias, malestar y abusos que dañan al mundo laboral. Demasiados vagos por metro cuadrado, sobre todo en comunidades como Madrid. Decía Rojas que “más vale una migaja de pan con paz que toda la casa llena de criadas con rencillas”.
Otra ‘bola’ interminable son los liberados. Se cuentan por millares. No hace mucho leía en un diario que superaban los doscientos mil entre los dos sindicatos ‘obreros’. Los tienen repartidos por todas partes e instituciones, tanto en el ámbito público como en el privado. Lo mangonean todo. Lo inspeccionan todo. Lo trafulcan todo y todo lo manosean; se han convertido en los asquerosos del sistema. Pero lo más penoso es que son las empresas quienes corren con los sueldos de sus sindicalistas liberados, lo cual se convierte en una injusticia tremenda.
Entre empresas y presupuestos generales soportan todos los sueldos de los sindicalistas, por lo que nos preguntamos ¿qué aportan los sindicatos a la sociedad, además de disgustos, huelgas cuando la ciudadanía pretende disfrutar de sus vacaciones y política barata contra las comunidades autónomas más prósperas? ¿Qué producen los sindicatos, además de discrepancia permanente y obstruccionismo empresarial? ¿Alguien cree que producen algo realmente?
Actualmente la afiliación no supera el 2% de la totalidad de trabajadores, lo que ya dice mucho a favor de su inutilidad. Pero no se preocupen que los sindicatos seguirán pidiendo el sol y la luna y, si me apuran, hasta pedirán aumento de sueldo para sus ‘apoltronados’ y conservadores liberados. El sindicalismo no aporta nada nuevo ni rentable a la ciudadanía. Vive alejado de la realidad y de la rentabilidad global. Merece el sindicalismo el desprecio más acentuado. Ya como dice el refranero: “Yedra que no se pega al muro, tiene mal futuro”. Pues, eso.