Desolador. Patético. Increíble. Inesperado. Cabreante. Como lo leen. Quienes votamos tenemos derecho a hablar y a decir por escrito u oralmente lo que sentimos. Ahí tienen al Parlamento de la Nación que todavía se llama España. vacío, más solo que la una en época estival y en Andalucía.
Quienes dicen representar a los ciudadanos ni siquiera acuden a su trabajo, aunque entre ellos se defienden aduciendo que están llamando por teléfono a sus pares, tomando café con sus representados, preparando respuestas parlamentarias a destiempo, durmiendo la mona de la noche anterior o pidiendo disculpas por los estropicios que hicieron en la barra americana o ‘amaricona’ donde pernoctaron. A esta gente ya no hay quién la crea. Ni siquiera son creíbles en sus casas, donde se les aguanta por el sueldo que llevan y por lo ausentes que están.
Jusguen ustedes mismos. Como bien dice nuestro admirado, Federico Jiménez Losantos, son ‘dipuvagos‘. El pueblo soberano se ha vuelto a equivocar una vez más: vota por inercia o torpeza, es vago por defecto, incapaz de saber quién le hace daño y quiénes le desprecian, abandera su particular paranoia y ni siquiera alcanza a ver quién le representa, por lo que ‘autoriza‘ a los padres de la patria que le reprresentan a levantarse de la ‘cama abarraganada’ más tarde de las once; decía nuestro abuelo Pedro que cualquier trabajo que no diera para levantarse más tarde de las once de la mañana no era un trabajo señorial. Y esa filosofía nos la hemos aplicado alguno de sus nietos, sabedores de la certidumbre de la máxima y de la virtud reparadora para la salud individual. Nuestro abuelo no era diputado ni senador, por eso no era vago por naturaleza, ni abarraganado, ni prebendado de la política.
Nos da igual que se llamen ‘PPerros‘ o ‘sociolistos‘, falsos liberales o ‘nazianalsocialistos‘. Aspiran a lo mismo, con los mismos objetivos y semejantes aspiraciones. A la hora de la verdad no hay ideologías ni posturas enfrentadas, ni fronteras entre el vago, el desgraciado, el inútil, el estúpido y, como dice mi amiga Rosario, el hijo de madre desconocida sin distinción.
Sí. Son los diputados; es decir, dos veces ‘putados‘ y ninguna puteados, pues eso lo son sus votantes. Y lo son porque no representan a nadie, porque el pueblo soberano es torpe en la elección y por naturaleza, porque a los mejores no supieron elegirlos, porque los elegidos usan y abusan del dinero ajeno y la paciencia de todos para putear, o casi, a casi a todos. Nuestros diputados –– que es como ser puta dos veces — nunca leyeron a Ghandi, por lo que jamás aprendieron que «sacrificarse a sí mismo es infinitamente superior que sacrificar a los demás».
Ni leyeron los diputados — que es como ser puta dos veces — a Ghandi ni, posiblemente, sepan de sus enseñanzas. Decía Carlyle que «siempre hay un lugar en las cumbres para el varón prudente y esforzado», aunque la experiencia demuestre que Carlyle no siempre acierta. Nuestros diputados suelen imitar a Picabia, pues si hay algo que se toman en serio es no tomarse en serio nada. Dado que no acuden al parlamento, y se ríen de la ciudadanía, alguien debería decirles que no sirven, aunque se sirven de los demás.
Pierden el tiempo nuestros diputados y quienes los han votado, como una ofrenda a la ineptitud, a la desvergüenza, a la incompetencia y al deshonor. Han perdido el tiempo quienes los han votado y quienes no acuden al parlamento nacional. Benjamín Franklin solía decir que «si el tiempo es lo más caro, la pérdida de tiempo es el mayor de los derroches». Y el parlamento español vacío por la cumulación de vagos, irresponsables, mequetrefes y almas ruínes.
En fin, si la vergüenza es el capital de los pecados, pecado son los propios diputados –– que es como ser puta dos veces —. Sin risa y sin llanto la vida no tendría sentido, como decía Raúl Sender. Nosotros nos quedamos con la risa.