Tranquilitamente
Entre los infinitos índices de malestar que se pueden encontrar hoy por todas partes, uno de los más válidos es el que aplica cuánto dinero dedica cada persona, del total de su dinero disponible, a a compra de los alimentos. Es de los más fáciles de aplicarse a cada uno, porque todos sabemos cuánto dinero nos queda a fin de mes, después de haber comprado la comida.
Parece que el malestar se hace evidente y definitivo cuando hay que gastarse en comer más del 40 por ciento de lo que se gana y así se explican buena parte de las explosiones populares que se producen como si nadie las hubiera organizado, de las que tenemos buenos ejemplos recientes.
El hambre es de los sentimientos más difíciles de soportar. De entre la multitud de cosas aplazables que hay en la vida, el hambre es la que menos, y más todavía cuando el hambre lo pasan junto a uno mismo sus familiares más queridos. Se puede aplazar cualquier compra, menos la de la comida.
Evidentemente hay grados y grados en eso de pasar hambre, y cuando ya la dieta es mínima, el desfallecimiento hace que no queden ganas ni de protestar, y se deja uno ir a la buena de Dios y de la limosna de los otros. Lo malo está en la fase intermedia, cuando empiezan los recortes de lo que más gusta, y luego las cantidades, y luego hay que vivir del sobrepeso de los años anteriores, pero eso dura poco. Los que lo han pasado dicen que pasar hambre es terrible y que uno es capaz de hacer lo que sea con tal de salir de esa situación. Y si estamos muy por encima de ese 40 por ciento, es el momento de pensar lo terrible que lo están pasando otros y las violencias a las que les obliga su situación.
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pasar hambre | El blog de Mortimer