aprender a conducir(se)

Vamos a ver

Todos sabemos que, detrás del volante de tu coche, estás fundamentalmente tú. Nadie te puede sustituir al ir para acá o para allá. Eres tú el que toma la gran cantidad de decisiones necesarias para llegar a dónde te haga falta, con la suficiente soltura como para hacer algo, después de haberte llevado hasta allí. Que no se agote todo en ir de un lado para otro, de atasco en atasco, sino en llegar frescos y con ganas. Los coches que van sin conductor, de momento sólo existen en prototipo, aunque podrían llegar a funcionar, con lo que llegaríamos mejor a todas partes, si conseguimos que funcionen a nuestra voluntad.
De momento, lo que se puede ver todavía en las calles o carreteras, es ese espectáculo grandioso de que todavía somos bastante civilizados, cuando esa multitud variopinta va cada uno a lo suyo, procurando interferir lo mínimo en la marcha de los otros, intentando que también los demás puedan llegar cada uno a donde tenga que hacerlo. Naturalmente, hay atascos y accidentes, pero son muy pocos en comparación al volumen de las personas que se mueven, que van, y que llegan a donde quieren, sin incordiarse demasiado unos a otros.
A nadie le extraña que para llegar a eso haya que aprender a conducir, ir a la autoescuela. Luego, das los primeros pasos con una L en tu coche, sabiendo tú y los demás, que todavía no sabes conducir bien; y que los demás no se enfaden demasiado si metes la pata. Después, conforme aumenta la experiencia, ya todos vamos como si tal cosa: como si conducir formara parte de nuestra vida desde siempre.
Y vamos de aquí para allá, guiados por una reglas y señales que todos asumimos como necesarias. Lo sorprendente es que eso que sabemos para conducir un coche, no somos tan capaces de proponerlo y adquirirlo para nosotros mismos, para conducirnos directamente a la meta que esperamos alcanzar.
Conducir(se) se complicaba hasta ayer por el exceso de opciones disponibles en las redes y fuera de ellas, no se sabe si buenas o malas, ni si te estaban engañando con un pirulí llamativo, pero, en cualquier caso, excesivas, que te ocupaban demasiado tiempo y saturaban la atención disponible. Tenemos que dar gracias hoy a esa crisis, que nos ha sacudido hasta los tuétanos, porque hemos experimentado todo más cerca de su auténtico valor y hoy conducimos mucho más sueltos, sin tantas cosas inútiles o innecesarias.

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