mundo anarcisado

Vamos a ver

Tiene que venir Ovidio, un poeta anterior a Cristo, a desvelar uno de los males que aquejan a cualquiera que se deje llevar por las modas de este momento del segundo milenio. Ovidio recreó el personaje de Narciso, un chico al que le auguraban una vida muy larga, “mientras nunca se conociera a sí mismo”. Hasta que un día que tenía sed, se acercó a una fuente, vio su rostro reflejado en el agua, tan bello que se enamoró de sí mismo, y se ahogó al intentar besar su imagen reflejada. No hay posiblemente algún lugar en el mundo con más espejos que esos gimnasios en los que te pones fuerte y guapo, siendo antes débil y feo, o siendo ya bastante guapo, pero queriendo serlo más. Te miras y te remiras, y te dices: ‘pues no está mal’.
Para ser narcisista parece que tampoco hace falta ser muy guapo, sino más bien tener un ego desbordado, que se acrecienta cuando los demás te jalean y tú te lo crees. Ojo con los halagos desmedidos, que son peores que las críticas ácidas. El diccionario dice que el narcisismo es ‘la complacencia excesiva en la consideración de las propias facultades u obras’. Antes se piropeaba sólo a las chicas, pero ahora, con eso de la igualdad de género, se piropea a cualquiera, y no siempre con la intención de que se sonroje del gustirrín que da eso de que le digan: ‘que guapa eres’, sino para que piense que no hay nadie como él/ella, venga o no a cuento.
Como decía la canción: ‘aunque parezca mentira, me pongo colorada cuando me miras’; la gente se descompone incluso ante una presunta sensación de que se interesan por ti. El narcisismo sólo acaba cuando te llegas a conocer a ti mismo de verdad, y no por lo que te digan los que te quieran desestabilizar con halagos, sino porque te la pegas, como Narciso, al no poder alcanzar lo que has soñado o lo que te han hecho soñar.

Lo estamos viendo con las elecciones: ‘nunca ha habido una candidata como tú para ese puesto’, dicen. Te aplauden los tuyos, lo dicen las encuestas, los periodistas te llaman a la tele, se meten contigo y por eso te crees lo más importante del mundo. Hasta que llega el día en el que los electores comienzan a meter la papeletita en la urna y te das cuenta de que te han puesto ahí porque no había otra que se tragara con tanto gusto el marrón de perder. Todos los candidatos pierden, menos uno que se lo lleva crudo y resulta que no vas a ser tú.

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