¿Quién prefiere las preferentes?

Una de las cosas que hemos podido aprender con eso de la crisis es que ‘preferir-preferir’, lo que se dice preferir, no es lo mismo para unos que para otros al principio, aunque luego todos hemos acabado igual, sin ninguna preferencia que nos distinga. Los bancos han llamado preferentes a unas cosas que firmabas y te dejaban doblado, al cabo de poco tiempo. ‘Mire, mire, caballero le voy a dejar que me compre un producto preferente, con el que usted va a ser más feliz’ (‘mientras que yo seré inmensamente feliz, si usted pica, y va, y firma’, diría para sus adentros el bancario que te estaba tentando)
Es como si un panadero te vendiera un pan que te acaba matando. Tendría que cerrar el establecimiento, más pronto que tarde, por el exceso de traspaso de clientes al cementerio. La gente que sabía de esto de las preferentes, pensaban forrarse ellos con tu dinero, con mucha más convicción que de que tú te forraras con las dichosas preferentes. Tenían que cerrar el mes habiendo vendido un montón de preferentes más que el mes anterior, o, si no, les despedirían por su falta de productividad.
Y, al final, hemos acabado todos en la calle, eso si contentitos de haber colaborado a que alguien misterioso se forre con tu dinero preferente, sin que se llegue a saber quién es el tal, porque tu bancario y tu estáis en la calle, a lo mejor gritando contra el Gobierno, pero con una mano delante y otra detrás, y tu banco que es también el suyo, recibiendo una pasta gansa para equilibrar el balance, porque también lo ha perdido casi todo en la deriva de los y las preferentes.
La primera vez que los socialistas se presentaron a Eurovisión, con el inefable Calviño, eligieron a una chica que cantaba aquello de: ‘¿quién maneja mi barca, que a la deriva me lleva?’. Sacó cero puntos, y fue premonitorio de lo que vendría después. Como nosotros, por preferir las preferentes, que todo el mundo prefería, como los navegantes de aquella barca, tan juntitos y tan a la deriva.

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