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Necesito un trago de Google+ ¿una nueva bebida isotónica?

Foto de Purplemattfish

Si hace un par de días despertaba al oso que es este blog, hoy me dan ganas de darle un poco de valeriana, taparlo con una cobijita, arrullarlo  y cantarle unas nanas para que reanude la hibernación.

Esto de bloguear es una labor ardua. Si ya escribir la entrada cuesta sangre, sudor, mocos, eructos, resuellos, sofocos, jadeos, lágrimas y flatulencias; si ya tuitearla, facebookearla, menearla, linkedinearla, rssearla, bitacorearla se hace agotador; ahora, para colmo, hay también que «plusearla» si no quieres que te llamen retrógrado, reaccionario y neanderthal de la comunicación.

He de reconocer que esto de Google+ no lo entiendo bien todavía, y me evoca más bien al moloko plus de «La Naranja Mecánica». ¿Será una bebida isotónica? ¿o tal vez isatánica?

Aunque no sé para qué sirva este nuevo botón que le acaba de aflorar a este blog, yo, por si acaso, lo aprieto. ¿Le puedes apretar tú también a ver qué pasa?

¿Por qué se llaman así los crustáceos?

Hoy, camino al trabajo, me ha dado por pensar en el reino animal, concretamente en las peculiaridades de los crustáceos, gasterópodos, y cefalópodos, y en los porqués de sus nombres. Y llegué a conclusiones muy interesantes sobre su origen, a saber:

  • Mejillón: se llama así por sus protuberantes valvas abisagradas, semejantes a cachetes abultados.
  • Langosta: evidentemente, su nombre se debe a que es el más estrecho de los crustáceos.
  • Caracol: así denominado por su rostro de bróccoli.
  • Cangrejo: porque procede del apareamiento entre un perro y una langosta.
  • Almeja: un molusco mezquino que nunca será canonizado.
  • Ostra: bautizada así por un marinero con problemas de lenguaje al que tanto gustaron que no paraba de pedir más: «Ostra, ostra, ostra».

¿Sabes el origen de algún otro nombre de animal?

 

La serendipia de la mala patilla

La serendipia de la mala patilla

La serendipia, o el descubrimiento de las cosas por azar, ha sido la madre de grandes descubrimientos, como la penicilina o el Principio de Arquímedes (principio, porque fue el principio del odio al de Siracusa por millones de estudiantes de siglos venideros que tendrían que estudiarlo en clase de Física). Pero la serendipia, pese a sonar muy rimbombante, está al alcance de cualquiera. No hace falta tener un premio Nobel o estar tocado por algún tipo gracia especial; basta con ser un poco torpe. Sí, torpe. Una pequeña dosis de torpeza puede ayudar a hacer grandes descubrimientos.

Por ejemplo, el otro día dejé mis gafas, de las que tanto dependo para ver las cosas claras, en el almo suelo. Y un pie cruel las aplastó sin piedad, con tanta fuerza, que cercenó una de sus patillas, la izquierda concretamente. Apesadumbrado, ahíto de tristeza, alcé la montura amputada como quien recoge del suelo un pajarillo malherido. La miré con compasión y ternura.

Superado el estupor inicial, decidí adoptar una actitud positiva y acomodé los lentes maltrechos sobre mi nariz. ¡Se sostenían sin problema! Me miré en el espejo para constatarlo. No sólo se sujetaban con gran finura sino que además mejoraban mi aspecto, que se tornó moderno, tenue, fresco y remozado como por arte de magia. Ese lateral al descubierto era toda una innovación estética.

Con el paso de las horas he ido descubriendo más ventajas. Mi oreja izquierda se cansa menos. No tiene que sostener el peso de la patilla. Y ese esfuerzo que se ahorra la aurícula, lo emplea en escuchar mejor. Así, por primera vez en mi vida, puedo captar tonos agudos que sólo los perros son capaces de discernir. E identificar cada una de las notas de la novena sinfonía de Beethoven. ¡Qué maravilla!

La patilla huérfana, la llevo guardada en el bolsillo de mi camisa, y la saco cuando se tercia, para pinchar una aceituna en el aperitivo, para rascarme la oreja cuando me pica o incluso para embocar una pelotita de papel de aluminio en un hoyo ficticio, en un birdie imaginario.

En la calle, la gente se me queda mirando. Los más atrevidos me paran e inician una conversación, inquiriendo sobre la patilla mutilada. Pero después de las explicaciones iniciales y el rubor por mi torpeza supina, el diálogo enseguida deriva por interesantes vericuetos, y tenemos elevadas disquisiciones sobre física cuántica e iconoclastia, un nuevo procedimiento quirúrgico para ensanchar arterias utilizando iconos bizantinos.

Además, al minimizar el rozamiento de las gafas con la atmósfera, puedo caminar con más velocidad, a un paso más ligero y llegar puntual a todas las citas. Y al subirme en los atestados vagones del metro, un soplo de aire fresco me entra por el lateral izquierdo y me ayuda a sobrellevar mejor el calor humano.

Pero aún hay más. A la hora de irme a dormir, al borde de la extenuación, sólo tengo que doblar una de las patillas, en lugar de dos, un ahorro de energía considerable, que utilizo para cerrar más rápido el párpado izquierdo. En definitiva, todo son ventajas.

¡Estoy tan contento con mis gafas monopatilla!

Los rascacielos aprovechan un vacío legal para fumar

Cada vez es más difícil encontrar un lugar donde se pueda fumar. Las leyes prohíben el tabaco en bares y restaurantes, hospitales y edificios de oficinas. Pero los rascacielos han encontrado un vacío legal, un área gris y borrosa en el derecho. Nadie ha prohibido expresamente que los edificios en sí fumen. Y algunos se están aprovechando, como el de la foto.

¿Y ahora qué?

Foto de Marco Bellucci
Foto de Marco Bellucci

Ayer por la tarde le asesté un golpe mortal a este blog. Fue algo sin premeditación, sin cálculos fríos. Sucedió de manera espontánea. De haberlo sabido, quizás lo hubiera podido evitar. Qué se yo. Pero ahora el mal ya está hecho y hay que pechar con ello.

¿Qué fue lo que hice? Pues ni más ni menos que secar una de las fuentes de inspiración de estas «Anacrónicas», frenar el soplo que infundía vida a muchos de sus textos, contener su savia, cercenar su musa, derribar uno de sus pilares. Me compré el iPad.

Durante semanas, la ilusión de adquirirlo, las ansias de lograrlo, ese anhelo, delirio incluso… había cebado mi creatividad. Todo eso ha desvanecido y quedo abandonado a mi suerte. ¿De qué escribiré a partir de ahora? Tal vez, en un arrebato de desesperación, me dedique a observar el vuelo de las aves, o a estudiar los comportamientos de las colonias de hormigas rojas. Quizás así encuentre nuevas inspiraciones. De lo contrario, tendré que esperar a que el capitalismo consumista vuelva a enardecerme.

Si Twitter no verifica tu cuenta, autoverifícate

Desde que Twitter empezó a verificar las cuentas de los famosos, también yo quise ser un personaje verificado. Sin embargo, el proceso es engorroso y tan complicado que ni siquiera se puede acceder al link del formulario para solicitarlo (al menos a día de hoy, da este error). Así que he optado por desistir del intento y autoverificarme yo solo, que ya soy mayorcito para hacerlo.

Los pasos son muy sencillos. No tienes más que abrir el archivo de tu avatar en Photoshop, pegarle encima este ícono y reemplazar tu antiguo avatar con el nuevo. Y ya, cuenta autoverificada.

Bueno, una recomendación que hago, antes de poner el nuevo dibujito, es que trates de verificarte con dos o tres amigos cercanos y de confianza para cerciorarte de que eres tú el de la cuenta y no tu holograma o un doble tuyo. El procedimiento también es muy sencillo. Queda para tomar un café con dos o tres de tus allegados y pregúntales dos o tres veces si eres tú el que está con ellos, y alguna pregunta capciosa que sólo tú sabrías responder. Si pasas esta prueba, puedes ya cambiar tu avatar con toda tranquilidad e iniciar tu nueva vida como tuitero verificado.

El ejemplo ya ha empezado a cundir y @Caravinagre lo ha secundado. ¿Cuántos más os animáis?

Vacaciones prohibitivas

Acabo de volver de unas breves vacaciones en Panama City Beach y debo decir que estuvieron prohibitivas. Pero no porque el hotel fuera demasiado caro, ni porque las ostras tuvieran precios desorbitados por culpa del derrame de petróleo de BP, ni porque la gasolina estuviera por las nubes. Sino más bien porque me prohibían arrojar objetos desde el balcón de mi habitación, me prohibían llevar bebidas alcohólicas a la playa, me prohibían sentarme en barandillas, me prohibían introducir carritos en el cuarto del hotel, me prohibían tirarme de cabeza y jugar al caballito en la piscina y hasta me prohibían molestar a las tortugas marinas desovando*.

*¿Es correcto el uso de este gerundio?

¿Por qué algunos confunden la velocidad con el tocino?

Al ver esta imagen, entendí con claridad por qué algunos confunden la velocidad con el tocino. Y más aún cuando probé la palanca de cambios.

Todo tiempo pasado fue ¿mejor?

Foto de Shawn Econo

Escucho a un locutor en la radio decir que «cualquier tiempo pasado fue mejor». Lo dice con tanto aplomo que parece que la aseveración proviene de un sesudo análisis. Quizás así sea. El caso es que yo pensaba de la misma forma hace años; lo mismo me daba un pretérito pluscuamperfecto de indicativo que un pretérito indefinido, que un pretérito anterior. Total, todos eran tiempos pasados y tanto me daba.

Pero conforme fui creciendo en talla intelectual me fui decantando por el pluscuamperfecto de subjuntivo, que tenía un toque de distinción. Y entonces ya no cualquier tiempo era mejor. Yo tenía predilección por ese pluscuamperfecto, porque no sólo era perfecto; era pluscuamperfecto.

Hoy día, me deleito con los participios y trato de conjugar siempre que puedo la perifrástica pasiva, aunque es difícil. También soy adicto a los condicionales compuestos y a los futuros simples de subjuntivo, aunque no sé para qué sirvan. Los utilizo al buen tuntún, cuando creo que suenan bien. Tún, tún. Ah, y también uso los infinitivos, porque riman con aperitivos, y me gustan mucho las aceitunas con atún. Tún, tún.

Pero a lo que de verdad aspiro el día de mañana es a utilizar los gerundios con propiedad, que son muy difíciles. Y cuando lo logre, seré capaz de decir «a un clavo ardiendo», pero jamás caeré en el gerundio de posterioridad. Y entonces, sólo entonces, pasaré a la posterioridad.

El «efecto cabréame» genera el «efecto Menéame»

(Foto de Lintmachine)

Tras el exitoso post de ayer en el que hablaba de cómo el «efecto Menéame» había generado un «efecto cabréame», llego a la conclusión de que se trata de un caso de propiedad recíproca, ya que el «efecto cabréame» originó a su vez un «efecto Menéame» que volvió a colapsar mi servidor.

De nada sirvió cambiar de compañía de alojamiento (¿o quizás debería decir de «aloja y miento», porque te prometen unas cosas que no siempre se cumplen?). Esta vez, sin embargo, me fue mejor y en ningún momento me desconectaron unilateralmente el acceso a la base de datos, todo un detalle por parte de Bluehost.

Agradezco a todos los comentarios que se me hicieron para optimizar el funcionamiento del blog. Ya implementé algunos de los consejos y espero que a partir de ahora no haya tantos problemas. Estoy contento, lo cual es un problema, porque ahora tengo que buscar cómo «cabrearme» para conseguir generar de nuevo el «efecto Menéame».