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Confirmado: soy chino

(Foto de Yewenyi)

Hoy estaba en el parque jugando con mis hijas y se me acercó un niño rubio como el oro. Nos había oído hablar. Me miró fijamente y me preguntó:

– ¿Hablas chino?

La pregunta me desconcertó. Cavilé un segundo. Le contesté que no, «no hablo chino». Pero me quedé pensando si, en realidad, yo debería hablar chino. Cuentan que los niños siempre dicen la verdad, así que quizás sí hablo chino y todavía no me había cuenta.

Nada más llegar a casa, lo primero que hice fue mirarme en el espejo. Tenía los ojos rasgados y la piel azafranada. Empecé a hablar y no entendía nada de lo que decía. Aquel niño tenía razón. Hablo chino.

El iPad, ¿por qué es revolucionario?

Ahora veo muy claramente por qué el iPad es un aparato tan revolucionario.

Por qué escribo lo que escribo

(Foto de Churl)

Nunca nadie me preguntó sobre mi técnica de escritura. Supongo que será porque a nadie le importa. Pero como eso es de lo que voy a escribir ahora, el que lea esto va a conocer la respuesta aunque jamás se hubiera planteado la pregunta. En realidad, cuando empiezo a escribir nunca sé de qué voy a hablar. Simplemente comienzo a presionar teclas, como estoy haciendo ahora, sin saber a ciencia cierta qué voy a decir. Es algo muy incómodo porque voy sumando caracteres, llenando espacio y me voy dando cuenta de que no sé cómo terminar. Entonces me sudan las manos, como ahora mismo, y me pongo muy nervioso, y empiezo a mirar a mi alrededor a ver si encuentro algo que me inspire y me permita seguir adelante. Caramba, mira qué cuadro tan bonito tengo en mi pared. Nunca había reparado en esos tonos verdes y esas pinceladas tan regordidas. Pero luego me doy cuenta de que no es más que una digresión y que no encaja con lo que pensaba contar al principio, y entonces busco una escapatoria: el absurdo. Sí, recurro al absurdo porque así nadie me puede recriminar mi incapacidad para escribir cosas coherentes y pensadas. Lo confieso, no sirvo para escribir lo que debería escribir. Por eso escribo otras cosas distintas que a nadie le interesan, para que nadie las lea y así no descubran mi incompetencia, y además las publico en Internet, donde se publican millones de cosas más, para que así pasen aún más desapercibidas. Como decía antes, nunca sé cómo terminar, y por eso, en un ejercicio aleatorio echo a suertes dónde colocar el punto final. Por ejemplo, aquí.

El helado caliente

(Foto de WTL Photos)

El otro día fui a una heladería. Me acerqué al mostrador para pedir.

– ¿Me da un helado caliente, por favor?

El heladero se quedó frío.

No existe Internet

(Foto de Eyeliam)

Hoy me desperté sobresaltado por una pesadilla. Soñé que no existía Internet. Lo primero que hice después de despegarme de las sábanas fue encender el ordenador y buscar el icono del «browser» para constatar que todo era un delirio. No estaba. Escudriñé desesperadamente el disco duro, pero no había rastro. No había forma de conectarse a la red.

Un sudor frío se me descolgó por el espinazo. Salí corriendo hacia la habitación donde tenía el «router», pero tampoco estaba. «Si hubiera Internet, podría buscar en Google qué hacer en caso de que desapareciera Internet», pensé. Pero era demasiado tarde. Realmente no existía Internet. Tal vez todo había sido un sueño, e Internet nunca había existido.

Se me ocurrió volver a la cama para dormirme e intentar soñar nuevamente en Internet, para ver si así lograba algo. A los cinco minutos ya estaba roncando, y a los diez soñaba que estaba delante de una computadora. La encendía y en el escritorio, en un tamaño mayor que el de los demás, un icono de navegador. Lo abrí. Funcionaba. Internet funcionaba. Solamente en mis sueños, pero funcionaba. Así, en pleno REM, tomé una decisión drástica. Nunca más despertar.

¡Andá, tengo un blog!

(Foto de D´Arcy Norman)

Estaba haciendo limpieza de mis «favoritos» en el navegador y me encontré con un sitio web extraño que no recordaba haber marcado. Se titula «Allendegui». Lo abrí y me llevé una gran sorpresa. Resulta que el autor soy yo. No sé cuándo empecé a escribir semejante cosa, ni tampoco cuándo dejé de hacerlo. El caso es que al parecer tengo un blog y hace semanas que no se actualiza.

El agujero del calcetín

Who Loves Blisters?!

Casi había terminado de vestirme. Sólo me faltaban los calcetines. Esculqué el cajón en busca de un par y saqué unos de color negro. Me los coloqué con parsimonia. «Oh, qué es eso». Con estupor, descubrí un agujero de unos dos centímetros de diámetro en la zona del empeine. Lo miré con una mezcla de desdén y enojo. «Bah, malo será que me pase algo y me tengan que quitar los zapatos… ahí se quedan». Salí a la calle todo ufano. Poco después, ya había obliterado de mi memoria la existencia de la oquedad infamante.

Por la tarde tenía que llevar a mis hijas a un cumpleaños. Llegamos al lugar. Era un gimnasio infantil. Me disponía a entrar al tatami cuando leí un enorme cartel. «Por favor, quítese los zapatos». ¡Glup! (disfruto mucho esta onomatopeya). El orificio de la vergüenza iba a quedar al descubierto. Tenía que idear una estrategia para ocultarlo y sortear las miradas de varios padres inquisitivos.

Se me ocurrió reubicar el calcetín para que el agujero quedara en la planta del pie, a la altura de la fascia plantar. Brillante. A partir de ahí, sólo fue cuestión de calcular meticulosamente cada uno de mis pasos para evitar poner en evidencia la perforación (por la que, por cierto, se colaban gélidas ráfagas de viento cada vez que zarandeaba mi extremidad).

Ahora estoy nuevamente ante el cajón de los calcetines y me asaltan varias dudas. ¿Quién me asegura que no cometí un desliz inconexo, un error humano que exhibió mis carnes y me puso ridículo? Y si alguien lo vio ¿pensará que acostumbro a lucir prendas con buracos? Me asustan las respuestas a estos interrogantes. Creo que voy a dejar de usar calcetines.

Las 10 mejores apps para iPhone

Liz's iPhone

Tengo iPhone desde hace dos semanas y poco a poco le voy sacando el jugo. Cada día descubro nuevas e interesantes aplicaciones. Este es mi top ten:

1. APPestoso: Una utilidad que sirve para eliminar los gases y la halitosis. Infalible.

2. APPuesto: Permite al usuario acicalarse apretando un solo botón. Puedes elegir el color del pintalabios, la marca de la colonia o el aroma del desodorante.

3. APPalear: Esta aplicación envía un SMS a una banda de sicarios para que le den una paliza a los acreedores que tú elijas.

4. APPetitoso: Muy útil sobre todo cuando te invita a comer a su casa un amigo que cocina mal. La aplicación convierte cualquier plato mediocre en una tapa de El Bulli.

5. APPatico: La utilizo para callar a los charlatanes y sobre todo cuando alguien intenta trabar conversación en un avión. Le aprieto a un botón y la persona con la que estás hablando se calla de inmediato, y pierde el interés en su entorno.

6. APPatrida: Esta aplicación te hace sentir que estás en otro país distinto al tuyo. Seleccionas el país al que te gustaría trasladarte, digamos por ejemplo Albania, y se empiezan a escuchar animadas conversaciones en albanés, se oye el himno nacional y aparece la foto de la bandera, y un slideshow con los monumentos albaneses.

7. APParecedor: Fundamental para personas como yo, despistadas y atolondradas. Utilizando la función de GPS y el mapa, te encuentra cualquier cosa que se te haya perdido, incluso la vergüenza.

8. APPaciguator: Aplicación que tranquiliza niños. Un click, y calma los sollozos. Dos clicks, y los niños se comen todo lo que tienen en el plato. Y tres clicks y se van a dormir sin protestar. Imprescindible para todo padre con déficit de sueño.

9. APPsurdo: Pasatiempo perfecto. Esta aplicación te cuenta historias aleatorias, con finales incongruentes y personajes imposibles. Muy útil para escribir este blog.

10. APPtomarporsaco: La mejor de todas. Cuando has tenido un día de perros, simplemente un click y te da un shock «amnésico».

Mi perrito Stradivarius

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Acabo de volver de un viaje a la Ciudad de México. En estos días no pude actualizar el blog. Este espacio quedó desierto y unos okupas intentaron secuestrarlo. Por eso aproveché mi visita a la capital mexicana para comprarme un perrito de vigilancia. Se llama Stradivarius y trabajaba para unos mariachis. Ahora me ayuda con el blog, escribiendo posts y respondiendo a comentarios. Además, para evitar nuevos allanamientos ha marcado mi territorio, como se puede ver en esta ilustración de J.

La historia del amor que se esfumó

(Foto de NyYankee)

Nico y Tina se conocieron en Tabazoa de Humoso, en la provincia de Ourense, en Galicia. Después de una relación infumable, Nico le pidió matrimonio. Tina se encerró durante meses en su casa para pensar la respuesta, mientras Nico esperaba acampado en la era de su casa. Finalmente, Tina encendió la chimenea y salió fumata blanca. Era su forma de decirle «sí, quiero».

Se casaron un brumoso día de marzo. Al principio todo fue muy bien, pero a Nico se le fueron subiendo los humos y la cosa se puso caliente. Después de una larga conversación, ambos fumaron la pipa de la paz y se reconciliaron. Decidieron tomarse la vida con más humor.

Pero Tina no podía soportar que Nico dejara las colillas de sus cigarrillos por toda la casa y se puso de muy malos humos. El ambiente ya era irrespirable y estaba muy quemada.

– En todo este tiempo, sólo me has vendido humo, le dijo malhumorada.

Y harta de todo, se esfumó para no volver jamás.