Lo que pasa con los disturbios de Inglaterra ya lo hemos visto muchas veces, en cuanto un verano caliente enciende las ganas de quemarlo todo; y lo del noruego harto de bienestar que les alegra la vida a los demás noruegos con unos minutos de terror, tampoco es nada que no haya pasado muchas veces, en cuanto se le va la pinza a un tipo violento y maleducado. La novedad de la tele es que te lo acerca, lo pone en directo, lo puedes ver casi cuando está pasando, con la ventaja de que no estás allí, sino en tu casa, e incluso matando el calor con una buena cerveza, a la espera de que se termine el desaguisado.
Y así te puedes indignar de las barbaridades de los demás, como si no fueran las tuyas. La tele de las noticias y el directo tiene eso de balcón universal para ver siempre las cosas desde arriba hacia abajo: allí están los malos y aquí estoy yo. Otra cosa es la tele de la ficción; en las pelis y en las series no se ven todos los días más que asesinatos, algaradas, violencia, robos y todo lo que se quiera.
La gente que se admiró con los soldaditos USA que se cargaron tan limpiamente a Bin Laden, no soporta, de entrada, que la chica esa directora de cine, que ya ganó un Oscar con la guerra de los artificieros, se vaya a ganar otro paladeando en ficción y haciendo que otros lo paladeen, el ataque, esta vez ficticio, a un actor que representa a Bin Laden y que no se muere de verdad, aunque lo parezca, por lo bien rodado que esté. Esa peli se pasará muchas veces no sólo por los cines, sino por todas las televisiones, en esos días en los que van un poco faltas de contenido, suponen que van a perder audiencia y necesitan sobreponerse a la competencia, que tiene una retransmisión deportiva del patín.
Con esos u otros motivos aún menores, programan las pelis violentas, porque luego a la gente le da igual, y se olvida de que pasó de verdad lo que le están contando: el muerto de ficción representa a un muerto de verdad, y, aunque tu lo viste con indignación cuando pasó de verdad; ahora disfrutarás como un enano con esa violencia de ficción, en la que de verdad, de verdad, nunca se muere nadie, y al protagonista lo podrás ver en otra peli haciendo otro papel. Es más fácil meterse en ese mundo ficticio, compartir y disfrutar, sintiendo como los malos de cine, lo que tú le harías también a los buenos, en una noche loca de calor del verano londinense.
En esos barrios marginales de Londres y de tantos otros sitios, los chicos jóvenes no sólo están hasta las cejas de alcohol y droga, sino de ver violencia ficticia en la tele, tan bien presentada y bien narrada, que parece de verdad, lo mismo que va a hacer esa chica con el actor que represente a Bin Laden. Hay canales de tele para jóvenes, que no dan otra cosa, más que eso y sexo. Y como esos jóvenes son unos pardillos ni-ni, que ni estudian, ni trabajan, ni saben hacer nada de nada, se lo tragan como si fuera otro puro. O como lo tragamos los demás, que también vemos esas series con complacencia ni-ni, nos da lo mismo el argumento, con tal de que pase rápido.
El mejor antídoto para esa moda de verlo todo y no creerse nada de lo que estamos viendo, tal vez sea apagar la tele y ponerse a leer la Biblia. Lo han hecho todos los grandes y muchos de los pequeños. Casi todo lo que pueda uno imaginar como violento, ya está escrito desde hace muchos años en la Biblia. Baste el episodio de la chica esa Judith que se puso guapísima, se fue a ver al jefe enemigo, el tipo notó enseguida, nada más verla, que, para estar a la altura de ella, tenía que meterse porros y anfetas; entonces, se mareó con el colocón, la chica le cortó la cabeza, y se volvió con ella a los suyos, como diciéndoles: es que no sabéis hacer nada bien, y todo lo tengo que hacer yo. Lo bueno de la Biblia es que hay no sólo personajes de una peli de buenos y malos; algunos otros de los que aparecen son buena gente de verdad, y además, con el Apocalipsis, al final acaba bien. También tranquiliza saber que muchas de esas cosas que cuenta, pasaron hace mucho, y, por tanto, tampoco hay que escandalizarse de que lo que pasó entonces, pueda volver a pasar en cualquier momento, si nos dejamos llevar, en una noche de calor, como tantos y tantas lo han hecho esta pasada semana.
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