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El periodismo corre peligro de caer en «instantismo», pero ¿cómo curarlo?

Los medios ha sido desde sus comienzos un reflejo de sus limitaciones. Los avances tecnológicos han modelado su evolución e incluso su propia definición. Por ejemplo, el concepto de «periódico» surge de la propia limitación de los medios primitivos, que impedía una frecuencia de distribución mayor.

La imprenta posibilitó una periodicidad antes era impensable. Se podía crear contenido y reproducirlo a gran escala rápida y fácilmente. Pero la complejidad de la distribución, entre otras razones, obligaba a espaciar esas ediciones, que fueron evolucionando de anuales a bianuales, trimestrales, bimestrales, mensuales, quincenales, semanales… Y finalmente diarias e incluso matutinas y vespertinas.

Pero esas restricciones del medio también tenían sus ventajas. Con esa escasez forzosa, el contenido se podía preparar mejor, con más tiempo, mejor seleccionado… Y el lector tenía el suficiente tiempo entre edición y edición para  procesar ese contenido y aportarle algo a su vida.

La radio y la televisión aceleraron el ritmo de creación y consumo de contenido pero todavía dentro de unos formatos de tiempo delimitados.

Con la llegada de las redes sociales, el contenido se crea a una velocidad de vértigo, cada segundo se publica un artículo en un blog, una actualización en Facebook, un tuit. Quienes producen contenido se ven obligados a acelerar el proceso creativo para satisfacer una hambrienta e insaciable demanda, y la calidad disminuye inexorablemente. Se genera información para el consumo inmediato.

Es lo que llamo ”instantismo», en contraposición con el «periodismo», pausado y reflexivo. La generación y distribución de contenido se ha convertido hoy en un mismo acto en el que cada vez están más ausentes el raciocinio y la reflexión, lujos que ya no nos podemos permitir.No hay tiempo que perder.

Para agravar el problema, nuestra capacidad de procesamiento de información no ha evolucionado de la misma manera, por eso se da el proceso de «apilación informativa», con el que muchos se sentirán identificados: RSSs que se acumulan hasta reventar, tweets que pasan como balas por nuestro timeline sin poder cazarlos, enlaces que guardamos y guardamos (bueno, ya no; a Evernote más bien) y que nunca volvemos a repasar, wishlists interminables de libros en nuestra cuenta de Amazon, artículos en el Instapaper que guardan polvo…

Por eso creo que la cura para el periodismo (y en general todo en la vida) está en la curación, ese término tan de moda que blandimos para defendernos de la sobredosis de información. Tenemos que ser creadores y consumidores responsables de información. De la misma forma que no nos comemos todo lo que nos ofrecen en un buffet de comida, por más que los sentidos nos inviten a lo contrario, tampoco podemos ni debemos pretender abarcar toda la información que hay, ni siquiera ya de la disciplina o nicho que más nos interesa. Hoy hay demasiado de todo.

Por eso, para sobrevivir en este ecosistema sin sufrir indigestión, lo mejor es localizar a los mejores curadores de nuestros campos de interés y seguirlos, y además ser nosotros mismos curadores de nuestro tiempo para no sufrir «obesidad informativa». Si todos somos curadores responsables, lograremos hacer sentido de la abundancia y curar un mal que nos atenaza a todos.

Contar las cosas bien importa más que el contarlas

Tortuga en el océano

Hay una frase de Antonio Machado sobre la que reflexiono constantemente. «Despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien, importa más que el hacerlas». Las palabras se pueden aplicar a cualquier ámbito de la vida. Pueden ser, incluso, el lema de toda una existencia. Pero ahora las quiero enfocar en el periodismo, que además viene muy a cuento por lo de la buena letra.

Hace algunos años, era esa parte de la «buena letra» la que más me llamaba la atención. Quizás por mi ilegible caligrafía, que atormentó a muchos y, gracias a los ordenadores, quedó en el baúl de los recuerdos.

Ahora, lo que me preocupa  es lo de «hacer las cosas bien». ·Hacerlas» lo puede hacer cualquiera. Pero «hacerlas bien»…

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Vivimos para contarlo, pero no contamos con que hay que vivirlo

(Foto de Harold.Lloyd)

Nos ha tocado vivir una época en la que estamos más pendientes de hacer «check-in» en FourSquare que en observar el lugar al que llegamos; nos preocupa más sacar una foto y subirla a Facebook o Instagram que disfrutar el instante que estamos captando; estamos más pendientes de tuitear lo que alguien dice que de escuchar atentamente lo que quiere comunicar; nos afanamos más en agregar amigos y contactos a Facebook y Linkedin que en profundizar nuestros lazos con las personas que tenemos más cerca y con las que convivimos diariamente.

Aunque no soy tan extremista como Sherry Turkle, sí comparto sus inquietudes, y creo que hay que tenerlas en cuenta en este mundo digital 2.5, casi 3.0 (Tengo en mi lista de lectura inmediata su «Alone Together«. Ya llegaré).

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Facebook y Twitter, ¿matarán nuestras conversaciones en la calle?

Foto de Julie Kertesz

Caminaba tan campante por la calle cuando casi me di de bruces con Antonio, un compañero del colegio al que no veía desde hacía más de 15 años.

– ¡Hola Antonio!, le dije.

– ¡Cuánto tiempo!, me contestó.

Nos dimos unas palmaditas mutuas en el hombro y sugerí tomarnos un café en la cafetería de la esquina.

– Un cortado, pedí.

– Otro, pidió.

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Hallazgo arqueológico: Twitter existía en el Antiguo Egipto

Un grupo de arqueólogos sorianos desenterró esta semana en la zona del templo de Abu Simbel un documento que posiblemente marcará un antes y un después en las investigaciones sobre redes sociales. Se trata de un papiro de reducidas dimensiones (10×8 centímetros), policromado, que data de los tiempos del faraón egipcio Akenatón y que, de ser auténtico, demostraría que Twitter ya existía en torno al 1.300 a.C. Si haces clic en la fotografía la podrás ver ampliada. En próximos posts informaré sobre los resultados de las pruebas de carbono 14 a que se está sometiendo esta joya del Período de Amarna, del Imperio Nuevo de Egipto.

¿Para qué el contacto humano si tenemos suficientes redes sociales para evitarlo?

Foto de Adam Cohn

Foto de Adam Cohn

He llegado al convencimiento de que existe un grupo siniestro disperso por el mundo que se dedica a inventarse redes sociales. Su objetivo es claro: enredarnos a todos para que no hagamos otra cosa de provecho en nuestra vida, para que no nos quede ni un minuto de tiempo para pensar, para reflexionar, para disfrutar la belleza y contemplar el mundo, para bebernos unas cañas con los amigos…

Esta banda perniciosa opera de la siguiente manera: envía pseudosociólogos a bares, restaurantes, cines, bulevares, plazas, iglesias… a todo lugar donde la gente se reúne y convive, como ha hecho desde tiempos inmemoriales. Contabilizan el número de personas allí congregadas y lo envían a un centro de procesamiento, donde, mediante complejos algoritmos, un grupo de personas se reúne durante horas, tomando cerveza, departiendo amigablemente, tocando la guitarra, hasta determinar que semejantes concentraciones de individuos son intolerables y que es necesario crear una nueva red social en Internet para evitar el desagradable trato humano.

Al año siguiente realizan el mismo operativo y llegan a la misma conclusión: hay que inventarse otra red social. Y así, sucesivamente… Y no piensan detenerse hasta que que toda la población mundial aproveche los 86.400 segundos de su día interactuando unos con otros mediante ordenadores, teléfonos móviles, tabletas, televisores… aunque para ello tengan que inventarse una red social diaria.

Las redes sociales pueden enredar el periodismo

Hoy da la impresión de que si uno no tuitea, no está en Facebook, no hace «checkins» en Foursquare y no se registra en cada nueva red social que emerge es un don nadie, un misántropo 2.0 que deambula por el mundo sin nada que aportar, un paria de la sociedad globalizada.

En el caso del periodismo, la adopción de estas redes sociales se ha visto como una suerte de tabla de salvación para insuflar aire nuevo a un oficio que va a la deriva, errabundo, y que busca excusas para reinventarse.

Algunos han sabido utilizarlas muy bien para mejorar la labor informativa; otros no han logrado superar la etapa inicial de embelesamiento y las emplean como un mero artificio para demostrar que están a la última… como en el ejemplo del vídeo.

¿Periodismo de pago? primero calidad, utilidad y relevancia

Foto de Garry Knight
Foto de Garry Knight

Las empresas periodísticas siguen buscando (y todavía no encuentran) la piedra filosofal que les permita seguir viviendo del negocio de la información en la era de las redes sociales y el llamado periodismo ciudadano. Ayer leía un interesante post de José Luis Orihuela en el que formula los grandes interrogantes que deben responder los medios antes incluso de plantearse la pregunta de «¿cobrar o no cobrar?»

Desde el surgimiento de Internet, los medios, uno tras otro, han ido entrando en el ciberespacio ofreciendo su información gratuitamente, sin plantearse las consecuencias a futuro que eso podría tener, como si fueran lemmings tirándose al precipicio. Por eso ahora el asunto del cobro se ha vuelto tan complicado. Hay demasiados medios que ofrecen demasiados contenidos gratuitamente, por lo que haría falta poco menos que una confabulación internacional de las empresas de comunicación para dar marcha atrás y empezar a cobrar todas a la vez a partir de cierto día, una coordinación y disciplina que sería casi imposible de lograr y, más todavía, mantener.

El único camino por tanto es ofrecer un contenido que sea imprescindible para la audiencia, un contenido útil que satisfaga una necesidad que de otra forma quedaría insatisfecha. En esta línea de pensamiento, los medios generalistas llevan las de perder ya que su contenido es poco diferenciado del resto de sus competidores y es más intercambiable. Aquí es donde tienen sus oportunidades los medios locales y publicaciones especializadas en temas nicho (siempre y cuando el contenido que ofrezcan sea de calidad, claro). Y pondré un ejemplo de cada uno.

El diario El Norte de Monterrey, en su versión digital, funciona con un modelo de pago que ha resultado bastante exitoso gracias a que ofrece un contenido muy localizado (Monterrey y su área metropolitana) y valioso para sus lectores, tanto para los residentes de la ciudad como para los expatriados que viven en Estados Unidos, Europa y otras partes del mundo. Para esta audiencia, El Norte es la única forma de mantenerse informados sobre lo que ocurre en su ciudad de origen y por ello están dispuestos a pagar lo que sea necesario para recibir ese contenido.

En el caso de las publicaciones nicho, me gusta citar los casos de dos revistas: Cooks Illustrated y Consumer Reports. Ambas son referencia en sus áreas. Y ambas cobran una suscripción. La primera, por sus recetas y sus evaluaciones de utensilios de cocina y alimentos; y la segunda, por sus reseñas de todo tipo de productos de consumo. Las dos proporcionan un contenido que no se encuentra en ninguna otra parte y tienen el aval de una marca de prestigio.

Por eso creo que la receta para poder cobrar por el contenido es calidad, servicio y relevancia. Sólo así se puede diferencia un medio de otro.

Otra de los modelos que suelen debatirse es el de los micropagos, al estilo iTunes. De nuevo, este modelo sólo funciona en la medida en que el contenido que se ofrezca tenga la suficiente calidad y relevancia como para que el usuario se decida a hacer el pago sin conflicto de conciencia. En cualquier caso, veo difícil su aplicación al terreno de las noticias. Quizás más bien para artículos de fondo que agreguen un valor y ayuden a la formación de opiniones.

Diez cosas que extraño de la era pre-Internet

Foto de Marc_Smith

Foto de Marc_Smith

No quiero enrollarme con un párrafo introductorio diciendo lo importante que es Internet para nuestras vidas porque, a estas alturas del partido, ya lo sabemos todos. Pero de lo que quizás no seamos tan conscientes es de las cosas que hemos perdido con la llegada de la red. Estas son algunas de las que más echo de menos:

1. Perder el tiempo de una forma más creativa: antes, había que darle un poco a la cabeza para perder el tiempo de una forma digna y divertida. Ahora, con Internet, perder el tiempo está al alcance de cualquiera: basta con registrarse en Facebook y jugar Farmville.

2. Jugar al trivial sin que te hagan trampas: antes podías plantear preguntas y acertijos a la gente sabiendo que ponías a prueba su conocimiento. Ahora, lo único que pones a prueba es su capacidad para hacer búsquedas boleanas en Google.

3. Pensar que puedes tener ideas únicas: Antes uno podía tener ideas y pensar que era originales y que a nadie más se le habían ocurrido; hoy, una simple búsqueda en Google te demuestra que hay 10.852 personas a las que se les ocurrió lo mismo.

4. Ir de tiendas: antes uno podía ir a las tiendas y disfrutar la experiencia sabiendo que no habia otra forma de hacerlo; hoy, con las compras por Internet, ir a un comercio físico le hace sentir a uno ineficiente.

5. Hacer el payaso en una fiesta sin miedo a aparecer luego en Youtube o Facebook: Antes uno podía emborracharse con paz porque todo quedaba ahí; hoy, todos son paparazzi y, en un descuido, tu foto comprometedora puede ser contemplada por millones de personas.

6. Plagiar textos sin que te descubran: antes uno podía fusilar un texto sin miedo a que le pillaran; hoy, una simple búsqueda te pone en evidencia. (esto es sarcástico, por si alguno lo malinterpreta)

7. Disfrutar de las vacaciones sin el estrés de tener que sacar fotos y grabar vídeos a huevo para luego tener algo que subir a Youtube o Facebook.

8. Poder ser periodista en paz, sin que te recuerden todos los días que los periódicos se van a morir (porque, por culpa de Internet, no hay forma de encontrar un modelo de negocio viable) y que cualquier ciudadano puede ser periodista.

9. Solicitar un trabajo sin miedo a que el empleador te saque todos los trapos sucios en la entrevista y se conozca hasta tu marca de calzoncillos.

10. No tener que dedicar tiempo a pensar en listas como ésta para escribir entradas en un blog.

¿Se te ocurren algunas más?

Facebook y Twitter, ¿futuras asignaturas de periodismo?

MediaShift inició una serie especial sobre la situación de la enseñanza del periodismo en la era digital y el primer artículo aborda la importancia de incluir las redes sociales en el currículum de las facultades de comunicación.

El autor, Alfred Hermida, destaca que lo primero es hacer ver a los estudiantes que estas redes son algo más que un pasatiempo; son una poderosa herramienta profesional que facilita «la interacción entre las personas», y permite «participar y colaborar en la elaboración de los medios», en lugar de ser simples consumidores pasivos de contenidos.

Hermida dice que los estudiantes deberían aprender a:

1. Incorporar las redes sociales en la labor periodística, siguiendo los temas de interés, por ejemplo a través de Twitter, y buscando fuentes en esas redes sociales.

2. Aprender a discernir y separar el trigo de la paja en el torrente informativo que circula por esas redes, evaluar críticamente las fuentes y verificar las informaciones.

3. Sumarse a la conversación, ya que las redes sociales no son un canal unidireccional para distribuir información, sino una interacción de la que brotan nuevas ideas y perspectivas. Para ello es necesario aprender las normas y prácticas propias de cada red social.

4. Gestionar su reputación profesional, ya que con las redes sociales se diluye la frontera entre lo personal y profesional y es necesario establecer una credibilidad (a través, por ejemplo, de sitios como Linkedin).

5. Colaborar en un entorno tecnológico que facilita el trabajo en equipo entre personas que quizás no comparten espacio geográfico pero sí intereses profesionales.

Hermida dice que no se trata de enseñar a los alumnos los aspectos técnicos o mecánicos de las redes sociales, sino la forma de establecer redes e interacciones que ayuden a ser mejores periodistas porque, como concluye el artículo, «las redes sociales no sólo ofrecen a los periodistas nuevas formas de hacer lo de antes, sino que tienen el potencial de explorar nuevas formas de contar historias, de colaborar y conectar con la audiencia, y de repensar la forma en que hacemos el periodismo«.