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Renace Allendegui (influencias IV)

Como seguramente os habréis dado cuenta, este blog ya no es lo que era. Espero que para mejor. Ha cambiado el diseño, ha cambiado la versión de WordPress y ha cambiado de casa. Ya no vive sólo en un apartamento frío y oscuro sino que se aloja en Gente Digital, bien cobijado, con el calor humano que se irradia cuando se está rodeado de gente. Gracias Leandro por hacer esto posible. Empezamos nueva aventura.

Y la empezamos hoy, no por casualidad, sino en un aniversario icónico, trascendental para la historia de este blog. Hoy hace 64 años nacía en Altura, Castellón, mi mayor influencia literaria. La persona que sembró en mí la semilla del periodismo, que me imbuyó la pasión por escribir y me enseñó a afrontar los gajes de la vida con humor. La persona que me introdujo a algunos de mis autores favoritos, como Larra, Quevedo o Azorín. Que me leía desde mi infancia las greguerías de Ramón Gómez de la Serna. Que me regaló mis primeras antologías de La Codorniz y Hermano Lobo. Que me enseñó a disfrutar de Mingote, Gila, Chummy Chúmez, Forges, Summers y tantos otros. Que alquiló la primera película de Louis de Funes que vi en mi vida…

Hoy mi padre cumple 64. Muchas felicidades y gracias por todo.

PD: Como en toda mudanza, se pierden cosas. En este caso, todos los suscriptores en el Reader de Google, por ejemplo. Así que, si os da pena perderos Allendegui, podéis resuscribiros. Muchas gracias y perdón por la erosión del dedo índice que supondrán estos clicks adicionales.

La serendipia de la mala patilla

La serendipia de la mala patilla

La serendipia, o el descubrimiento de las cosas por azar, ha sido la madre de grandes descubrimientos, como la penicilina o el Principio de Arquímedes (principio, porque fue el principio del odio al de Siracusa por millones de estudiantes de siglos venideros que tendrían que estudiarlo en clase de Física). Pero la serendipia, pese a sonar muy rimbombante, está al alcance de cualquiera. No hace falta tener un premio Nobel o estar tocado por algún tipo gracia especial; basta con ser un poco torpe. Sí, torpe. Una pequeña dosis de torpeza puede ayudar a hacer grandes descubrimientos.

Por ejemplo, el otro día dejé mis gafas, de las que tanto dependo para ver las cosas claras, en el almo suelo. Y un pie cruel las aplastó sin piedad, con tanta fuerza, que cercenó una de sus patillas, la izquierda concretamente. Apesadumbrado, ahíto de tristeza, alcé la montura amputada como quien recoge del suelo un pajarillo malherido. La miré con compasión y ternura.

Superado el estupor inicial, decidí adoptar una actitud positiva y acomodé los lentes maltrechos sobre mi nariz. ¡Se sostenían sin problema! Me miré en el espejo para constatarlo. No sólo se sujetaban con gran finura sino que además mejoraban mi aspecto, que se tornó moderno, tenue, fresco y remozado como por arte de magia. Ese lateral al descubierto era toda una innovación estética.

Con el paso de las horas he ido descubriendo más ventajas. Mi oreja izquierda se cansa menos. No tiene que sostener el peso de la patilla. Y ese esfuerzo que se ahorra la aurícula, lo emplea en escuchar mejor. Así, por primera vez en mi vida, puedo captar tonos agudos que sólo los perros son capaces de discernir. E identificar cada una de las notas de la novena sinfonía de Beethoven. ¡Qué maravilla!

La patilla huérfana, la llevo guardada en el bolsillo de mi camisa, y la saco cuando se tercia, para pinchar una aceituna en el aperitivo, para rascarme la oreja cuando me pica o incluso para embocar una pelotita de papel de aluminio en un hoyo ficticio, en un birdie imaginario.

En la calle, la gente se me queda mirando. Los más atrevidos me paran e inician una conversación, inquiriendo sobre la patilla mutilada. Pero después de las explicaciones iniciales y el rubor por mi torpeza supina, el diálogo enseguida deriva por interesantes vericuetos, y tenemos elevadas disquisiciones sobre física cuántica e iconoclastia, un nuevo procedimiento quirúrgico para ensanchar arterias utilizando iconos bizantinos.

Además, al minimizar el rozamiento de las gafas con la atmósfera, puedo caminar con más velocidad, a un paso más ligero y llegar puntual a todas las citas. Y al subirme en los atestados vagones del metro, un soplo de aire fresco me entra por el lateral izquierdo y me ayuda a sobrellevar mejor el calor humano.

Pero aún hay más. A la hora de irme a dormir, al borde de la extenuación, sólo tengo que doblar una de las patillas, en lugar de dos, un ahorro de energía considerable, que utilizo para cerrar más rápido el párpado izquierdo. En definitiva, todo son ventajas.

¡Estoy tan contento con mis gafas monopatilla!

Vacaciones prohibitivas

Acabo de volver de unas breves vacaciones en Panama City Beach y debo decir que estuvieron prohibitivas. Pero no porque el hotel fuera demasiado caro, ni porque las ostras tuvieran precios desorbitados por culpa del derrame de petróleo de BP, ni porque la gasolina estuviera por las nubes. Sino más bien porque me prohibían arrojar objetos desde el balcón de mi habitación, me prohibían llevar bebidas alcohólicas a la playa, me prohibían sentarme en barandillas, me prohibían introducir carritos en el cuarto del hotel, me prohibían tirarme de cabeza y jugar al caballito en la piscina y hasta me prohibían molestar a las tortugas marinas desovando*.

*¿Es correcto el uso de este gerundio?

El perro que se me olvidó contar

(foto de Matt Wright)

Siempre que mi amigo coreano Gung me invita a comer, cuento meticulosamente los perros que deambulan por su casa. Tiene que haber cuatro: 진히, 미듬, 소망 y 빼빼로. Lo hago como rutina desde que me enteré que los coreanos son aficionados a la carne de can, también conocida como «canne». Por eso, después de saludar a Gung y a su esposa, lo primero que hago es este ejercicio de cálculo. Ya he desarrollado cierto afecto por los chuchos, que me saludan efusivamente meneando la cola cada vez que me ven.

La semana pasada, llegué con tanta hambre a casa de Gung que casi se me olvida saludarles a él y a su esposa. «Dejaré a los perros para después», pensé yo, mientras me sentaba ansioso a la mesa.

La cena estuvo deliciosa y la conversación muy amena. Charlamos de todo lo que nos gusta hablar cuando nos juntamos los tres: de fútbol, de antigüedades chinas y de paraguas de colección. Pasadas las tres horas, decidí que ya era hora de marcharse. Me despedí del matrimonio y también quise decir adiós a los perritos.

– Adiós 진히, adiós 미듬, adiós 소망… ¿dónde está 빼빼로?

«El Roto» se descose en entrevista con Allendegui

Se llama Andrés Rábago García, pero todos lo conocen como «El Roto» (1947), el humorista que publica casi todos los días su tira cómica en El País. Su humor es directo, crudo, sin contemplaciones, lacónico, lapidario, apoyado en un dibujo sobrio, sin artificio ni complicación, que refuerza el laconismo de su comicidad.

Hace años me propuse escribir un artículo largo sobre el humor gráfico español para la revista Nuestro Tiempo. El director entonces, Pedro de Miguel, estaba entusiasmado con la idea y me la recordaba en cada reunión editorial, pero nunca llegué a escribirlo. De hecho, nunca pasé de la fase de documentación. Me leí todas las antologías de La Cordoniz y el Hermano Lobo, pero ahí quedó la cosa.

Trece años después, he querido saldar esa deuda, ya insaldable, y pensé que una forma de hacerlo sería entrevistando a «El Roto», que era parte de mi plan original en 1994. Esta es la entrevista:

Allendegui: Soy tu admirador desde hace años y me gustaría hacerte una entrevista, o twittervista, o lo que prefieras. Tengo una deuda pendiente al respecto desde hace 13 años y quiero saldarla.

El Roto: Estimado, por el momento no tengo nada más que decir.

Allendegui: Muchas gracias por la entrevista. Ha sido simplemente genial.

Ya está disponible la nueva güisquipedia

(Foto de Snapsi)

Como había prometido en un comentario en A Topa Tolondro, creé a sugerencia de Ander la Güisquipedia, que él mismo define como un diccionario cuyas

definiciones procuran incluir los nuevos sentidos que se ocultan en la palabra pero también el sentido original.

Para verlo con un ejemplo del ramillete anterior:

Carcajada: señora anticuada y gastada (carca ajada) que sin embargo no para de reírse (carcajada).

La página es un wiki, así que cualquiera puede aportar sus definiciones, siempre y cuando sean originales y no copiadas de alguna cadena de e-mails. El objetivo es ver hasta dónde podemos llevar nuestra creatividad, no plagiar la de otros. Después de cada definición que pongáis os recomiendo incluir vuestro nombre con un link a vuestro blog, email o identidad en la red, para que se reconozca vuestro mérito.

Ya he incluido algunas de las que publicó Ander tanto en su lejano arranque como en su entrada más reciente, así como las aportaciones de sus lectores en los comentarios. Para añadir vuestras contribuciones no tenéis más que ir a la página de la letra del abecedario correspondiente, hacer click en «Edit» e incluirla. Todo vuestro.

PD: Originalmente Ander la bautizó como Whiskipedia, pero ya existía esa página de Internet, así que la traduje al castizo.

La historia del amor que se esfumó

(Foto de NyYankee)

Nico y Tina se conocieron en Tabazoa de Humoso, en la provincia de Ourense, en Galicia. Después de una relación infumable, Nico le pidió matrimonio. Tina se encerró durante meses en su casa para pensar la respuesta, mientras Nico esperaba acampado en la era de su casa. Finalmente, Tina encendió la chimenea y salió fumata blanca. Era su forma de decirle «sí, quiero».

Se casaron un brumoso día de marzo. Al principio todo fue muy bien, pero a Nico se le fueron subiendo los humos y la cosa se puso caliente. Después de una larga conversación, ambos fumaron la pipa de la paz y se reconciliaron. Decidieron tomarse la vida con más humor.

Pero Tina no podía soportar que Nico dejara las colillas de sus cigarrillos por toda la casa y se puso de muy malos humos. El ambiente ya era irrespirable y estaba muy quemada.

– En todo este tiempo, sólo me has vendido humo, le dijo malhumorada.

Y harta de todo, se esfumó para no volver jamás.

Los apodos de tus compañeros de trabajo

(Foto de Office Now)

Boris me envió por e-mail esta lista con los apodos más conocidos para compañeros de trabajo en el ámbito laboral argentino. Publicada originalmente por Urgente 24:

Motor de heladera: Tabaja 5 minutos y el resto, descansa

Bisagra: Si no está en la puerta, está en la ventana

Bioquímico: Vive analizando las cagadas de los demás

Bujía de madera: No tiene chispa para nada

Cable de Plancha: Parece piola pero en realidad es un forro

Conejo negro: No lo hacen trabajar ni los magos

Culo de estatua: No hizo un sorete en toda su vida

Consolador: No deja de ser un aparato

Dólar azul: Cualquier boludo se da cuenta que es falso

Dragón: Cada vez que abre la boca, quema a alguien

Estribo: Sirve unicamente para meter la pata

Gato de circo: el único animal que no trabaja

Escombro: Donde está, molesta

Media: Abre la boca para meter la pata

Mono de circo: Siempre está dispuesto a trepar para figurar

Leon: Es el rey de la oficina

Laxante: Hace cagar a todo el mundo

Pan de ayer: Nadie lo traga

Papel araña: El forro más conocido

Papa verde: No sirve ni pa ñoqui

Revista Para Tí: Parece Gente pero no lo es

Planta de interior: Siempre en el pasillo

Terapia intensiva: No lo pueden ver ni los parientes

San Cayetano: Te acercás y te da trabajo

Bolsillo de atrás: No sirve ni para rascarse las bolas

NOTA: Añado a la lista el conocido como «ñoqui», que se aplica al que sólo aparece en el trabajo para cobrar a fin de mes. Lo de ñoqui viene por la tradición argentina de comer ñoquis los días 29 de cada mes.

Humor iraquí… sólo para iraquíes

FOTO EJERCITO DE EE.UU.
FOTO EJERCITO DE EE.UU.
¿Le cuento un chiste de iraquíes? No, ni se te ocurra.

Leo en BBC.com un artículo sobre el sentido del humor en Bagdad y reafirmo mi creencia de que el humor tiene un alto componente cultural. No me hizo gracia ninguno de los tres chistes que se reproducen en el texto, pero no sé si por haberlos leído un viernes por la noche o por no haber nacido en Iraq. Juzgad vosotros mismos.

– Un tipo drogado va conduciendo su coche hasta que lo detiene un policía de tráfico. «¿Por qué no lleva su cinturón?», le pregunta. «Porque no llevo pantalones», le contesta.

– Un jordano encuentra una lámpara maravillosa. Aparece un genio y le dice que le pida un deseo. «Que todos los refugiados iraquíes se vuelvan a su país», le dice el hombre. «¿Por qué?», le pregunta. «¿Qué te hemos hecho nosotros?».

– Un indio se agita en la cama en plena noche en su chabola en el peor barrio de la India y se despierta alterado, gritando: «¡Dios mío, no, por favor!». «¡Cálmate amor, fue sólo una pesadilla», le dice su mujer. «Tienes razón amor», le contesta sofocado. «Pero menuda pesadilla; soñé que me iba a dormir y despertaba en Iraq».