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¿Cuántos Steve Jobs nos habremos perdido?

Steve Jobs ha muerto. Todavía estoy digiriendo la noticia. Ayer, en caliente, quería haber escrito algo sobre el impacto que tuvo en mi vida; de cómo sus invenciones, indirectamente, encauzaron mi carrera profesional; de cómo los primeros salarios de los dos únicos trabajos que he tenido los gasté en Macs…

Pero hoy, después de leer todo lo que se ha escrito del fundador de Apple, de enterarme de muchos detalles de su vida que desconocía, de emocionarme con la ola de condolencias y mensajes de recuerdo de tantas personas, tanto famosas como anónimas, desde todos los rincones del mundo (un mundo que Jobs ayudó a hacer más pequeño y manejable);  de leer una y otra vez en los muros de Facebook y en Twitter los fragmentos de su ya épico discurso en Stanford y de ver cuántas vidas tocó con su creatividad… me carcome un pensamiento.

En 1955, Joanne Carole Schieble concibió un bebé no deseado con Abdulfattah Jandali siendo ambos unos jóvenes estudiantes universitarios. Entonces, decidieron entregarlo en adopción al matrimonio Paul y Clara Jobs. Si esto les hubiera ocurrido hoy día, en la era post Roe vs. Wade, quizás aquel niño que hoy todos lloran no hubiera nacido nunca.

Y nunca hubiéramos conocido los Macs. No hubiéramos escuchado música en los iPods.No nos habríamos reído con Toy Story. No podríamos comunicarnos con iPhones. No podríamos leer y navegar por Internet en un iPad. Y nadie nos hubiera dado las lecciones de vida que nos dejó en su discurso de Stanford.

Otros, que quizás también hubieran podido iluminar este mundo como él, no corrieron la misma suerte que el pequeño Steve. ¿Cuántos Steve Jobs nos habremos perdido entre los más de 52 millones de bebés que jamás tuvieron la oportunidad de ser adoptados?

Brasilia… por fin

A duras penas he conseguido volver a entrar en mi blog. No me acordaba ni de la contraseña, más de dos meses después de escribir mi última entrada. El porqué de este largo parón es otra historia. Pero estar en Brasilia y contarlo fue motivación suficiente para hacer un ESFUERZO mayúsculo, recordar la clave y retomar la escritura.

¿Qué hago en Brasilia? La explicación más sencilla y sincera puede sonar pueril: cumplir un sueño infantil.

No sé con exactitud cuántos años tendría, seguramente menos de 10, cuando vi en televisión un reportaje sobre la capital de Brasil. Me impresionaron tanto los edificios de Oscar Niemeyer y la concepción general de la ciudad, que nunca pude olvidar esas imágenes: construcciones futuristas, avenidas inmensas, amplias zonas verdes, un plan piloto con forma de avión… Y desde entonces, me propuse conocer Brasilia… algún día. Un día que llegó este viernes.

El peligro cuando uno se hace tantas ilusiones es que la realidad decepcione. Brasilia no me decepcionó. Es exactamente como la había imaginado. Con Leda como guía, pude visitar lugares que hasta ahora no eran más que visiones: la explanada de los ministerios, la plaza de los tres poderes, los palacios do Planalto y da Alvorada, el Congreso Nacional, la Catedral Metropolitana… Echaré de menos Brasilia. Espero volver algún día.

Renace Allendegui (influencias IV)

Como seguramente os habréis dado cuenta, este blog ya no es lo que era. Espero que para mejor. Ha cambiado el diseño, ha cambiado la versión de WordPress y ha cambiado de casa. Ya no vive sólo en un apartamento frío y oscuro sino que se aloja en Gente Digital, bien cobijado, con el calor humano que se irradia cuando se está rodeado de gente. Gracias Leandro por hacer esto posible. Empezamos nueva aventura.

Y la empezamos hoy, no por casualidad, sino en un aniversario icónico, trascendental para la historia de este blog. Hoy hace 64 años nacía en Altura, Castellón, mi mayor influencia literaria. La persona que sembró en mí la semilla del periodismo, que me imbuyó la pasión por escribir y me enseñó a afrontar los gajes de la vida con humor. La persona que me introdujo a algunos de mis autores favoritos, como Larra, Quevedo o Azorín. Que me leía desde mi infancia las greguerías de Ramón Gómez de la Serna. Que me regaló mis primeras antologías de La Codorniz y Hermano Lobo. Que me enseñó a disfrutar de Mingote, Gila, Chummy Chúmez, Forges, Summers y tantos otros. Que alquiló la primera película de Louis de Funes que vi en mi vida…

Hoy mi padre cumple 64. Muchas felicidades y gracias por todo.

PD: Como en toda mudanza, se pierden cosas. En este caso, todos los suscriptores en el Reader de Google, por ejemplo. Así que, si os da pena perderos Allendegui, podéis resuscribiros. Muchas gracias y perdón por la erosión del dedo índice que supondrán estos clicks adicionales.

Etapas quemadas

Foto de Jamelah
Foto de Jamelah

Ultimamente veo a mucha gente a mi alrededor quemando etapas. Y muchas veces no sé qué decirles. Me quedo sin palabras. Quemar etapas… ¿Pero a qué me suena eso? Ah, sí, ya recuerdo. Así se despidió mi maestro Pedro de Miguel de la dirección de la revista Nuestro Tiempo, en la que trabajamos juntos dos años. Su última columna me ayuda mucho en esta etapa… de quemar etapas:

EI dicho -«quemar etapas»- se las trae. Suena a destrucción, a resolver en cenizas el pasado. Sugiere que, para avanzar, es preciso pegarle fuego al rastro que dejamos, para que nada impida la progresión.

En Nuestro Tiempo también se acaba -se quema- una etapa. A lo largo de este año que comienza, la revista sufrirá transformaciones: nuevo diseño, nuevo formato, nuevo director al frente. También se enriquecerán los contenidos, dando entrada a temas apenas tratados hasta ahora. El resultado final será espectacular, y si no al tiempo. Por eso, en este caso, es bueno chamuscar un poco las etapas precedentes: que cojan la textura de la fotografía vieja, del papel de periódico que amarillea con el paso del tiempo.

Cuando uno se va de un sitio. vienen a la cabeza cantidad de consejitos para quienes te sustituyen. Uno se cree que la experiencia le ha hecho más sabio, y necesita como sea transmitírsela a los demás por activa o por pasiva. La experiencia suele resumirse en un conjunto de afirmaciones incuestionables que solo la ha podido tallar con sus golpes de fortuna o de desventura. Afirmaciones del tipo: «Y sobre todo no te dejes convencer por el de márketing», o esa otra: “Desengáñate, el trabajo en equipo necesita siempre que tú trabajes más que el equipo». Son postulados casi siempre falsos, fruto de la maleántica que uno adquiere con los años, y fruto también de la pereza. ¡La pereza! Ese es el verdadero enemigo. Si se piensa bien, “quemar etapas” significa en el fondo quemar perezas. Por eso hay que mover el banco de vez en cuando: para barrer al lánguido que ya no puede innovar porque se ha conformado con las rutinas -eficaces, pero ancianas- del trajn diario.

Así que nada de consejos. Nada de formulas cheposas, tan cargantes ellas. Nada tampoco de deseos de suerte y esas cosas. La etapa está quemada. La nueva ya asoma la patita y promete ser estupenda.

No sé si a alguno de los que están quemando etapas en este momento les sirva el texto. A mí sí.

Escribir bien debería estar prohibido

Por el bien de la moral pública y la salud mental de la sociedad, debería proscribirse la buena literatura. Escribir bien, con virtuosismo, es una actividad que provoca envidia y mala leche. En las últimas semanas, han sido varias las conversaciones en las que he escuchado frases como éstas:

– ¡Jo, fulanito (un periodista), qué bien escribe el cabrón!

O

– Ese escribe como los ángeles. Da una envidia…

O

– ¿Por qué escribirá tan bien el capullo ese?

¿A qué se debe esto? Mi teoría es que, a diferencia de otros virtuosismos, como tocar el violín, por ejemplo, la gente percibe la escritura como algo más asequible, como un talento que debería ser más fácil de adquirir. A fin de cuentas, escribir, usar el lenguaje para contar historias o transmitir ideas es algo que todos hacemos. Sin embargo, malear el lenguaje (no confundir con «marear») para llegar al nirvana narrativo, en el que uno consigue que el lector imagine la escena de un texto como si viera un cuadro o una película, está al alcance de pocos, de esos pocos que provocan la envidia del resto.

He de confesar que yo mismo he sentido esa envidia (algunos dirán que sana, pero creo que la envidia, por definición, nunca es sana) al leer textos de maestros como Pedro de Miguel, Peter para sus amigos, que hoy jueves hace tres años se nos fue allá arriba, donde seguramente seguirá escribiendo, ahora más que nunca, como los ángeles. Si todavía no habéis tenido la oportunidad de leer sus escritos, daros un paseo por su blog Letras Enredadas y disfrutadlo. Os copio uno de sus posts

ÁNIMOTERAPIA.

No estás del todo bien: debilidad, cansancio. Estás, vaya, hecho unos zorros. Entonces llega el optimista:
-Te veo bien.
Estás a punto de decirle que se limpie las gafas, que vaya al oculista, que tenga más pesquis, pero optas por poner tu peor cara, para infundir compasión.
-En serio, te veo mucho mejor que la semana pasada.
La semana pasada zampabas alubias, ibas al monte, leías incluso a Philip K. Dick.
-Además, hay que tirar para alante. Luchar.

No sé a qué se refiere el sano con lo de «luchar». Se imagina que la enfermedad es como un combate de boxeo: te dan pero contestas, te tumban pero al caer le pones la zancadilla al rival. A un pastillazo respondes con un palíndromo.

-Pues mira -le dices al optimista-, estoy bastante jodido, lo que pasa es que me ves con buenos (y miopes) ojos.

Y entonces viene lo que más temes: la palmada en la espalda, el codazo cómplice en los riñones, el puñetazo cariñoso en el hombro:
-Venga, chaval.

La enfermedad es una lucha contra los sanos.

PD: Por cierto, desde hace un tiempo existe un grupo en Facebook de los Amigos de Peter. En estos días se está gestando un proyecto editorial para publicar sus mejores textos literarios. En el Facebook del grupo podréis ver más detalles y la forma de colaborar.

Como lágrimas en la lluvia

Por algún extraño problema técnico, este blog estuvo caído durante el fin de semana. Y es una pena porque precisamente este fin de semana tenía previsto escribir los mejores posts que jamás haya escrito. Ahora se me han olvidado, así que quizás jamás los escriba. Todos esos posts se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.

Macppy birthday! (Influencias III)

San Francisco de Sales en la pantalla de varios Macs.
San Francisco de Sales en la pantalla de varios Macs.

Hoy los Macs cumplen 25 años, una edad más que respetable para que se casen y formen una familia. Por eso, hoy fui a comprar una impresora para el mío, a ver si así empieza a reproducirse. Así que ahí tengo a mi G5, románticamente unido a su nueva pareja por un cable USB. A ver cuándo empiezan a procrear.

Hoy también es el día de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas, una coincidencia que tiene un significado especial para mí. Hace 17 años compré mi primer Macintosh, un Classic, después de ahorrar las propinas y el mísero sueldo que ganaba con mis hermanos repartiendo carritos de la compra. Estoy convencido de que, si no hubiera sido por ese Mac, hoy no sería periodista.

Con ese ordenador aprendí a mecanografiar. También aprendí a utilizar el Photoshop (en su versión 2.0) y  el entonces Aldus Freehand y PageMaker, casi un milagro (de San Francisco de Sales) teniendo en cuenta que el monitor era de sólo 9 pulgadas y en blanco y negro. Así me aficioné al diseño gráfico y la infografía. Empecé a diseñar revistas caseras, como la de la Federación de Fútbol Sintético, una liga de fútbol de Playmobil (pero esa es otra historia, que dará para otro post). Llegó el día de echar las solicitudes para empezar la Universidad y, cuando todo apuntaba hacia una carrera de Económicas, di un viraje radical y aposté al periodismo.

Ahora el viejo Mac Classic está retirado en un armario del garage de la casa de mis padres. Siempre que vuelvo a Pamplona le echo una visita y le llevo unos floppys, que sé que le gustan mucho. Hoy, aunque a miles de kilómetros, le canto «cumpleaños feliz» y le doy las gracias.

Tras los pasos de Mrozek

Salí a la calle decidido a comprar todos los libros de Sławomir Mrożek que pudiera encontrar. Pero primero tenía que encontrar la librería. Enfilé la calle Miguel Hidalgo y Costilla y empecé a caminar por una acera interminable y carcomida, esquivando todo un repertorio de boquetes, surcos y socavones. Una mujer salía de un coche. La abordé.

– ¿Dónde está Ghandi?

– Ufff, muerto y en la India.

– No, señora, me refiero a la librería, la librería Gandhi.

– Ahh, la librería. Pues está diez o doce cuadras hacia allá. ¿Sabes lo que son cuadras, no?

– Sí, donde están los caballos.

– Muy bien.

– Muchas gracias.

– Que Dios te bendiga.

Seguí caminando, arrastrando los pies abúlicamente bajo el ardiente sol regiomontano. A ambos lados de la calle se sucedían carteles que anunciaban consultas médicas: Traumatología, Reumatología, Dermatología, Resonancias Magnéticas, Oftalmología… Fue un paseo quirúrgico e intravenoso. Finalmente llegué al cruce de Venustiano Carranza y avisté la librería. Subí las escaleras hasta el piso de arriba y me abalancé sobre la estantería de Literatura Universal. Recorrí con los dedos cada una de las repisas hasta hacer contacto visual con Mrozek, el autor que más ha influido en mi vida sin haber leído ninguno de sus escritos, una influencia subrepticia, infusa, confusa y profusa.

– Hola Mrozek, dicen que escribo como tú.

– Sí, escribes como yo, me respondió Mrozek oculto tras «La Mosca» (La mosca, a su vez, estaba oculta tras la oreja).

– ¿Me recomiendas alguno de tus libros?

– Pues no hombre, cómprate mejor «Cronopios y famas» de Cortázar, o una botella de «Mirinda«.

Entonces escuché la voz de Peter, susurrándome desde la contraportada de «La Mosca»:

– Llévate todos, no seas tonto.

Cogí atolondradamente los cuatro Mrozeks que había: «La Mosca«, «Dos cartas«, «El árbol» y «Huida hacia el sur«. Puse los ejemplares sobre mis antebrazos, arqueados en forma de cuchara, y los llevé hasta la caja. Pagué, y huí hacia el norte.

Tirnagoescha

FOTO DE LEN BLUMIN

Hace unos posts mencionaba a Alvaro Cunqueiro y a Tirnagoescha. Ahí va el texto original.

El Rey lloraba, y un día en que estaba más triste que de costumbre, su ángel de la guarda le puso una mano en el hombro derecho, y le habló. Le dijo que estaba seguro de que si el Rey inventaba un nombre para una isla, y a Dios le parecía que el nombre era hermoso, que pondría una isla en el mar que se llamase así, y que la podía dar de dote a la hija más pequeña, tan insistente en casar. El Rey lo pensó durante un año, y al final dio con un nombre, Tirnagoescha, es decir, Tierra de los Pájaros Sonrientes. A Dios le pareció muy bien, y un día de abril apareció esa isla en las costas de Irlanda, en sus bosques volando pájaros que sabían sonreír.

Texto del cuento «Fabricantes de islas», de Alvaro Cunqueiro

Influencias II – Mrożek

Foto de Michał Kobyliński

Foto de Michał Kobyliński

Si hay alguien que ha influido en mi vida es Slawomir Mrozek, un autor de cuya existencia me enteré hace tres o cuatro días, pero por el que siempre he tenido gran devoción. Cuanto más profundizo en la biografía de este dramaturgo polaco, practicante del Teatro del Absurdo, más me convenzo del impacto que ha tenido en mí.