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10 razones por las que comer ostras

Si ayer escribía sobre las 10 cosas que más extrañaba de la era anterior a Internet, hoy recojo en este post los diez motivos por los que se debe comer ostras, según el bar-restaurante Hunt’s, de Panama City.

Por cierto, si alguna vez pasáis por este destino turístico de Florida, no dejéis de daros una vuelta por Hunt´s. No os arrepentiréis.

1. «Shuckin» (abrir una ostra) rima con algunos de nuestros verbos y adjetivos favoritos (supongo que se referirán a fu**ing, entre otros)

2. Las ostras te ayudan a salir del cascarón.

3. A veces puedes encontrar una perla.

4. Mejoran tu rendimiento.

5. Las ostras son húmedas y resbaladizas (un guiño al álbum de Bon Jovi Slippery when wet)

6. Te puedes freír (argot para emborrachar) junto con ellas.

7. Son la excusa perfecta para beber cerveza.

8. Las ostras saben mejor que el Viagra.

9. Tienen mala pinta, pero saben muy bien, ¿te suena? (a mí no, no sé a qué se refieren, si alguno lo sabe, que lo ponga en los comentarios, por favor)

10. Te obligan a aprender a tragar rápido.

Por cierto, en una de las paredes tenían colgado un papel con uno de los homenajes póstumos más bonitos que he leído, dedicado a un ex empleado fallecido: «Dios necesitaba a alguien que le abriera las ostras y a Tom le dieron el trabajo. Que en paz abra ostras».

El perro que se me olvidó contar

(foto de Matt Wright)

Siempre que mi amigo coreano Gung me invita a comer, cuento meticulosamente los perros que deambulan por su casa. Tiene que haber cuatro: 진히, 미듬, 소망 y 빼빼로. Lo hago como rutina desde que me enteré que los coreanos son aficionados a la carne de can, también conocida como «canne». Por eso, después de saludar a Gung y a su esposa, lo primero que hago es este ejercicio de cálculo. Ya he desarrollado cierto afecto por los chuchos, que me saludan efusivamente meneando la cola cada vez que me ven.

La semana pasada, llegué con tanta hambre a casa de Gung que casi se me olvida saludarles a él y a su esposa. «Dejaré a los perros para después», pensé yo, mientras me sentaba ansioso a la mesa.

La cena estuvo deliciosa y la conversación muy amena. Charlamos de todo lo que nos gusta hablar cuando nos juntamos los tres: de fútbol, de antigüedades chinas y de paraguas de colección. Pasadas las tres horas, decidí que ya era hora de marcharse. Me despedí del matrimonio y también quise decir adiós a los perritos.

– Adiós 진히, adiós 미듬, adiós 소망… ¿dónde está 빼빼로?

Tortilla francesa y ensaladilla rusa, ¿geografía o lengua?

(Foto de Foxypar4)

Me cuenta Mikel una anécdota verídica que le sucedió a su tía, profesora de Lengua en bachillerato.

En una pregunta en un examen pidió a los alumnos que nombraran platos típicos de la cocina española. Dos respuestas antológicas:

Respuesta 1: El plato llano y el plato hondo.

Respuesta 2: La tortilla francesa y la ensaladilla rusa.

Luego me quedé pensando por qué en una asignatura de Lengua preguntarían nombres de platos típicos de la cocina española. Pero la respuesta es obvia: para degustar la cocina española hace falta dominar la Lengua.

Alimentos repulsivos ¿y eso se come?

(Foto de Emrank)

Leo a través de Digg un artículo sobre los alimentos más desagradables del mundo. Encabezando la lista están los escamoles mexicanos, huevos de Liometopum Apiculatum, más conocida como hormiga roja. Me he reído al leerlo y he recordado la primera vez que comí escamoles.

Fue en la Ciudad de México. Había quedado con Edwin en una cantina muy cerca del Angel de la Independencia. No nos veíamos desde hacía tiempo. Fue un reencuentro divertido, como todos los reencuentros con Edwin. Creo que me llevó a aquel lugar porque quería expresamente que comiera los escamoles y ver mi cara de desagrado al ingerirlos. Cuando los sirvieron en la mesa, los engullí con fruición, para sorpresa de Edwin.

Le conté que ya había tenido mi bautismo de fuego con ese tipo de comidas. El verano anterior había cenado con Diego y la familia de Maider en las fiestas de Leitza. Entonces sus padres me dieron a probar algo que, según ellos, era un manjar de dioses: un queso con gusanos. A mí se me revolvió el estómago nada más verlo. No era broma. Era realmente un queso plagado de gusanos que bullían a su libre albedrío sobre la superficie caseinosa del queso. El tufo que emanaba era nauseabundo. Pero todos me aseguraban que era una exquisitez, que eran muy difíciles de conseguir y que muy pocos quesos se «estropeaban» de esa forma tan deleitosa.

No podía despreciar aquella fineza. Contuve la respiración y me llevé un pedazo a la boca, mientras los gusanos me miraban fijamente a los ojos en su camino inexorable hacia mi estómago. Es quizás el mejor queso que haya probado en mi vida. El resto de aquella cena ya fue cuesta abajo, y las ancas de rana me las zampé sin ningún recato, a pesar de que era la primera vez que las probaba.

Desde entonces, no he vuelto a comer aquel queso con gusanos, pero sí escamoles, y chapulines (saltamontes) fritos con limón y chile, y gusanos de maguey. Ya nada me da asco. Así que voy a por el resto de la lista. Curiosamente el segundo alimento repugnante es el Casu Marzu, el queso con gusanos de Cerdeña, así que creo que podré pasar directamente al tercero.

El paraíso de Carpanta (cuando lo Mismo es tan diferente)

(Imagen SFI, de la Editorial Bruguera)

De haberlo conocido, posiblemente hubiera sido el lugar favorito de Carpanta. Yo me acabo de enterar de su existencia a través de Wisebread, un blog que os recomiendo. Se llama SAME Café, siglas en inglés de «Para que Todo el Mundo Coma» (So All May Eat), y está en Denver.  Lo abrieron Brad y Libby Birky, una pareja que trabajó durante ocho años en comedores de beneficencia.

La filosofía de esta cafetería es que todos, con independencia de sus posibilidades económicas, tienen derecho a comer sano y a ser tratados con dignidad. Por eso el menú, que cambia todos los días, se prepara con ingredientes orgánicos frescos.

Se financia con los aportes de la gente. En lugar de caja registradora, hay una caja de donaciones en la que cada cliente deposita lo que cree que vale su comida, o un poco más para ayudar a los menos afortunados. Los que no tienen con qué pagar pueden compensarlo prestando algún servicio, como lavar platos, fregar el suelo o pelar patatas.

Como dicen los Birkys en su sitio de Internet, el objetivo es «marcar una diferencia en todas las personas que cruzan la puerta, ya sea una persona que busca ayuda o una persona que busque ayudar».

No es para echarse flores

El sábado llegué a casa muy hambriento. Podría haberme echado cualquier cosa… incluso un ramo de flores, que fue lo primero que vi sobre la encimera de la cocina. Ya le iba a hincar el diente cuando vi una advertencia en el envoltorio que me disuadió de hacerlo.

Nota: Mejor comerse el pastel con forma de hamburguesa que me mandó Fede por e-mail.

Menú para tiempos de crisis

Paseaba por una calle de Pamplona cuando me encontré con esta pizarra. «Menú anti-crisis», 4,95 euros. Tenía prisa así que no pude detenerme y preguntar dentro del bar en qué consistía este intrigante menú, a pesar de que la curiosidad me carcomía.

Lo que no pude evitar fue dar rienda suelta a la imaginación mientras seguía caminando. ¿Cómo sería un menú para tiempos de crisis? Estas son algunas de las alternativas más económicas que se me ocurrieron.

– En lugar de gambas con gabardina, serviría gambas con chaleco, o si la cosa se pusiera peor, con tanga o taparrabos.

– Reemplazaría las milanesas por unas madrileñas, que están más cerca y el transporte es más barato.

– El pescado ideal sería el róbalo que sale gratis (siempre y cuando no te detenga la policía).

– En vez de rebozar las croquetas, sólo las bozaría, y así se ahorra en pan rallado.

– Cambiaría las camas de verduras por un catre, o incluso un saco de dormir.

– Y siempre incluiría ropa vieja en el menú.

El problema, finalmente, es que con la crisis, la comida deja de ser rica para ser pobre.

El resto del menú lo dejo a vuestra imaginación y vuestros comentarios. Buen provecho.

Alimentos extremos

FOTO DE FOXYPAR4
FOTO DE FOXYPAR4

Copio dos testimonios sobrecogedores de lo que puede llegar a hacer el ser humano para sobrevivir.

No fue fácil sobrevivir en esas condiciones. «Bebimos nuestra propia orina mezclada con nieve para hidratarnos», relata Matteto, hasta que los equipos de rescate los localizaron en el Glaciar de los Polacos, a 6.700 metros de altura, donde unos días antes también había fallecido el alemán Stefan Geromín, de 42 años.

Publicado en Marca.

Dos hombres que estuvieron perdidos en el mar durante 25 días dentro de una nevera gigante sobrevivieron gracias al agua de lluvia de las tormentas tropicales y al pescado que vomitaron unos pájaros.

«Durante 10 días no tuvimos nada que comer», dijo uno de ellos.

«Entonces vinieron dos pájaros y vomitaron unos peces pequeños, unos seis o siete pececitos, eso fue todo».

Publicado por Yahoo News.

Y luego le hacemos ascos al brócoli.