El porqué de Tennessee
(Foto de tnjn)
Le pregunto a Catita.
– ¿Dónde quieres ir de vacaciones?
– A Tennessee, me contesta.
– ¿Y por qué quieres ir a Tennessee?, le preguntó asombrado.
– Porque juegan mucho al tenis.
Le pregunto a Catita.
– ¿Dónde quieres ir de vacaciones?
– A Tennessee, me contesta.
– ¿Y por qué quieres ir a Tennessee?, le preguntó asombrado.
– Porque juegan mucho al tenis.
Me percaté de que Catita tenía el semblante algo mohíno.
– ¿Qué te pasa, Catita?, le pregunté.
– Estoy triste, respondió.
– ¿Por qué estás triste, Catita?
– Porque se murió Abraham Liconln.
Los diálogos entre Catita y Olivia en el coche camino al colegio son un compendio de filosofía infantil. Recojo un par de conversaciones que capturé en día recientes.
Olivia: Quiero tener un diario.
Catita: ¿Qué es un diario?
Olivia: Un libro en el que escribes, pero sólo las niñas. Los niños no pueden escribir diarios.
Y otro diálogo un poco más profundo.
Olivia: Extraño mucho a mi abuelo, que está en el Cielo.
Catita: ¿Tienes muchas ganas de verlo?
Olivia: Sí.
Catita: Pues para eso, primero te tienes que hacer vieja.
Olivia: ¿?
Catita: Y para hacerte vieja, primero te tienes que casar, y luego tener hijos. Y entonces te haces vieja y te mueres, y así vas al Cielo y puedes ver a tu abuelo.
No es la primera vez que Catita me cuestiona sobre temas teológicos, pero sus argumentos son cada vez más desconcertantes y, en estas fechas, incluso navideños.
– Papi, ¿quién hizo al Niño Jesús?
– La Virgen María y San José, le contesto con aire satisfecho, pensando que ahí se va a quedar la cosa.
– ¿Y quién hizo a María y San José?
Esto se complica.
– Los hizo Dios, respondo.
Segundo quiebro. Pero esto no ha hecho más que empezar.
– Ahhh… ¿Y a Dios quién lo trajo aquí?
– ¿Aquí?, le pregunto sorprendido.
– Sí, aquí. ¿A Dios quién lo hizo?
– Catita, Dios existe desde siempre. Dios hizo todo. A ti, a mí, a todos… Dios hizo el mundo, los animales, las plantas, los árboles…
– ¿Hizo todo?
– Claro.
Asunto zanjado… o eso pensé. Pero faltaba la postilla final, la salida inesperada, la respuesta que hace de una anécdota una entrada de blog.
– Papi, pero yo puedo plantar una semilla de un árbol de manzanas y hago manzanas.
Con los oídos todavía adormilados escucho el diálogo entre Catita y Olivia en el asiento de atrás del coche. Vamos camino al colegio y son las 7:30 de la mañana. Está muy oscuro y llovizna. Una mañana desapacible.
– Catita, Santa Claus no lleva regalos a los niños en China.
– ¿Por qué?
Imaginé algunas posibles causas, como el temor de Santa a ser encarcelado por incitar al consumismo o a que se violaran sus derechos humanos.
– Porque no tiene tiempo de ir a China, respondió Olivia.
– Ahhhhh…
– Catita, ¿alguna vez has visto a Santa Claus?
– Sí, ayer lo vi (efectivamente, ayer estuvimos con Santa en una fiesta de Navidad en mi barrio).
– ¿Pero alguna vez lo has visto bajar por la chimenea?
– No… Papi, ¿tenemos chimenea?
– Sí Catita, pero no es una chimenea de verdad, es decorativa, le contesto.
– Ahhhh.
– Catita, si no lo has visto, entonces ¿cómo sabes que viene Santa Claus?
– Porque llama a la puerta…
Le cuento la anécdota a Catalina. Se ríe y se acuerda de otra.
Los hijos de una amiga, que ya tienen 8 y 10 años, todavía creen en Santa Claus, a pesar de que en el colegio ya les han revelado el secreto. Están empecinados en que Santa existe. La ilusión infantil parece más poderosa que la evidencia. Cuando su madre los interroga, le contestan muy convencidos:
– Mamá, tú no podrías ser Santa Claus porque no tienes dinero para comprar regalos…
¿Se os ocurren más argumentos para demostrar la existencia de Santa Claus o los Reyes Magos?
La semana pasada se celebró en Estados Unidos una de sus fiestas más importantes: el Día de Acción de Gracias. El cuarto jueves de noviembre, se recuerda la primera cosecha que tuvieron los colonos que llegaron de Inglaterra a Plymouth a bordo del Mayflower en 1621. A aquella gran fiesta acudieron también unos 90 indios nativos.
Hoy día es una fiesta que une a las familias, dispersas por todo el país, que se juntan para la famosa cena de Acción de Gracias en la que el pavo es el gran protagonista hasta que desaparece de las bandejas. Se calcula que más de 38 millones de estadounidenses viajaron este año 70 kilómetros o más para reunirse con su gente.
A sus cinco años, Catita ha absorbido estas tradiciones como una esponja. Tanto, que el viernes pasado me hizo una pregunta desconcertante:
– Papi, ¿nosotros también llegamos en el Mayflower?
Ibamos ayer en el coche y Catita exclamó de repente. ¡Mira papi, el sitio donde fuimos de picnic con tus amigos!.
Me quedé impresionado. De ese picnic hacían ya más de seis meses y desde entonces no habíamos pasado por aquel lugar. ¡Qué memoria!, pensé. Y no pude resistirme a preguntarle: Catita, ¿cómo te acuerdas?
– Papi, es que uso mi cabeza.
El sábado celebramos el cumpleaños de Andrea. Estuvimos abriendo los regalos. El nuestro era un gran teatro de guiñol. Catita le ayudó a abrir la enorme caja. Lo armamos en cinco minutos. Pegatinas, cortinas, luces… Las dos se quedaron contemplándolo dos minutos. Dos minutos. Eso duró la emoción.
Dieron media vuelta y repararon en la enorme caja. En esa caja descubrieron un potencial maravilloso que no encontraron en el teatro, que para ellas, quizás, constreñía la imaginación. Se introdujeron en ella y entre las cuatro paredes de cartón imaginaron mundos que el guiñol no ofrecía. Estuvieron jugando un buen rato mientras el teatro se moría de risa, solo, en una esquina, como un payaso sin gracia.
Por eso concluyo que a los niños les gustan más las cajas que los regalos. Por eso hay que regalarles cajas y que se imaginen que son regalos. Los mayores, en cambio, preferimos que nos den regalos, y luego, si no nos gustan, imaginamos que son cajas.
Hoy tocó visita familiar a Toys R’ Us. La última vez que estuve en la juguetería escribí un post que me gustó, así que pensé que quizás volver a la escena del crimen sería motivo de inspiración.
Fui pastoreando a Catita y a Andrea por los distintos pasillos hasta que se quedaron ancladas en la sección de libros. Luego Catita se cansó e hizo una incursión por los juegos de mesa. Ella hizo el descubrimiento del juego que motiva este post.
Se llama «Gassy Gus» y según la descripción de la caja, el objetivo es que los jugadores atiborrar «a Gus con todo tipo de alimentos que producen flatulencias, desde brócoli hasta alubias. Cada uno de estos alimentos va hinchando la barriga de Gus. Pero ojo con la gran explosión de ‘gas’. Nunca se sabe cuándo puede reventar Gus. Gana el que primero logre dar de comer a Gus todas sus tarjetas de alimentos».
Mi primer impulso fue reírme con semejante idea. El segundo, cuestionarme si enseñar a los niños a embutir a un muñeco para que se eche ventosidades es lo más pedagógico… aunque quizás sí sea muy pedogógico.
– Catita, por favor, compártele a tu hermana Andrea el juguete, le pido por enésima vez.
– Papi, pero es mi este juguete…
– Pero Catita, ya sabes lo que dijeron en misa, hay que compartir con los niños pobres…
– Sí papi, pero Andrea no es pobre.