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El burro delante

Foto de h.koppdelaney

Recuerdo cómo mi madre me corregía cuando, de niño, decía: «Yo y Alberto», o «Yo y Javi». La reacción era inmediata: «El burro delante para que no espante».

Ahora, esa labor me toca a mí con Catita. Pero los niños de hoy han espabilado un poco.

– Papi, Yo y Andrea…

– Catita, el burro delante para que no espante.

– Tienes razón papi. Andrea y yo… ¡Andrea, burra! ¡Andrea, burra!

Andrea se quiere casar…

Andrea y Catita hablan de matrimonio.

– Andrea, ¿tú te quieres casar con Artu?

– No, me quiero casar con papi, responde Andrea, que todavía tiene dos años.

– Pero Andrea, papi ya está casado, le aclara Catita.

– ¿Con quién?

– … Pues con mamiiii…

– Ahhhh.

Confirmado: soy chino

(Foto de Yewenyi)

Hoy estaba en el parque jugando con mis hijas y se me acercó un niño rubio como el oro. Nos había oído hablar. Me miró fijamente y me preguntó:

– ¿Hablas chino?

La pregunta me desconcertó. Cavilé un segundo. Le contesté que no, «no hablo chino». Pero me quedé pensando si, en realidad, yo debería hablar chino. Cuentan que los niños siempre dicen la verdad, así que quizás sí hablo chino y todavía no me había cuenta.

Nada más llegar a casa, lo primero que hice fue mirarme en el espejo. Tenía los ojos rasgados y la piel azafranada. Empecé a hablar y no entendía nada de lo que decía. Aquel niño tenía razón. Hablo chino.

A los niños les gustan más las cajas

El sábado celebramos el cumpleaños de Andrea. Estuvimos abriendo los regalos. El nuestro era un gran teatro de guiñol. Catita le ayudó a abrir la enorme caja. Lo armamos en cinco minutos. Pegatinas, cortinas, luces… Las dos se quedaron contemplándolo dos minutos. Dos minutos. Eso duró la emoción.

Dieron media vuelta y repararon en la enorme caja. En esa caja descubrieron un potencial maravilloso que no encontraron en el teatro, que para ellas, quizás, constreñía la imaginación. Se introdujeron en ella y entre las cuatro paredes de cartón imaginaron mundos que el guiñol no ofrecía. Estuvieron jugando un buen rato mientras el teatro se moría de risa, solo, en una esquina, como un payaso sin gracia.

Por eso concluyo que a los niños les gustan más las cajas que los regalos. Por eso hay que regalarles cajas y que se imaginen que son regalos. Los mayores, en cambio, preferimos que nos den regalos, y luego, si no nos gustan, imaginamos que son cajas.

El juego en el que las flatulencias deciden quién gana

Hoy tocó visita familiar a Toys R’ Us. La última vez que estuve en la juguetería escribí un post que me gustó, así que pensé que quizás volver a la escena del crimen sería motivo de inspiración.

Fui pastoreando a Catita y a Andrea por los distintos pasillos hasta que se quedaron ancladas en la sección de libros. Luego Catita se cansó e hizo una incursión por los juegos de mesa. Ella hizo el descubrimiento del juego que motiva este post.

Se llama «Gassy Gus» y según la descripción de la caja, el objetivo es que los jugadores atiborrar «a Gus con todo tipo de alimentos que producen flatulencias, desde brócoli hasta alubias. Cada uno de estos alimentos va hinchando la barriga de Gus. Pero ojo con la gran explosión de ‘gas’. Nunca se sabe cuándo puede reventar Gus. Gana el que primero logre dar de comer a Gus todas sus tarjetas de alimentos».

Mi primer impulso fue reírme con semejante idea. El segundo, cuestionarme si enseñar a los niños a embutir a un muñeco para que se eche ventosidades es lo más pedagógico… aunque quizás sí sea muy pedogógico.

Compartir o no compartir

– Catita, por favor, compártele a tu hermana Andrea el juguete, le pido por enésima vez.

– Papi, pero es mi este juguete…

– Pero Catita, ya sabes lo que dijeron en misa, hay que compartir con los niños pobres…

– Sí papi, pero Andrea no es pobre.

Blancanieves y los plátanos

Me dice Catita:

– Papi, a Blancanieves no le gustan los plátanos.

– Catita, ¿cómo sabes que no le gustan?

– Porque nunca come plátanos en casa de los siete enanitos.

– …

– Papi, ¿a que yo tengo la altura perfecta para ser Blancanieves?

– Claro que sí Catita, la altura perfecta.

– Y Andrea tiene la altura perfecta para ser un enanito.

Andrea Monroe

Andrea correteaba por la sala hasta que repentinamente sintió cosquillas en la pierna. Era el aire acondicionado que salía de una rejilla. Se quedó allí quieta un buen rato, inmóvil, picada por la curiosidad hasta que el vestido se le infló. Catalina se dio cuenta y me dijo: ¡Mira, como Marilyn Monroe!

Despiste jurásico

Con los niños uno no puede descuidarse. Hoy me despisté un segundo en una juguetería y Andrea se metió en un parque jurásico donde fue atacada por un dinosaurio. Afortunadamente enseguida hicieron las paces. Yo quedé fosilizado.

Andreaoide

A veces mi hija Andrea me deja boquiabierto, perplejo incluso. Y sólo tiene un año. El domingo pasado la pastoreaba entre los pasillos de un hipermercado hasta que se detuvo frente a uno de los anaqueles con discos compactos. Cogió uno de los discos, aparentemente al azar, y se lo entregó a mi cuñado S., que andaba cerca. S. lo observó sorprendido.

– Andrea, es «Closer», de Josh Groban, ¿cómo sabes que me gusta este disco?

Andrea se encogió de hombros, y sin mediar palabra, volvió al anaquel y sacó el mismo disco.

Hoy estaba jugando con ella y se escapó hasta la estantería del cuarto de estar. Entre los cientos de libros extrajo un número de la revista Nuestro Tiempo, concretamente el 571-572, de enero-febrero de 2002. Se acercó a mí, y me lo tiró encima. El ejemplar se abrió misteriosamente en la página 54, donde leo un titular enorme que dice: «Gonzalo Calcedo, cuentos y cuentista».

– Yo he leído algo de este hombre… y creo que hoy – pienso con un escalofrío.

Abro El Canódromo, de J., y leo la entrada del día. Y me asusto. Mucho.