Un consuelo para los que no sabemos aparcar
Recuerdo cómo me temblaban las piernas y me goteaba el sudor el día en que me examiné del carnet de conducir. Me llevaron a un callejón estrecho y sombrío en los aledaños (hay que usar mucho esta palabra, como recomendaba Peter) de mi colegio y me hicieron aparcar en paralelo. Agarrado al volante como si fuera el último resto de un naufragio, apreté los dientes y conseguí insertarlo milimétricamente entre los dos coches sin abollar ninguno de ellos. Resollé y giré la vista hacia Guillermo, mi profesor de la autoescuela. Estaba royendo un lapicero, con el rictus tenso y la yugular palpitante. Nunca volví a aparcar en un lugar tan estrecho.
(Vía The Tech Blog)
PD: A veces imagino lo que hubiera podido haber pasado aquel día si no hubiera aparcado bien.
Guillermo me llamó tonto de capirote. Se llevó algún susto. Eso si, aprobé a la primera.
Lo que más recuerdo de aquellas clases era la explicación de la raya continua: «Esto, como si ‘sería’ una pared».
Me examiné del carnet de conducir un dieciocho de Diciembre. ¿sabéis por qué me acuerdo de la fecha? Porque había una manifestación en Coruña por motivo del «Prestige», aquel petrolero que se hundió no hace mucho y que dejó las costas gallegas tan negras como el expediente de un capo de la mafia.
Pues detrás de la manifestación iba yo, en primera y a dos por hora, y tardé hora y media en llegar al aparcamiento. La examinadora estaba tan cabreada que ni me dejó aparcar, y desde entonces (siete años), nunca he aparcado «como Dios manda». Sólo de frente.
Aprobé a la primera, y creo que he sido la única gallega que ha bendecido al «prestige» de por vida.