Afortunadamente para Barcelona, existe un personaje allí capaz de verbalizar la situación, o sea de decir con palabras lo que hace falta oír para salir adelante. Ese personaje es Pep Guardiola, en la línea de los entrenadores dicharacheros que saben transmitir emociones a los jugadores, al público y a toda la ciudad, frente a la otra estirpe de entrenadores ceñudos que transmiten inquietud, fragilidad y ganas de cambio, primero del propio entrenador y luego de todos los demás, porque no se les puede hacer caso más que con desgana. «Somos un buen equipo cuando vamos y vamos, pero cuando nos gustamos demasiado nos cuesta más. Hemos tenido suerte». Estas palabras mágicas resumen de un plumazo la mentalidad en la que se revuelve, adelanta, atrasa, se enfada y/o se encuentra a si mismo no sólo el Barça sino todo el catalanismo desde que el Artur, que tenía que ser Mas y más, pero mucho más, se ha quedado en algo menos; o los socialistas desde el “cueste lo que me cueste” zapateroso. Con el que, si yo no noto que me cuesta, aunque sea el único, es que no cuesta, y España va bien, como el Titanic, hasta que el iceberg le hizo ir bastante mal.
Qué bien iría todo en todas partes, en Cataluña y en “el resto del Estado”, si alguien nos convenciera de que somos un buen equipo cuando vamos y vamos, pero que nos cuesta mucho más, hasta hacerlo a veces imposible, cuando nos gustamos demasiado, cuando nos empeñamos en tener razón e imponerla como sea, en vez de jugar el balón, ir por otro lado, comprender a los otros, con un cambio de ritmo, o de banda. Iríamos muy bien incluso en la financiación autonómica, o en lo de ETA, porque somos un buen equipo cuando vamos y vamos; y somos una catástrofe cuando nos gustamos demasiado y nos empeñamos en decir la última, sin atender a lo que ya se había dicho por otros.
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Buen chico el Pep, muy educado, pero ¡mejor Mou! Al pan pan, y al vino vino. El Gandhi de las Ramblas va con retranca. Nuestro Viriato va de frente y da de comer a legiones de periodistas sin imaginación.