Una de las señales más evidentes de la crisis que nos acecha está en la muerte de aquel lince ibérico, electrocutado por los cables de la cámara de televisión, que le vigilaba en el centro de cría en cautividad a donde le habían llevado. Lo que parece que te protege es lo que al final te acaba matando. Siempre se ha dicho de alguien que tuviera tan buena vista como para predecir lo que iba a pasar, que era un lince, y resulta que ya ni siquiera los linces saben ver las alambradas y las cámaras que controlan su cautividad, de la misma manera que los linces de La Moncloa parecen cegados por la crisis y ya no dan una predicción a derechas.
Los linces de la Moncloa se pasan ahora los días y las noches añorando el apoyo de Rajoy, gritando por las emisoras que se les arrime, que les ayude con su visión a encontrar el camino para salir de la crisis, que no les deje solos: al Gobierno y al PSOE, en este trance en el que pueden quedar electrocutados, como aquel pobre lince cautivo, a pesar de que están en el sitio que parecía más adecuado para que desarrollaran su “lincería” a tope, a tope de talante, naturalmente, su perspicacia, su lúcida lucidez.
El corralillo de los linces es la imagen de lo que nos espera: un lince en la Moncloa y los demás linces en la calle hasta quedar todos electrocutados. De hecho, el lince, que era un lince como su nombre indica, trató de salir de allí, antes de que la cautividad a la que le habían sometido le diera la puntilla. Que terrible tiene que ser para un lince no morir en Doñana, donde se deben morir los linces tan a gusto y tan lejos de la crisis. Debe ser terrible morir electrocutado por la cámara de televisión que te vigila para que no te escapes. Sería un lince que ya lo habría perdido todo: su agudeza visual, su sentido de la realidad, su conocimiento de los peligros que le acechaban en las herramientas con las que le vigilaban. Pensaría que aquella cámara de la tele estaba allí para entrevistarle, como hacen otras cámaras con otros linces que se explayan ante ellas pidiendo ayuda a la oposición para que no les deje solos, pero aquella cámara estaba para electrocutar a todo el que se arrimara a ella con ganas de salir por la tele, como si fuera La Moncloa.