sobran cuatro o cinco millones

Lo más curioso de las medidas que se preparan para tomar el Gobierno, los sindicatos y la patronal, es que funcionarían estupendamente bien, si España tuviera cuatro o cinco millones de habitantes menos. Es decir, se están planteando tomar medidas que habrían sido maravillosas, más o menos, en el año 2000, cuando el país tenía algo más de 40 millones de habitantes. La cultura de la muerte, de la que hablaba Mayor Oreja, no sólo habrá que referirla al millón y medio de abortos, punto arriba, punto abajo, sino a que al Gobierno parece como si le sobraran cuatro o cinco millones de personas, que si desaparecieran así por arte de birlibirloque, le arreglarían todo de lo que están discutiendo: las pensiones, la edad de jubilación de las personas e incluso la edad de jubilación de las centrales nucleares, a las que también se ven obligados a alargarles la vida laboral, porque se necesita la energía eléctrica que producen para atender a las necesidades de esos 47 millones y pico de españolitos, a los que una de las dos españas va a helarles el corazón, pero que mayormente será la España que trabaja la que se lo quiera helar a la que está en paro.
Esas discusiones sobre si hay que cotizar durante treinta o cuarenta años para recibir la pensión, les resultan música celestial a los cinco millones de personas que no pueden ni cotizar, porque no tienen de qué. A los parados les da igual que haya que cotizar mil años, y muchos de ellos lo que deben echar en falta es un verdadero sindicato de parados, que defienda de verdad a los parados, que fomente de verdad el empleo a los que no tienen ni para comer y mucho menos para cotizar. Porque ahora mismo, los sindicatos sólo defienden a los que todavía cotizan, particularmente si están afiliados a su organización y pagan también esas cuotas sindicales y no sólo las de la Seguridad Social; y a la patronal también le vendría bien aligerar las nóminas de sus empresas con algún que otro millón de parados más, para que nos vamos a engañar: la última remodelación del sistema para hacerlo sostenible pasa por poner en la calle aproximadamente a la mitad de los empleados de esas cajas que se tienen que convertir en bancos.
La cultura de la muerte es la que siente que le sobra gente por todas partes, que si se murieran unos cuantos más de los que lo hacen en este momento, todas las cosas funcionarían mucho mejor. Que si la sanidad, las carreteras y el aire fueran peores y se llevaran a mucha más gente por delante, no haría falta prolongar los años de prestación para cobrar íntegras las pensiones de jubilación. La cultura de la vida, en cambio, es la que piensa que cuantos más seamos, mejor estaremos, aunque sólo sea porque los niños de más que habiten este planeta, necesitarían más potitos y más abriguitos y más sudaderitas y más zapatillitas, que se les quedarían pequeñitas y pequeñitos en cuanto crecieran un poco y habría que comprarles otra vez de todo. Los padres harían lo que fuera para tenerlos contentos y no se plantearían tanto tirar a los abuelos al estercolero. Y habría mucha más gente experta en internet y en videojuegos, incluso habría mucha más gente que podría ponerse a estudiar, a tener nuevas ideas, a innovar, y así sacudir la galbana de este país envejecido y triste, tan triste y envejecido como las medidas del pacto social global que se avecina con pensionistas y centrales nucleares a las que hay que alargarles la vida a tutiplén.

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