Por qué escribo lo que escribo
(Foto de Churl)
Nunca nadie me preguntó sobre mi técnica de escritura. Supongo que será porque a nadie le importa. Pero como eso es de lo que voy a escribir ahora, el que lea esto va a conocer la respuesta aunque jamás se hubiera planteado la pregunta. En realidad, cuando empiezo a escribir nunca sé de qué voy a hablar. Simplemente comienzo a presionar teclas, como estoy haciendo ahora, sin saber a ciencia cierta qué voy a decir. Es algo muy incómodo porque voy sumando caracteres, llenando espacio y me voy dando cuenta de que no sé cómo terminar. Entonces me sudan las manos, como ahora mismo, y me pongo muy nervioso, y empiezo a mirar a mi alrededor a ver si encuentro algo que me inspire y me permita seguir adelante. Caramba, mira qué cuadro tan bonito tengo en mi pared. Nunca había reparado en esos tonos verdes y esas pinceladas tan regordidas. Pero luego me doy cuenta de que no es más que una digresión y que no encaja con lo que pensaba contar al principio, y entonces busco una escapatoria: el absurdo. Sí, recurro al absurdo porque así nadie me puede recriminar mi incapacidad para escribir cosas coherentes y pensadas. Lo confieso, no sirvo para escribir lo que debería escribir. Por eso escribo otras cosas distintas que a nadie le interesan, para que nadie las lea y así no descubran mi incompetencia, y además las publico en Internet, donde se publican millones de cosas más, para que así pasen aún más desapercibidas. Como decía antes, nunca sé cómo terminar, y por eso, en un ejercicio aleatorio echo a suertes dónde colocar el punto final. Por ejemplo, aquí.