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El perro que se me olvidó contar

(foto de Matt Wright)

Siempre que mi amigo coreano Gung me invita a comer, cuento meticulosamente los perros que deambulan por su casa. Tiene que haber cuatro: 진히, 미듬, 소망 y 빼빼로. Lo hago como rutina desde que me enteré que los coreanos son aficionados a la carne de can, también conocida como «canne». Por eso, después de saludar a Gung y a su esposa, lo primero que hago es este ejercicio de cálculo. Ya he desarrollado cierto afecto por los chuchos, que me saludan efusivamente meneando la cola cada vez que me ven.

La semana pasada, llegué con tanta hambre a casa de Gung que casi se me olvida saludarles a él y a su esposa. «Dejaré a los perros para después», pensé yo, mientras me sentaba ansioso a la mesa.

La cena estuvo deliciosa y la conversación muy amena. Charlamos de todo lo que nos gusta hablar cuando nos juntamos los tres: de fútbol, de antigüedades chinas y de paraguas de colección. Pasadas las tres horas, decidí que ya era hora de marcharse. Me despedí del matrimonio y también quise decir adiós a los perritos.

– Adiós 진히, adiós 미듬, adiós 소망… ¿dónde está 빼빼로?

Acoplados en la Casa Blanca

Estoy a punto de bajar persiana pero una noticia de última hora capta mi atención. Una pareja de Virginia, Michaele y Tareq Salahi, se coló sin invitación en la primera cena de estado de Barack Obama en la Casa Blanca. Ayer os daba el menú. Lo de hoy es la guinda del pastel.

La noticia ya es un escándalo que pone en entredicho la seguridad del presidente. ¿Qué hacían esos dos allí? Mis primeras conjeturas apuntan a que la pareja se enteró del menú a través de este blog y no resistió la tentación de probar la «Arúgula de la Casa Blanca con vinagreta de semilla de cebolla».

Pienso que acoplarse a una fiesta tiene sus ventajas. Por ejemplo, uno puede vestirse de forma zarrapastrosa sin erosionar su status social. Nadie te conoce. Por ese mismo motivo, también se puede engullir hasta perder el conocimiento. No habrá tribunal inquisidor que te censure. Y echándole hilo a la cometa, alguno con más dureza de cara que el corindón en la escala de Mohs puede incluso convivir con los anfitriones como si fueran amigos de toda la vida. Los convidantes sí tienen que guardar la compostura y antes que montar un numerito achacarán el desconocimiento a la falta de memoria.

En fin. A esta hora, todos se preguntan cómo pudieron acoplarse a semejante cita sin invitación, birlando los controles de seguridad y sacándose fotos con la flor y nata de la política estadounidense. Yo, sin embargo, lo que me pregunto es cómo estaba la arúgula con vinagreta de semilla de cebolla.