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El café, la salvación del periódico de papel

Suena el teléfono. Es una hora extraña para que llamen. Contesto mientras pienso: «seguro que es alguien que me quiere vender algo». Pensamiento acertado.

– Buenas tardes, ¿es usted el señor de la casa?

– Sí, señor.

– Le llamo del Atlanta Journal Constitution, el periódico local, para ofrecerle un descuento único. Las ediciones del jueves, viernes, sábado y domingo por sólo 2,50 dólares. Regalado, señor.

Me quedo pensativo. El vendedor no se imagina todo el debate interno que me genera su llamada: la crisis de la prensa, la transformación del concepto de periodista, Internet, las redes sociales, etcétera. Son demasiadas cosas como para abrumar al infeliz que me ofrece la suscripción al periódico. Por un lado siento la necesidad de apoyar a mi profesión; por otro, el periódico en papel se me hace un concepto trasnochado, antiecológico y cada vez con menos sentido. Me gustaría que alguien me convenciera de lo contrario.

– Le agradezco mucho la llamada, pero es que leo el periódico en Internet, contesto sin piedad. Me duele responderle así, tan crudamente, pero no quiero prolongar inútilmente la llamada.

El vendedor trata de recomponerse y contraataca. Su argumento me desconcierta

– Pero señor, ¿hay algo mejor que leer el periódico con una buena taza de café?

No puedo creer que el individuo al otro lado de la línea se escude en el café para defender el periódico en papel. La cafeína es el dopaje de la prensa, pienso. La substancia que le va a ayudar a derrotar a Internet en la lucha por el lector. No, no creo. Vuelvo a la carga, otra vez con contudencia.

– Oiga, que yo leo el periódico en el iPad y eso no me impide disfrutarlo con una sabrosa taza de café…

Al vendedor se le acaban los argumentos. Se da por vencido y se despide.

– Que tenga una buena tarde.

Cuelgo el teléfono. No puedo creer que hoy día el único argumento para vender un periódico de papel sea una taza de café.

Tapitas mexicanas

Lone Coffee Cup - PW6

Me junté con otro amigo español en una cafetería de la Ciudad de México.

– ¿Qué les sirvo?, nos preguntó la dependienta.

– ¡Un cappuccino!, respondimos al unísono.

Mientras esperábamos a que nos los preparara, mi amigo, a quien llamaré R., me contó una anécdota que ilustra cómo un periódico puede manipular la realidad simplemente modificando los colores de una foto. Me decía que, durante el Mundial de 1998, cierto director de diario deportivo español bajaba a los talleres de fotocomposición para pedir que le aumentaran el magenta a las fotos de Javier Clemente, y que así pareciera aún más cabreado.

– Aquí tienen sus cafés.

Enseguida empezamos a sorber de los vasos de papel. El café humeaba.

– ¿Quieren unas tapitas?, inquirió la dependienta.

Nos miramos sorprendidos. Nunca imaginamos que en una cafetería de México nos ofrecerían tapas.

– Pues claro, respondimos. ¿Qué tapitas tienen?¿jamón?¿tortilla de patata?

La dependienta nos miró algo desorientada, confundida, y, girándose, nos entregó dos tapas.

– Aquí las tienen, para que no se les caiga el café.

Ex-tarbucks

Nos han cerrado el Starbucks que teníamos al lado de casa. Estoy de mal café.