Los «incidientes» de Bike
(Foto de Sappymoosetree)
Hablábamos de cosas desagradables como ortodoncias, empastes, caries y gingivitis cuando Arturo se acordó del diente de «Bike».
A «Bike» no le gustaba su nombre, Vicente Pérez, y por eso se autodenominaba «Bike». Durante la universidad tuvo un accidente y se le cayó uno de los dientes caninos, pero en lugar de ir al dentista a arreglarlo, él mismo se lo acomodó como pudo. El diente quedó bailando, sometido a los vaivenes de la vida.
Una vez, cuenta Arturo, Bike y sus amigos estaban desternillándose de risa. Y tanto se carcajeaban, que el endeble canino de Bike se zafó y salió volando. El colmillo describió una parábola, rebotó en el suelo y, con gran destreza, Bike lo cazó al vuelo, lo reinsertó en su hueco sin inmutarse y siguió riendo.
En otra ocasión, durante una comida multitudinaria, Bike sufrió otro «incidiente». Su canino flojo volvió a abandonar la mandíbula para caer esta vez sobre una mullida cama de arroz. Ninguno de los comensales se dio cuenta, así que Bike, nuevamente con gran pericia y armado con un cucharón, se abalanzó antes que nadie sobre la fuente para rescatar su diente, mimetizado entre los granos de arroz. Una vez en su plato, se llevó a la boca un montículo de arroz sobre el que se arrellanaba el diente y en un par de movimientos de lengua se lo volvió a acomodar en su sitio.
Pero el colmo del colmillo fue cuando Bike, en un despiste monumental, se tragó su propio diente. Sin desesperarse, pacientemente, aguardó a que el susodicho fuera expulsado gloriosamente por el esfínter. Lo sacó de entre los excrementos como si fuera una pepita entre arenas auríferas, lo lavó y, muy ufano, lo colocó en su sitio.
¿Y cuál es la moraleja de la historia? Pues que cuando se tiene un canino flojo, hay que estar muy pendiente.