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Aeropuerto transparente

Mi vuelo llegó a la nueva terminal del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México: la terminal 2. Salimos  del avión y empezamos a desfilar como robots hacia la zona de inmigración.

El edificio en sí no me impresionó mucho, aparte de estar más agujereado que un queso y de tener tres plantas. Llegamos a un puesto de control y rellenamos un formulario sobre síntomas de gripe porcina. Seguimos avanzando y pasamos aduana. Bastante rápido. Finalmente, la zona de equipaje. Esa sí que me llamó la atención ya que a través de una cristalera, como un gran escaparate, se podía ver la labor de los maleteros descargando los equipajes de nuestro vuelo. «Eso sí que es transparencia«, pensé yo. Detrás mía, un señor no se conformó con pensarlo, y manifestó sus cavilaciones en voz alta:

– «Esto es transparencia… para que puedas ver cómo maltratan tus valijas».

Lo más irritante es que, efectivamente, la transparencia no parecía importar mucho a los maleteros, que manipulaban el equipaje con rudeza. A mi alrededor podía observar los rostros demudados de algunos pasajeros que veían cómo sus maletas iban a dar contra el suelo con estrépito. En mi caso, he de decir que recuperé todos mis bultos íntegros.

Seguí andando y me llamó la atención que en la nueva terminal se preocuparan tanto por la salud de los viajeros, y es que hasta había señales para advertir a la gente se preocupara por sus talones. Supongo que cargar maletas deber ser muy malo para los pies.

También me dio la impresión de que era una terminal divertida, ya que al parecer había muchas bandas, supongo que amenizando el tránsito a los viajeros. Así que, salvando alguna contradicción, como una señal que para explicar cómo lavarte las manos te indicaba unos pasos, mi experiencia en la terminal fue buena.

Las consecuencias geográficas de una congestión

Foto de Foxypar4

Llegó al mostrador del aeropuerto muy cansado y con una congestión nasal aguda. Todo lo que quería hacer era dejar la maleta y subirse al avión para quedarse profundamente dormido hasta aterrizar en la capital de Sri Lanka.

– Buenos días, señorita, aquí está «bi basaborte»… «disculbe» que le hable así, es que tengo «bucha congestión».

La empleada de la aerolínea ni le miró a la cara. Se limitó a teclear sin mediar palabra.

– La «baleta» aquí se la «bongo»…  ¿le «barece»?

La azafata siguió tecleando. Imprimió el billete y se lo entregó al viajero, que lo introdujo maquinalmente en el bolsillo de su abrigo. Se fue a rastras hasta la puerta de embarque y se quedó dormido en la sala de espera. Cuando despertó, estaban entrando al avión los últimos pasajeros. Se levantó corriendo, entregó su billete a la azafata y embarcó. En cuanto llegó a su asiento, se abrochó el cinturón y cayó completamente dormido. Tres horas después se despertó con el anuncio del piloto.

– ¡Merhba Malta!, Espero que disfruten su estancia en La Valeta.