La evaluación

Se acerca el final del año y es la época de las evaluaciones en el trabajo de M. Ese momento en el que tiene que recopilar todo lo bueno que  ha hecho y escribir un largo informe panegírico para que le aumenten el sueldo por encima de la inflación. En teoría  también debe incluir los aspectos mejorables, y así componer un documento equilibrado, creíble, verosímil, para que vean que  es autocrítico y que sabe aquilatar tanto virtudes como defectos.

Pero M. odia escribir su evaluación, y más aún autoflagelarse confesando sus defectos al jefe. Es un dolor de cabeza insoportable y un campo fértil para ejercer la procrastinación. Por eso, lo pospone sine die, hasta que los mensajes del jefe se convierten en amenazas y ultimatos. Entonces, a regañadientes, se pone delante del ordenador y empieza a teclear, hasta que desespera, y entonces entonces vocifera su frustración. Un compañero lo oye, y se acerca.

– Yo te puedo escribir la evaluación, por un módico precio.

– No me importa, ¿Cuánto cobras?

– Por ser tú te lo haría barato. 10 dólares por cada elogio y cinco por cada cosa negativa, para que salga equilibradita la cosa. Si es todo elogio no cuela.

– Mmmm, pues me parece bien. Y sólo por quitarme este dolor de cabeza… hasta estoy dispuesto a pagar. Pero sólo tengo 10 dólares, así que sólo me llega para un elogio, o dos cosas negativa. Prefiero dos cosas negativas.

– Me parece muy bien. No te preocupes, diré cosas realmente malas de ti, para que los 10 dólares estén muy bien gastados.

Pasadas dos semanas M. recibe la carta de despido. La abre con satisfacción y festeja lo bien invertidos que estuvieron sus 10 dólares. Ya no tendrá que escribir más evaluaciones.

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