El caballo al que le miré el diente
La semana pasada, camino a Jacksonville, nos detuvimos en un área de descanso para rellenar la andorga. Lucía un sol primaveral. Nos bajamos del coche y buscamos una mesa libre en los merenderos. Divisamos una a lo lejos, junto a la cual creímos ver… un caballo pastando. Nos acercamos a una distancia en la que la vista no daba lugar a dudas. Efectivamente era un caballo. Un lustroso corcel que pacía alegremente en el césped. Me llamó la atención la tranquilidad y parsimonia con que desmenuzaba las briznas entre sus dientes, ajeno a mi presencia. Y viéndolo con semejante desenvoltura, almorzando como un humano más, pensaba que en esta sociedad, tan plural y singular a la vez, puede llegar a ser borrosa la línea que separa al hombre del animal.
¿Somos cada vez más animales, o los animales son cada vez más humanos?
Pues qué quieres que te diga, cuando voy a alguna reunión informal y veo como comen los niños, y después me fijo en los modales de los padres… y siempre digo que la próxima reunión la hagamos en una pocilga.
Porque irán todos vestidos de Roberto Verino, pero nadie les ha dicho que comer con la boca abierta (y hablar con la boca llena) es un asco.
Además de una falta de educación.
ajajjajajjaj muy buena reflexión, Allendegui…
He conocido animales más leales que algunas personas…
bettyboop