El (h)Omnívoro
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Foto de Bob Jagendorf
Foto de Bob Jagendorf
A Peter le debo muchísimas cosas, pero una cuenta que siempre me quedará pendiente es un reportaje sobre la comida y la humanidad para la revista Nuestro Tiempo que, desafortunadamente, nunca logré escribir. En las comidas de redacción de los jueves siempre tenía que inventar una excusa para ocultar el callejón sin salida en el que se encontraba el artículo… Un artículo escuálido, anoréxico e inapetente que vivió siempre a dieta hasta que se diluyó como el sudor en una camiseta. Terminó reducido a una suerte de broma interna entre Peter y yo. Todavía conservo el ejemplar del libro que me inspiró: «El (h)omnívoro (el gusto, la cocina y el cuerpo), de Claude Fischler y publicado por Anagrama.
Escudriñando entre viejas carpetas informáticas, me topé con un archivo con un enigmático título. «Comida, divino tesoro». Al abrirlo, encontré los primeros retales inconexos del artículo que se me indigestó y del que Peter se quedó con las ganas.
Los antiguos helenos se alimentaban, preferentemente, a base de harinas de cereales, en forma de sopas, gallettas o papillas. A estas harinas solía añadirse aceite, miel, uvas e higos (muchas veces secos) y queso de leche de cabra. Raras veces comían carne. Utilizaban muchos condimentos para dar sabor a su comida: sésamo, anís, menta, etc. La cocina griega utilizó el ajo, la cebolla y muchas hierbas aromáticas. El vino, ordinariamente, muy espeso, se bebía rebajado con agua.
La comida diaria de un legionario romano en tiempos de la República consistía en 850 gr. de trigo, 100 gr. de mateca, 30 gr. de queso y medio litro de vino. Esta ración se distribuía regularmente a cada soldado y le era descontada de la paga. Podía completarse con algunas conservas de pescado.
Este era el menú de un banquete descrito por Macrobio, en la época del Imperio Romano: la gustatio (entremeses), compuesta de ostras, mejillones en salsa, capón con espárragos; la prima caena (primer plato), compuesta de costillas de corzo y jabalí, patés de ave, mariscos de múrice y púrpura; la altera cena (segundo plato), que comprendía mamas de cerdo al natural o guisadas, pechuga de pollo y cuello de pato asados, liebres y pollos de Frigia asados, fiambre de cabeza de jabalí: los postres, compuestos de crema de harina y pastel de Vicenza. Estos banquetes, así como la comida ordinaria más importante del día, solían celebrarse al atardecer. En cambio, al mediodía, la comida era muy frugal.
En el último cuarto del XIX se generaliza el consumo de frutas y verduras. El vegetarianismo se abría paso después de que el científico ruso Ilya Metchnikoff llegara a la conclusión de que la ingestión de carne producía sustancias nocivas en la digestión que luego se introducían en la sangre. Empiezan a llegar las frutas exóticas (monocultivos,…). Disraeli: «no hay nada tan delicioso como un plátano». El zapote, originariamente americano, se ha hecho famoso porque de él se obtiene la materia prima del chicle. Los mayas centroamericanos hervían el látex del zapote silvestre para fabricar su goma de mascar. En Europa, antes de conocer el chicle se mascaba resina de las islas griegas
Ludwig Feuerbach, filósofo, dijo en una ocasión: «¿Quiere usted que las personas sean mejores? Pues entonces, en lugar de predicar contra el pecado, proporcióneles una mejor alimentación. Der Mensch ist was der isst. El hombre es según lo que come. La alimentación humana es la base de su cultura y de su orientación».
Al hilo de este último párrafo pienso en la pregunta de Feuerbach y creo que haber conocido a Peter de Miguel me ayudó a ser una persona mejor.
Se perdió un artículo, pero ganamos la leyenda del (h)omnívoro.
Joer que hambre me ha entrado. Quien fuera Emperador
Miguelito, siempre que lees mis posts te da hambre. ¿Les faltará serotonina?
Qué hambre, iba a decir. Acabo de bajar del monte tras día y medio silvestreando: ¡qué hambre!
En tu silvestreo, Ander, ¿no encontraste ningún corzo o jabalí que llevarte a la boca?