Temor al termómetro
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Antes de comprar un coche, siempre me cercioro de que no tenga termómetro. Un coche sin termómetro da libertad. Aunque haga un frío mortal, al no tener termómetro no sabes qué temperatura hace y puedes hacerte el loco pensando que, en el fondo, sólo está un poco fresquito. Es más, ni siquiera enciendes la calefacción del coche. A lo sumo piensas, «¿hará frío de verdad?», pero al final tú solo te contestas: «Serán imaginaciones mías».
En cambio, si tienes termómetro, enseguida te enteras que estás a 10 bajo cero. La cosa cambia. No te queda otra que encender la calefacción al máximo. Empiezas a tiritar, los huesos se entumecen y se congestiona la nariz. Las manos se agarrotan y apenas pueden coger el volante. Maldices el termómetro. No te puedes hacer el sueco porque delante de tus narices hay un indicador enorme que dice -10C con el icono parpadeante de un copo de nieve. Es entonces cuando tomas una decisión drástica. Sales corriendo del coche. ¡Ya no tienes frío!