Escribir sin «íes» ni «kas»
Ayer me puse a limpiar la parrilla, y lo hice con tanta enjundia que, en un despiste, la cubierta metálica cayó con todo su peso sobre el dedo medio de mi mano derecha. Aparte de ver las estrellas en pleno día, la uña cambió de color, y adquirió un tono violaceo precioso, con el que, si no fuera por el dolor mayúsculo, me hubiera holgado.
Superada la congoja inicial, el dedo se quedó atormentado. Pero sólo era el comienzo del calvario: me esperaba una jornada laboral de ocho horas delante de un teclado, escribiendo sin parar. Me senté delante del ordenador y observé cuidadosamente la ubicación de las letras para diseñar una estrategia. Había que sacrificar las «íes» y las «kas», que son las letras que le corresponden al dedo medio de la mano derecha.
Por fortuna no uso muchas «kas» en mi vida cotidiana, aunque casualmente ayer tenía muchas ganas de escribir sobre Kant y sobre kárate. Me tuve que reprimir por el bien de mi falange maltrecha y mi uña cárdena. El problema eran las «íes», de las que me resultaba más difícil prescindir. Primero intenté negociar con los otros dedos de la mano derecha para que hicieran el trabajo del lesionado, pero se negaron en redondo argumentando convenios laborales de los sindicatos falangistas.
Como alternativa, me ocurrió buscar sinónimos para todas las palabras que incluyeran esa vocal, pero después de dos horas haciéndolo me empezó a doler la cabeza. «¿Qué será mejor, que me duela la cabeza o que me duela el dedo?», pensé. Intenté escribir «suplicio» y un escalofrío me recorrío el cuerpo al presionar la tecla de la «i».
Decidí seguir buscando sinónimos hasta que la jaqueca fuera insoportable. Aguanté otras dos horas. Probé de nuevo mi resistencia en el dedo, esta vez tecleando «aflicción». El dolor volvió a ser irresistible al oprimir la «i». Entonces tuve una idea brillante: usar el socorrido copy/paste. Copié la «i» de «aflicción» y la fui pegando donde se necesitaba. Pero allá donde la colocaba, la palabra entera se afligía y luego tenía que estar consolándola durante un par de minutos. Afortunadamente se acabó la jornada laboral y pude descansar.
Ahora valoro mucho la labor del dedo medio de la mano derecha, que siempre me había parecido un haragán porque sólo tecleaba la «ka» y la «i». Después de esta experiencia, sé que sin él nunca podríamos escribir «kiwi», ni «kiosko», ni siquiera «kilopondio», una de mis palabras favoritas.