Hernández, de Siniestro Total: «Envejecer es fácil; sólo hay que dejar pasar el tiempo»
Julián Hernández (Madrid, 2 de julio de 1960) es uno de los tres fundadores de Siniestro Total, uno de los grupos de punk rock más influyentes en España y ejemplo de cómo, de una tragedia automovilística, puede brotar creación artística incombustible.
Un 20 de agosto de 1981, cuando Hernández iba en un Renault 12 familiar con un grupo de amigos, sufrió un accidente que dejó el coche irreconocible. Fue un siniestro total para el coche, pero un golpe de suerte para la música, ya que fue la chispa que dio origen al grupo. Muy cerca ya de cumplir 30 años, y con 18 discos entre pecho y espalda, siguen creando sin parar. Su último trabajo, Country & Western, está recién salido del horno, que para variar, no está para bollos.
Conocí a Siniestro Total en la adolescencia tardía, después de escuchar sus canciones durante horas interminables mientras editaba un video-clip para el pregón de fiestas del colegio. Desde entonces, ST me ha ido acompañando y no me canso de escucharlo… es de esos grupos, quizás, que los gurús llaman clásicos.
Esta entrevista con Hernández es un ejemplo claro del dadaísmo propio de Siniestro. ¿Por qué? Pues porque dada la distancia geográfica que nos separa, dada la diferencia horaria que tenemos y dada la tecnología actual, la hicimos por correo electrónico (buff, una tecnología del siglo pasado). Así que es una «mailtrevista». Que aproveche.
Por cierto, antes o después de leer las brillantes respuestas de Hernández, os lanzo un desafío a vuestra siniestra cultura:
Allendegui: Empiezo por lo último, no sólo de punk vive el hombre, y ahora os da por el country y el blues ¿qué me puedes contar de vuestro nuevo disco, Country and Western? ¿Música country estilo Siniestro?
Hernández: Bueno, pues yo creo que el hombre, en este caso el Homo Siniestrensis, sí que vive sólo de punk. Se trata más de una idea, digamos, para-cultural (¡glubs!) en la que el género musical es de alguna manera secundario. No hay más que echar un vistazo a lo que normalmente se considera el principio del punk inglés de finales de los setenta: Damned, Sex Pistols, Clash, ¿tienen algo que ver en lo musical? Yo creo que bien poco, al margen de que sean grupos de rock y punto. Respecto a Country & Western, el álbum, todo partió de un doble sentido. Galicia es un país y está al oeste de la Península Ibérica y de toda Europa (periféricos que somos), lo que coincide con el nombre del género musical. En este país que está al oeste es donde vivimos y donde manejamos un sistema operativo, con un sentido del humor peculiar, que es el que utilizamos para comunicarnos. El disco (que ha quedado especialmente bien, aunque esté mal que yo lo diga) es el último eslabón, hasta la fecha, de una cadena de trabajos con Joe Hardy que empezó hace la friolera de diecisiete años en Memphis (Tn) con la grabación de Made In Japan, un álbum casi (y sin casi) de heavy metal. Country & Western se grabó en febrero de este año 2010 en Houston (TX) en The Foam Box, el estudio de Billy Gibbons de ZZ Top con quien Hardy trabaja desde los tiempos de Gimme Some Lovin’. ¿Que por qué nos fuimos hasta Texas? Pues porque el dólar está barato con respecto al euro, porque la colección de guitarras y amplificadores de Joe y Billy juntas es impresionante y porque a los gallegos nos caracteriza eso de largarnos del país para poder hablar de él. Algo de country hay pero, como supondrás, somos cualquier cosa menos unos puristas.
Allendegui: Si tuvieras que explicar qué es Siniestro Total a los jóvenes de ahora ¿qué les diríais? ¿Quiénes sois, de dónde venís, y adónde vais?
Hernández: Las mismas explicaciones valdrían para los viejos de ahora. En resumen, no tenemos ni idea: por eso nos hacíamos esas tres preguntas ya en una canción de 1984, el año de George Orwell. Sabemos, eso sí (y lo contamos en Country & Western), quiénes son, de dónde vienen y a dónde van nuestros gobernantes, no sólo en política sino también en economía, cultura (popular o de altos vuelos) y otros coñazos que nos dan a todos por igual en este mundo globalitario, que no globalizado. Siniestro Total es, básicamente, un grupo de rock, un grupo musical, pero hemos acumulado una serie de personas como diseñadores de portadas (Oscar Mariné, Xulio Daspastoras, Mikel Garay), un realizador de video casi fijo (Mikel Clemente), técnicos y demás familia, sin olvidar una base social importantísima, que también configuran la idea y forman parte de ella tanto como los cinco tipos que estamos en el escenario. No nos asustan ni la muerte del rock (el rock murió cuando se mató Buddy Holly en aquel avión) ni los cambios tecnológicos ni la ignorancia tradicional de una industria en decadencia. Hacemos lo que queremos a sabiendas de que la libertad es muy cara. Si hay algo que robar, lo robamos, como decía Pablo Picasso. Quizá seamos un grupo sin género pero sí con un cierto estilo. ¡Vaya usted a saber! No consideramos ninguna parte de nuestro trabajo como especial en sí misma sino que es una especie de proyecto-objeto (que decía Frank Zappa) que también debería poder funcionar troceado como un buen jamón. Suena algo pretencioso, pero ¿qué le vamos a hacer?
Allendegui: ¿Cuál ha sido la anécdota más graciosa que os ha pasado sobre un escenario?
Hernández: Uf, lo más gracioso ya es estar en un escenario. Después de casi tres décadas, la lista sería cuestión de someterla a votación. Por otra parte, forzar a la memoria para entresacar una anécdota es difícil: suelen surgir en medio de conversaciones en las que alguien dice “a propósito, ¿os acordáis de aquel día en el que…?”. Ya me gustaría haber visto a una chica en la primera fila convertirse en pez y echar burbujas por la boca, como Captain Beefheart, o ver como un carro de heno incendiado se abalanzaba hacia el escenario, como Maldita Vecindad en Tijuana, pero ninguna de las dos cosas nos ha pasado. Bueno, algo parecido nos pasó en el desierto de Tabernas, en Almeria, cuando tocamos en la fiesta de mitad del rodaje de la película 800 Balas de Alex de la Iglesia. Era en el saloon del pueblo donde se rodaban los spaghetti western (¡qué premonición!) en los años sesenta y, a mitad de concierto, irrumpieron varios cowboys a caballo y pegando tiros sin que a nosotros nos avisaran de nada. Otro golpe de efecto (este no premeditado) nos pasó en la plaza de toros de Málaga. Solíamos poner la sintonía de la serie de TV Miami Vice justo antes de salir a tocar. Cuando la plaza estaba a oscuras y la música de la serie sonaba a todo volumen, pasó por encima de todas las cabezas un helicóptero de la policía con un reflector que recorría las gradas. Ni Pink Floyd o U2 hubieran soñado con un espectáculo gratuito de semejante calibre. A lo mejor no son anécdotas graciosas, pero como nunca hemos visto una lluvia de ropa interior femenina sobre nosotros ni nada por el estilo, es lo que se me ocurre en este momento…
Allendegui: ¿Cuál dirías que es vuestra mejor canción, por la que os gustaría que os recordaran?
Hernández: Buena pregunta. El problema es que no tengo respuesta. Vamos a ver: en primer lugar no pretendemos ser recordados, no vaya a ser que detengan a nuestros nietos por algo que perpetramos nosotros cuando ellos no habían nacido aún. Lo que pasa es que todas las canciones son como hijos tontos y a todas las quieres o las odias por igual. Esto no quiere decir, ojo, que no sepamos que unas veces nos salen más redondas, otras veces más cuadradas y otras más triangulares. Nos consta que hay temas que son más conocidos, por la razón que sea, y otros que pasan más desapercibidos. Eso no les da un valor especial ni a los guapos ni a los listos ni a los feos ni a los tontos. Somos bastante democráticos en ese aspecto. Una canción pop (vamos a llamarlas así) cuenta algo en tres minutos (unas veces algo más y otras algo menos) y funciona en la medida en que está rodeada de otras. Es como un ecosistema de canciones: cada una sobrevive como puede y devora a sus vecinas en la medida en que puede. Y además creemos que a veces una canción puede conectar con unas personas y con otras no. Si tuviéramos la solución del misterio, no te quepa la menor duda que publicaríamos un libro y nos haríamos de oro; pero, por ahora, nos basta con escribir canciones que nos valgan a nosotros. No podemos tener otro criterio, lo siento de verdad de la buena.
Allendegui: ¿Cuánto de vuestras letras está basado en hechos reales? Por ejemplo, ¿a alguno de vosotros le operaron de fimosis?
Hernández: Esta también es una buena pregunta y además puedo recurrir a alguien para contestarla. Federico Fellini, el director de cine italiano, decía que todo es autobiográfico y nada es autobiográfico. Yo creo que se refería a que la imaginación funciona manejando y mezclando lo que conoces pero que eso no tiene por qué haberte pasado a ti. En el caso de la operación de fimosis a la que te refieres, pues sí hubo una: la del hermano de Javier Soto, el mejor guitarrista de Siniestro, pero fue cuando aún estábamos en el instituto. En otro casos, la ficción es absoluta. Jamás fuimos a las islas Cíes (en la ría de Vigo) a matar hippies, entre otras cosas porque tampoco había demasiados hippies por allí. Se trataba de una especie de cómic que nos habíamos inventado (ilustrado más tarde por Román de Los Marañones) y que nos hacía mucha gracia. La ficción es así: no se puede identificar al autor con lo que cuenta porque eso sería tanto como decir que Cervantes iba por La Mancha montado en un caballo famélico luchando contra los molinos de viento. Salvando las distancias, claro está.
Allendegui: Mi madre es gallega y pasé muchos veranos en un pueblo de Ourense, cuando escucho “Miña terra galega” aquí en América, el llanto me empieza a brotar, a brotar. ¿Cómo se os ocurrió fundir Sweet Home Alabama con este canto a Galicia?
Hernández: ¡Hey! Por lo del canto a Galicia de Julio Iglesias, digo. Literalmente la historia fue en una fiesta en la Escuela de Caminos (ahora la Facultad de Ingenieros de idem) en la que un grupo tocaba la canción de Lynyrd Skynyrd y a Pepo Fuentes, amigo y cómplice de mucho de lo que hicimos al principio de los ochenta, se le ocurrió que “miña terra galega” coincidía en sílabas y acentuación con “sweet home Alabama”. Unas semanas después estaba yo solo en el hall del Hotel Riazor de Coruña esperando a la que era mi novia por aquel entonces, y escribí la letra del tirón en una servilleta. No pretendía otra cosa más que tocarla unas semanas después en el club Rock Ola de Madrid para molestar a los modernos que odiaban esa clase de rock americano de los setenta. Al parecer, esa actitud punk (volvemos al principio de la entrevista) se volvió contra sí misma y la canción ha funcionado como himno fuera y dentro de Galicia. Ni Lynyrd Skynyrd ni nosotros hemos cobrado un duro por aquella adaptación pero sólo la satisfacción de que alguien la reconozca como suya es suficiente. Llorones somos todos y llorar es muy sano. Otra cosa es que la canción de los yanquis (bueno, son del Sur) fuera racista y se cagara en la madre que parió a Neil Young pero, a lo mejor, esa fue la razón para enmendarles la plana a un grupo que, por otra parte, es de nuestros favoritos… (Ah, felicita a tu madre: no todos los seres humanos tienen la fortuna de ser gallegos).
Allendegui: Una curiosidad, ¿qué son los kakfianos del Jaján?
Hernández: ¡Jo, jo, jó! Esta sí que es buena. Era una frase de Luis, un personaje que trabajaba con mi padre en el taller. Le decía al aprendiz: “tú lo que pasa es que eres un kafkiano del Jaján”. El Jaján (Xaxán en gallego) es un monte que hay al otro lado de la ría de Vigo y donde estaba (está) el poste repetidor de televisión. El bueno de Luis ni había leído a Kafka ni nada por el estilo pero la expresión es demoledora. Si las autoridades culturales gallegas tuvieran dos dedos de frente, organizarían un congreso de especialistas en Kafka en lo alto de ese monte. Don Franz era un ingenuo: El Proceso es sólo un pálido reflejo de lo que puede llegar a ser la justicia en nuestros días pero, si podemos llegar a ser kafkianos del Jaján, estaremos mucho más cerca de esa verdad de Luis, el del taller.
Allendegui: ¿Habéis tenido amenazas de grupos extremistas islámicos por vuestra canción “Ayatollah! ? Por menos que eso han cercenado miembros…
Hernández: Pues no, nunca. ¿Cómo podría ser? Nos hubiera perseguido antes la Iglesia de Roma para quemarnos en la hoguera. Se trataba de decir que no nos gustaba el jazz, por lo menos el jazz-rock coñazo de los años setenta que hacía furor en ciertos ambientes de Vigo por aquellos días. Vuelvo a citar a Cervantes: en el Quijote aparecen montones de referencias a la verdadera fe cristiana descalificando el Islam y no por eso queman ejemplares del libro. Y eso, que conste, que nosotros no descalificamos nada en absoluto, más bien todo lo contrario. Es muy recomendable visitar la Mezquita de Córdoba si se tiene la ocasión. Dentro está incrustada la catedral cristiana de un barroquismo atosigante. En cambio, los arcos de la Mezquita original son una metáfora del infinito y la mejor representación visual de la música minimalista y repetitiva americana (Steve Reich, Terry Riley) construida muchos siglos antes. Nuestro cómic es irrelevante.
Allendegui: ¿Cuáles son vuestras fuentes musicales? ¿Los Rolling Stones y los Shadows?
Hernández: ¡Jé! En realidad, la lista de las fuentes sería interminable. Casi más que los Rolling Stones o los Shadows -que también- serían los Who y los Kinks. Pero esto sólo en cuanto a grupos británicos de los sesenta se refiere. No tengo ni idea de por dónde empezaríamos a dar nombres ni mucho menos por dónde acabaríamos. En este Country & Western hay una o dos referencias a Junior Kimbrough, un bluesman de Mississippi, y a la vez están, por algún lado, Johnny Cash o Bachman Turner Overdrive o los Fun Lovin’ Criminals o AC/DC o los Beatles o los Pogues. ¡Yo qué sé! No hay versiones de ellos, pero son los nombres que se nos vinieron a la cabeza cuando estábamos montando todo el disco. Y es sólo una mínima parte. En realidad, somos unos fans de la música y tocamos en un grupo para poder hacer lo que hicieron otros en su momento. Nuestros errores en la copia son nuestra originalidad, si es que la tenemos.
Allendegui: ¿Y reconoces influencias de ST en otros grupos? ¿en cuáles?
Hernández: No. Jamás. En realidad, creo que hemos tenido tantos modelos que no creo que nadie sea capaz de tenernos a nosotros como tal. Si acaso puede que haya gente que se identifique con las mismas cosas que nosotros pero de ahí a influenciar hay un buen trecho. Esto no es falsa modestia. Quizá (y ya que estamos aquí dando la chapa) nos hayamos más influido en paralelo entre los grupos que surgieron en los ochenta en España. Quiero decir, que hay pequeños detalles que reconozco en nosotros y en otros compañeros de generación que son como parecidos. No sé, es algo muy sutil. De algo estoy seguro: hemos sido tan camaleónicos y tan variopintos (hemos tenido tres cantantes, tres bajistas, tres guitarristas, dos baterías y un saxofonista que pasaba por allí) que jamás podrá haber un grupo tipo “Los Miserables del Policlínico: Tributo a Siniestro Total”. Eso no lo podría decir ni Frank Zappa aunque estuviera vivo. Es más conocido el grupo por el nombre que por sus canciones y sus intenciones. (Alabado sea el Señor por ello.) No pretendemos ser inimitables –nada más lejos de nuestra mente- pero no nos sale nada que sea tan reconocible/imitable como los Ramones, Madonna, Barack Obama o Jerry Lewis. Es la ventaja de ser gallego porque ya se sabe que, cuando te encuentras a un gallego en una escalera, es imposible saber si sube o si baja. De todas formas, sí hay algún sitio donde se nota que nos copian: en titulares de periódicos y similares. Cuando pierde el Celta van y escriben “Ante todo: mucha calma”; y si el gobierno reparte caramelos escriben “En beneficio de todos”. Lo que pasa es que les falta imaginación o tienen mucha voluntad de homenajear, ¡jé!
Allendegui: “Si eres honoris causa, si tienes la menopausia”, ¿os ha llegado la menopausia como grupo musical?
Hernández: La menopausia llega cuando montas un grupo. Algún desajuste hormonal tiene que haber para entrar en semejante delirio aunque tengas veinte años. Visto así, ya no podemos reproducirnos y eso da una cierta tranquilidad. Envejecer es fácil: sólo hay que dejar pasar el tiempo. Madurar ya es otro asunto. Todos los que estamos en ST hacemos otras cosas, a cada cual más rara, pero la maquinaria del grupo es ahora muy fiable y no vemos ninguna razón para dejar de dar el coñazo. Quizá el día sea llegado cuando no tengamos ideas en común o no nos comuniquemos entre nosotros. Por ahora, la menopausia -o la andropausia o la pitopausia o lo que sea- no nos preocupa lo más mínimo.
Allendegui: ¿Qué música tienes en tu iPod? ¿Tienes iPod, pod cierto?
Hernández: Bien, sí, tengo iPod, ¿qué pasa? Sería muy larga la lista de cosas que hay ahí dentro. Lo utilizo muchas veces, la mayoría de las veces, como herramienta de trabajo. Es decir, tengo maquetas, apuntes de canciones, letras, alguna que otra imagen… Es un buen trasto, ¿para qué negarlo?, pero no sustituye al objeto, al disco. Si pongo el modo de reproducción aleatoria pueden sonar los Kinks, John Cage, la cara B de un single que sacamos en 1987 y trescientas mil cacofonías que no tengo ni idea de dónde vienen. Está bien que un aparato decida por ti, pero sólo hasta cierto punto. Cuando quiero poner música en casa, tiro de vinilo y me lo paso como un enano. Por algo era yo el que ponía los discos en los guateques. Lo que pasa es que ahora de mayor puedo poner lo que me dé la gana sin miedo a que me parta la cara el futbolista guapetón de turno. Ah, y el iPod lo conseguí porque me pidieron un artículo sobre el aparatejo a cambio de regalarme uno. Creo que nunca había escrito un folio tan bien pagado…
Allendegui: ¿En qué han cambiado las tecnologías vuestra forma de hacer música y, sobre todo, en la forma en que os relacionáis con vuestros seguidores?
Hernández: Nosotros ya nacimos con la tecnología, aunque hace muchos años sólo fuera un grabador de cassette Radiola (la que mola). Y sí que creo que la tecnología cambia la manera de ver las cosas. Ahora, con un ordenador de lo más normalito, podemos grabar en el local todo lo que se nos ocurre. Pero estamos todos de acuerdo en que si hay una nueva versión, nos cargamos la antigua, que luego nos volvemos locos con tanto material. La comunicación es más rápida pero no más intensa. En los noventa editábamos una especie de revistilla, La Circular Esporádica, que enviábamos a la gente que nos escribía a un apartado de correos de Lugo. El feed-back, la respuesta de la gente, era más o menos la de ahora con el libro de visitas de nuestra página. Somos más rápidos y tenemos más gigas en nuestro disco duro pero eso no nos hace más inteligentes o más eficaces. Adoro, eso sí, poder escribir de noche sin machacar a los vecinos con una de esas máquinas de escribir que metían un ruido atroz. También adoro la idea de la grabación multipista tipo ProTools y semejantes. Las posibilidades son enormes pero tampoco se gana mucho tiempo porque, a veces, te pierdes en gilipolleces que no conducen a nada. Lo comido por lo servido, pues, con la tecnología. Quizá Gutenberg con su imprenta no pensaría lo mismo, pero lo mismo me da.
Allendegui: ¿Qué pregunta tendría que hacerte para que esta fuera la entrevista más inteligente que jamás te hayan hecho?
Hernández: Cualquiera.
Allendegui: ¿Podrías responder a esa pregunta?
Hernández: Si me la haces y no es demasiado difícil…
Allendegui: “No sé por qué, pero el alcohol y Dios son los dos temas más recurrentes de nuestro repertorio”, ¿a qué se debe eso? ¿cuál es tu postura frente a la religión?
Hernández: La frase sobre el alcohol y Dios, que conste, es de Soto, no mía, y ya me sorprendió que diese tanto en el clavo con la estadística en cuestión. La religión no es lo mismo que Dios. Existe un experimento con gorilas que lo explica bien. Si tú metes a cinco gorilas en una jaula y, de repente, en el techo de la jaula se abre una ranura por la que desciende una banana, el gorila más fuerte intentará alcanzarla. Si a ese gorila dominante le cae un chorro de agua fría, ninguno de los gorilas intentará volver a coger la banana. Si cambias uno de los gorilas por otro que no haya visto el chorro de agua, los demás le advertirán del peligro y el nuevo no intentará coger la banana. Si sigues cambiando gorilas hasta que ninguno de los de la jaula haya visto el chorro de agua, la información de lo no visto se habrá transmitido de tal manera que todos pensarán que NO hay que intentar coger la banana. Eso es religión: creer en algo exterior que jamás hemos comprobado y que, cultural y socialmente, nos está impedido comprobar o cuestionar. Esto tuvo su valor cuando la humanidad pasó de la magia a la aristocracia, que necesitaba hacer creer a sus súbditos que había un designio divino para que todos, menos unos cuantos, fueran esclavos. Uf, demasiado enrevesado, ¿no? Lo importante es pasarlo bien y no llevar un golpe en la cabeza (o un chorro de agua fría).
Allendegui: Al principio, vuestra máxima era “decir el mayor número de barbaridades en el menor tiempo posible”, ¿cuál es vuestra máxima ahora?
Hernández: Pues, tras largas horas de meditación, creo que es la misma. La vida es breve, ¡qué le vamos a hacer!, y si no nos damos prisa en soltar todos los exabruptos que vienen de serie en nuestros cerebros, pues como que no conseguiremos deshacernos de ellos. Hombre, si una canción tiene que durar cuatro minutos, pues eso es lo que hay. Si son tres, pues bien. Si son dos, pues vale. En realidad, da igual. Se trata de comunicar y, hasta donde yo llego a entender, aquello era una anticipación. ¿Qué mayor cantidad de barbaridades podemos ver y oir ahora en las noticias que duran media hora? ¡Si no hacen más que copiarnos, estos cabrones.