¡Qué bien se está multando a la gente!
El otro día estuvimos desayunando en el centro de Marietta. Cuento este dato, irrelevante por otra parte, porque a mi padre le gusta la palabra Marietta. Marietta, Marietta. A mí también me gusta.
El caso es que al llegar a la plaza y aparcar el coche, reparé en una señal curiosa: 2 horas máximo. Busqué el parquímetro, pero no encontré ninguno. Tampoco había cámaras de vídeo que vigilaran el cumplimiento de las dos horas. ¿Quién contaba el tiempo entonces? ¿Había algún Gran Hermano escondido? ¿O simplemente era una señal intimidatoria para los analfabetos?
Finalmente un local me explicó que había unos vigilantes rondando el lugar con unos dispositivos portátiles. Recorrían la plaza tomando nota de las matrículas y, al cabo de dos horas, volvían para verificar si esos mismos vehículos seguían estacionados y así cascarles la multa. Me pareció un método muy artesanal, pero eficaz a la vez.
Justo antes de irme, divisé a uno de estos policías que, en ese preciso momento, colocaba una multa con singular alegría. Me acerqué y lo saludé afectuosamente.
– How’ya doing? (¿Cómo está?)
La respuesta, muy evidente.
– Fine (multa).