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Loctite para los dientes

FOTO DE ANDRE.GOVIA
FOTO DE ANDRE.GOVIA

Entré en la consulta del dentista con el pavor apretando por dentro. No fui capaz ni de sentarme en las cómodas butacas de la sala de espera, aterrorizado por el zafarrancho que se avecinaba. Preferí quedarme de pie y hacer circulitos sobre mi propio eje mientras tarareaba alguna canción inventada.

Miraba fijamente uno de los cuadros amorfos de la pared cuando apareció una enfermera bien arreglada vociferando mi nombre. «¿Por qué gritará tanto si no hay nadie más que yo?», pensé.  Tragué saliva y entré en la sala. Me recibió el dentista con rostro malhumorado y cajas destempladas.

– Perdió el Atléti, mecagüen la leche.

Empecé a sudar. «¡Qué mal día elegí para venir al dentista!», pensé.

Me agarró del brazo y me hizo sentar bruscamente en la silla desvencijada.

– ¿Qué le pasa a usted?, me preguntó.

– Verá, es que se me partió un diente. Aquí le traigo el fragmento, ¿lo ve? Quería que me lo arreglara.

– ¿A ver? Joé… pero si esto tiene rastros de Loctite. Seguro que intentó pegárselo con Loctite. ¡Qué animal es usted!

– ¿Loctite? No hombre, ¿cómo se me va a ocurrir pegármelo con Loctite?

– Pues no sería el primero. Más de uno lo ha hecho. Tienen una primera comunión al día siguiente, y en el apuro, echan mano del Loctite. Que sí, hombre…

Aparcamos el tema del Loctite y empezó a examinar mi dentadura.

– Jo, ¿Pero qué es esto? ¿Qué haremos?

Yo no sabía de qué estaba hablando. Lo miraba sin saber qué decir, con la boca abierta de par en par. Se pasaba la mano por la frente y bufaba. Tenía los ojos enrojecidos.

Mascullando palabras ininteligibles, dio media vuelta y se acercó a la mesa donde estaban sus instrumentos. Empezó a sobarlos nerviosamente, tratando de buscar uno en concreto que parecía escabullírsele de las manos. Varios se le cayeron al suelo. «Mierda», dijo. Finalmente encontró lo que buscaba, un utensilio que parecía un escoplo. Luego cogió un pequeño mazo.

Sin mediar palabra, sin anestesias ni analgésicos, introdujo el escoplo en mi boca y le asestó un golpe tremebundo que hizo saltar tres molares. Quedé yerto del dolor.

– ¡Mecagüen la leche! ¡Qué chandrío*! Uffff… y ahora, ¿qué haremos?

Aquello parecía una tragedia. Yo no sabía qué estaba pasando y empezaba a dudar de que el dentista tuviera el control de la situación. Tiró el mazo y el escoplo al suelo y puso los brazos en jarra, mientras seguía bufando y farfullando sustantivos irreproducibles.

– Mira que usar Loctite para pegarse el diente… ¡Mire que usted es animal! ¡Bruto, más que bruto! Pero ahora, ¿qué haremos? Ufff.

Empezaba a desesperarme. Despues de ver volar mis tres molares y con un diente partido, el panorama no era muy prometedor. En medio de todo el drama, con esa puesta en escena, el dentista abandonó la sala, como un torero en pleno desplante. Yo me quedé allí, solo y desdentado. Los minutos fueron pasando y no aparecía. Finalmente reapareció, ya con los nervios más templados. Se me acercó y me dijo:

– Tenemos un problema. No sé qué vamos a hacer contigo. Vaya desastre que tienes el la boca. Ufff… Voy a tener que usar el Loctite.

*»Chandrío»: riojanismo, navarrismo o aragonesismo que significa desaguisado, estropicio, daño y también revuelto de cosas.